BUENOS AIRES -- El sueño olímpico es un camino de sacrificio, perseverancia y entrenamiento. Implica años y años de transpirar, de agotarse, de entregarse por completo para asistir a esa maravillosa cita que se repite tan sólo cada cuatro años y que, en muchos casos, dura apenas unos pocos segundos.
Participar en un Juego Olímpico es la aspiración de todos los deportistas que alguna vez se atrevieron a soñar en grande y es un objetivo que sólo algunos privilegiados pueden concretar. Pero, ¿Puede esta increíble oportunidad llegarnos de rebote, casi sin tiempo de pensarlo, y lanzarnos a la fama a pesar de una vergonzosa actuación? Sin duda puede suceder y es el caso de Éric Moussambani.
Con intenciones de acercarse al atletismo, el joven de Guinea Ecuatorial se atrevió a visitar el predio de entrenamiento oficial de su país. Como el equipo estaba completo, el Comité Olímpico local le ofreció practicar natación. Desconcertado por el cambio de disciplina, Éric comenzó a poner a prueba su feeling con el agua en los ríos de la zona y se sintió seguro como para dar una respuesta positiva.
Solo, sin entrenador ni compañeros, salió en busca de una pileta que se asemejara a las amplias y lujosas que se utilizaban en el alto rendimiento. Sin embargo, lo único que pudo conseguir el novato nadador fue una piscina de 22 metros en un hotel de la capital.
Después de 8 meses de entrenamiento, Moussambani viajó a los Juegos Olímpicos de Sidney gracias a las invitaciones que el Comité Olímpico Internacional destinó para los países en vías de desarrollo. En septiembre del 2000, sin haberlo soñado jamás, el hombre se encontró desfilando como abanderado en la imponente ceremonia inaugural.
Cuando llegó el momento de competir en los 100 metros de estilo libre, el africano casi se desmaya al ver por primera vez una pileta olímpica. Jamás, ni siquiera efectuando repeticiones, había nadado tantos metros consecutivos y llegó a creer que debía completar la prueba en un solo tramo, desconociendo que la medida de longitud era de 50 metros y debía transitarla dos veces. "No puedo hacerlo", le dijo a su acompañante.
Sin embargo, Éric ajustó sus antiparras y, con un traje de baño corto (muy distinto a los de sus contrincantes), se afirmó en el quinto carril. Karim Bare (Nigeria) y Farkhod Oripov (Tayikistán), también invitados de cortesía, se pararon a su lado y quedaron descalificados después de partir en falso. De esta manera, por mera formalidad, el hombre de Malabo debió nadar solo.
Desde el momento en que se lanzó al agua despertó la curiosidad de los más de 14 mil espectadores, que en poco tiempo notaron la inexperiencia del africano y comenzaron a reír a carcajadas al ver cómo daba la vuelta con su carencia de técnica al completar los primeros 50 metros. Mientras Éric intentaba con desesperación completar la prueba, el público notó que el competidor estaba más cerca de ahogarse que de lucirse en un podio olímpico. Entonces, un grito de aliento unánime se apoderó del Centro Acuático Internacional, brindándole su apoyo al expuesto e indefenso nadador que hizo explotar en aplausos a todos los testigos de su "hazaña" al llegar a la meta.
Eric Moussambani se convirtió en el nadador más lento de la historia marcando 1m52s72 en las eliminatorias, más del doble de tiempo que hizo Pieter van den Hoogenband, el ganador de la competencia y autor de un nuevo récord mundial.
A pesar de su poco convencional participación en los Juegos Olímpicos, La Anguila, como lo apodó un periodista inglés, fue contactado por varios medios de comunicación que requerían entrevistarlo y despertó un gran fanatismo en su país, convirtiéndose en un respetado referente.
La indumentaria que utilizó aquella mítica tarde fue subastada en varios miles de dólares y la motivación que le produjo aquel suceso lo llevó a entrenarse hasta bajar su marca personal a menos de 60 segundos. Por un descuido de su Federación, que no lo inscribió correctamente, Éric no pudo participar en Atenas 2004 y Pekín 2008 lo encontró fuera de estado como para volver a lucirse.