PARÍS (Enviado especial) -- El alboroto en la esquina es elocuente. ¿Pero qué puede estar pasando? Si el Arena Champ-de-Mars goza de su único día de descanso, entre el final de la competencia de judo y el inicio de la de lucha.
Si el Estadio Torre Eiffel se vacía luego del triunfo de la dupla española ante el tándem suizo, a la espera del choque entre brasileños y neerlandeses.
La respuesta, de todas maneras, es los Juegos Olímpicos de París 2024. Apenas pasadas las siete de la tarde en uno de los puntos más turísticos de una de las ciudades más turísticas del planeta, los franceses se abarrotan en la vereda y la calle del primer café con televisor que encuentran.
En realidad, nobleza obliga, no son todos franceses, pero cualquier ser humano que vea cien personas reunidas a los gritos en plena vía publica frenará, al menos, para ver qué sucede, aun si eso implica convertir una esquina en una torre de Babel provisoria.
Esos son fáciles de reconocer: los que filman y sacan fotos. Y los de camisetas de otros países, claro.
Los que sufren y no quieren ver, o los que sufren y sí quieren ver pero no pueden, porque el orden de llegada los relegó a la décima fila, o porque la vida y la genética les dieron menos centímetros de los necesarios para mirar por encima de sus espigados vecinos de vereda, sí son franceses.
Un chico le hace 'cococho' a su hermanito, pero el gesto no parece tan efectivo como lindo.
Tres minutos y medio son los que la gente, más o menos fiel, más o menos francesa, se queda en esa esquina, que es tan especial como otras tantas esquinas a lo largo y ancho del país en las que en el mismo momento se replica la misma dinámica.
Tres minutos y medio, o un poco menos, exactamente tres minutos, veintiocho segundos y treinta y ocho décimas, que alcanzan para que resuene el icónico Allez les Bleus, que alcanzan y sobran para que los mozos se adentren en laberintos con el mero fin de ir de una mesa a otra, que alcanzan y sobran y sirven para pasar tan rápido de la ilusión al lamento como del lamento al festejo.
En ese tiempo, que tiene como pico estruendoso el salto a la pileta de León Marchand, la figurita del anfitrión y de París 2024, donde ya acumula cuatro medallas de oro, Francia pasa por todos los estados: fuera del podio, líder y, en el último tramo, bronce. El oro se lo lleva China, con un Pan Zhanle histórico, y la plata es de el Estados Unidos de Caeleb Dressel.
Es interesante, o incluso divertido, juzgar el devenir de la final de 4x100 medley, carrera dominada históricamente por Estados Unidos, que la había ganado cada vez de que se instauró en Roma 1960, con la excepción de su ausencia por boicot en Moscú 1980, por los gestos y los gritos de la gente, que en 'sus' Juegos Olímpicos oscila entre un nacionalismo banal y cierto chovinismo mesurado.
Francia esperó un siglo el regreso del evento multideportivo más grande del mundo, y parece aprovecharlo en cada competencia, en cada momento, en cada esquina.
Como si de un estadio se tratara, el público, local y extranjero, desconcentra con cierta agilidad el café Le Champ de Mars luego de la carrera. Los comensales, un poco invadidos, vuelven a escucharse entre sí. Los mozos otra vez caminan en línea recta.
La ciudad regresa a su aparente y momentánea calma.
Al menos hasta los próximos tres minutos y medio.