Dos escenas en la vida de Aremi Fuentes antes de ser la cuarta halterista mexicana en ganar una medalla olímpica, bronce en Tokio 2020:
1) La niña le pide a su madre que salgan a las tres de la tarde y caminen las calles de Tonalá, Chiapas, al sur de México, para llegar al entrenamiento de atletismo. A la familia no le alcanza para el pasaje del autobús, pero el anhelo de convertirse en la nueva Ana Guevara la impulsa a ir como sea a su práctica.
2) La joven, recién llegada a Baja California (al norte de México), le llama a su madre Aremi Zavala Aquino, una y otra vez durante el día, para preguntar cómo cocinar. La falta de respaldo en su natal Chiapas la llevó a cambiar de residencia y representar a otro estado que brinda más apoyo hacia sus deportistas; pero eso implica vivir sola, cocinar, lavar su ropa y entrenar bajo las órdenes de José Manuel Zayas, el hombre que la llevará al podio olímpico.
El inicio
Aremi Fuentes (Tonalá, Chiapas, 23 de mayo de 1993) nació en una familia de mujeres. Es la segunda entre las hijas y admiradora desde pequeña de Ana Guevara, la corredora mexicana de 400 metros que dominó las pistas del atletismo a principio del tercer milenio. Hija de un chofer de tráiler y una ama de casa, Aremi entendió desde pequeña que la constancia y la disciplina eran el camino para llegar a los escenarios donde ella, a través de la televisión, veía lucir a la corredora. El consejo de su padre la motivaba: “Si tú quieres ser como ella, puedes estar ahí”, le decía.
“Yo tenía cuatro hijas muy seguidas, se me hacia muy difícil llevarlas a la escuela, regresarlas, ir a hacer tarea a la una de la tarde, terminar a las dos y a las tres nos íbamos a entrenar a una unidad deportiva. Lo hacíamos caminando porque a veces no había para el microbús”, cuenta Aremi Zavala, madre de la deportista. “A mí se me hacía difícil porque sus hermanas más pequeñas también requerían mis cuidados. Yo no sabía cómo ir, regresar; pero después se me hizo un hábito. Me acoplé porque Aremi desde chiquita era muy insistente, me lloraba y me decía, ‘Llévame a las 3 de la tarde porque a las 4 tengo que estar entrenando’”, recuerda.
La complicidad de la madre fue el punto de inflexión en el desarrollo de la futura pesista olímpica. El modelo mexicano, concentrado en apoyar cuando se llega a ser seleccionado nacional, depende en la base de los respaldos que puedan dar las familias. Es ahí donde se pulen o se pierden atentos, y es en esos caminos de Tonalá donde se forjó Aremi Fuentes.
“Mi papá trabajaba de trailero. Éramos cinco hermanas que mantener y mi mamá era ama de casa; te puedes imaginar lo complicado de mantener a tantos niños. A pesar de eso nunca pasamos hambre. Siempre teníamos un plato de comida en la mesa,\; arroz y frijoles nunca faltaban en la casa”, cuenta la medallista olímpica. “Aunque no hubiera para el camión siempre se buscaba la forma, como ir caminando, o si a veces había para el camión, se aprovechaba, pero dentro de lo que cabe, nunca pasamos hambre”, insiste.
Aremi pasó del atletismo al levantamiento de pesas en Chiapas. Tuvo algunas dudas. Le decían que no iba a crecer y que tendría cuerpo de hombre, pero al final tomó la decisión que le sugirieron los especialistas y, en 2010, se convirtió en medallista de bronce de la primera edición de los Juegos Olímpicos de la Juventud celebrados en Singapur. En esa competencia México mandó a la chiapaneca y a Moisés Sotelo con su entrenador Juan Manuel Zayas.
“Tengo muchos recuerdos que me sirven para sacar el extra. Cuando pienso en esos recuerdos valoro de donde soy, todo lo que he pasado, las veces que tenía que ir a hacer chequeos, ganaba, pero llevaba el dinero contado. Pensaba que competía con chicas que tenían mejores tenis, mejores vestimentas y yo ni al caso me comparaba con su equipamiento, pero aún así lograba ganar”, recuerda.
Sotelo y Zayas tenían el respaldo del estado norteño de Baja California, frontera con Estados Unidos y uno de los modelos de desarrollo más sólidos en México. Cuando el apoyo faltaba en el sur, Aremi recibió la invitación de irse a Baja California. La tomó y su vida cambió.
Las llamadas a casa
Aremi Zavala llegó a Mexicali luego de más de un año sin competir, necesitada de retomar del camino del éxito, entendió que la disciplina y la autosupervivencia eran sus claves. En aquel momento, Baja California no tenía un Centro de Alto Rendimiento de Pesas. Apenas estaba formando su proyecto y Aremi tendría que hacer sus labores del hogar.
“Recuerdo que todos los días le hablaba a mi mamá para pedirle una receta o algo que no sabia hacer. Me auxiliaba en todo; así fui agarrando mi paso y aquí logré encontrar una segunda familia. Fue un proceso difícil, pero estoy agradecida con mi entrenador, con mi doctora”, cuenta la medallista olímpica. “No soy una chef, pero me defiendo bastante. Al principio fue muy complicado. Creo que tenía harta a mi mamá que todo el tiempo le llamaba, qué le echo y qué no. Pero mi mamá siempre que le hablo, siempre está al pendiente”, añade.
“Cuando ella se fue, se me partió el alma porque no sabía cómo iba a hacer la comida. Le pedía a Dios que valiera la pena su decisión, que se le abrieran las puertas y su sueño se le hiciera realidad. Siempre la mamá es así. Yo le mostraba lo fuerte que era, pero por dentro te partes de cómo mi hija va a entrenar, hacer su comida. Gracias a Dios le resultó”, dice su madre.
La apuesta fue compleja. Incluso Aremi decidió dejar la Universidad presencial por la carga de trabajo, pero valió la pena. Aremi, respaldada otra vez por su madre al otro lado del teléfono, recuperó la confianza, empezó a sumar puntos en el ranking y clasificó a los Juegos Olímpicos de Tokio. Una edición atípica en medio del Covid-19 impidió que su familia viajara con ella para verla competir y ganar el bronce en los Juegos Olímpicos.
“Era un sueño que se miraba lejísimos. Imagínese que se haya hecho realidad, es algo inexplicable. No se imagina lo que se siente tocar una medalla olímpica que le trae una hija con tanto sacrificio y esfuerzo”, finaliza su madre.