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Dos títulos, dos capitanes y la felicidad del vóleibol argentino

El conseguido por la Selección Argentina, es apenas el segundo título en un Campeonato Sudamericano de Mayores de vóleibol. ¿El anterior? En 1964.

En 1950, Uruguay hizo temblar al mundo con el “Maracanazo”. Las historias de Obdulio Varela, “el Negro Jefe”, se multiplicaron en libros y canciones. En 2023, el vóley argentino metió su “Geraldazo” en el estadio Geraldao de Recife, y rompió una hegemonía que se sostuvo desde 1951, al año siguiente del triunfo de la Celeste en el Maracaná: cada vez que Brasil participaba de un Sudamericano masculino de Mayores de vóleibol, se terminaba llevando el título.

Ahora, el oro es celeste y blanco. Si los charrúas aún hablan de los años cincuenta, habrá que ver hasta dónde crece la leyenda de De Cecco, Conte y compañía. “¡Fue zarpado! Todavía nos dura la sensación de extrañeza”, dice Luciano De Cecco, el capitán argentino, en diálogo con ESPN.com.

“De madrugada, después de los festejos, seguíamos diciéndonos: ¿qué hicimos? Porque le ganamos a Brasil 3-0, jugando un partido excepcional”, agrega el santafesino, que fue elegido mejor armador del torneo.

El equipo del entrenador Marcelo Méndez ya había dado el primer gran golpe contra la Verdeamarilla hace dos años, en los Juegos Olímpicos de Tokio,: 3-2 infartante contra la Canarinha, para colgarse la medalla de bronce.

En 2023 metió un triunfo inapelable en sets corridos en territorio ajeno, para conocer el dulce gustito de la gloria sudamericana.

“No se puede comparar con el vóley de nuestra época. Son diferentes momentos y situaciones. Éramos totalmente amateurs: ni siquiera estuvimos concentrados durante el torneo”, dice Julio Sorrequieta, el capitán argentino de 1964, en la única coronación argentina previa.

Claro que aquí hay que hacer una salvedad: fue sin la presencia de Brasil en la competencia. “Los rosarinos del plantel estábamos parando en un hotel, pero nuestros compañeros de Capital siguieron con sus trabajos o sus estudios y a la noche iban a jugar. De hecho, yo no estuve en el debut contra Ecuador, porque me fui en tren a Rosario a rendir unos exámenes finales de Ingeniería Mecánica”, recuerda Sorrequieta.

La ausencia de Brasil fue determinante para aquella coronación argentina. Los Confederación Brasileña decidió no enviar sus equipos por el cambio de calendario: el Sudamericano debía jugarse en enero y se pasó para fines de marzo y principios de abril, cuando ya estaban agendados los torneos nacionales brasileños. La Canarinha era pentacampeona sudamericana y la CBB no quería llegar a Buenos Aires con un plantel que no contara con el potencial máximo. Prefirieron ausentarse.

“Paraguay todavía era un rival respetable. Y a Uruguay y Venezuela les ganamos 3-2 con muchas dificultades”, rememora Sorrequieta. “Si bien la sede central era en GEBA, al partido contra Uruguay lo jugamos en cancha de Gimnasia La Plata, que tenía una iluminación pésima”, relata el capitán de 1964. “Uruguay era un equipo aguerrido y al cuarto set lo perdimos 15-0, aunque después ganamos el quinto y lo cerramos 3-2”, completa.

Muy lejos del monarca Brasil, el cruce entre argentinos y venezolanos había tomado calor por esos años. La Vinotinto se impuso 3-2 en el Sudamericano de Lima 1962 y la celeste y blanca ganó, también 3-2, en los Juegos Panamericanos de San Pablo 1963. “Venezuela era nuestro gran rival. Fernando Sorrentino y yo éramos los rosarinos. Teníamos al ‘Mono’ Ramos, un gran jugador, y por mi gestión, el entrenador César Gallardo logró convencer al ‘Bocha’ Arlandini, el anterior capitán, para que volviera a la Selección después de haber anunciado su renuncia. También fue clave la incorporación de Osvaldo Intrieri”, detalla Sorrequieta.

BRASIL: ANTES INALCANZABLE, AHORA TERRENAL

Las diferencias con Brasil surgen naturalmente en las charlas con De Cecco y Sorrequieta. La Verdeamarilla, inalcanzable en 1964, se volvió terrenal en 2023. “Si mandaban un equipo ‘C’, aun así nos ganaban. La superioridad de Brasil era absoluta. Estaban demasiado lejos”, subraya Sorrequieta, quien jugó con la celeste y blanca entre 1958 y 1967. “Les sacamos un set en el Sudamericano de Lima 1961 y eso ya era un gran recuerdo. Pero no dejamos de pensar que el vóley es el segundo deporte en Brasil y acá ni siquiera tenía desarrollo”, analiza.

De Cecco también conoció versiones inalcanzables del vecino continental, que es, también, una potencia mundial. “Cuando armaba Ricardinho y jugaba Giba, ganarles era imposible. No teníamos chances. Y en la primera época de la camada de Bruninho, también”, apunta el actual capitán albiceleste.

Desde que debutó la Selección Mayor, en 2006, estuvo 11 años hasta soltar el primer festejo contra Brasil (con equipo “A” completo) en un partido oficial: el de la Liga Mundial 2017, en el Orfeo Superdomo de Córdoba. “En los últimos tiempos, por A o por B, siempre nos ganaban, excepto en el Orfeo y en Tokio. Muchas veces estuvimos arriba, a punto de ganarles, y con dos o tres acciones empezaban a dar vuelta el partido. Siempre nos faltaba un poquito”, se lamenta el armador santafesino.

Para De Cecco, algo comenzó a quebrarse desde el triunfo por el bronce en los últimos Juegos Olímpicos. “En la Selección estábamos acostumbrados a hitos aislados, a ganar algo grande muy de vez en cuando. La medalla de bronce en 2021, la muy buena VNL 2023 y este título en el Sudamericano de Recife remarcan el deseo de este grupo: consolidarnos en el primer nivel internacional”, apunta De Cecco.

“Jugamos un gran partido, a full desde el primer punto. Brasil no pudo hacer diferencias pese a tener saques buenísimos. Estuvimos sólidos en recepción y hasta funcionó muy bien el cambio de saque cuando el pase no llegaba perfecto”, analiza.

“Estuvimos mentalizados y no nos caímos nunca. Todos metieron lo que había que meter. Del primer titular al último suplente. Por eso inclinamos la balanza. Y todos aportaron su granito de arena. Cada uno tomó la posta en el momento justo. De hecho, Jan Martínez entró en los últimos puntos y fue quien cerró el partido”, se emociona.

Pasaron los años. Argentina fue serruchando las diferencias. Brasil, el tótem sudamericano, cayó por primera vez. Debieron pasar 72 años para saber qué se siente. A esta hora, la bandera celeste y blanca flamea más alta que la verdeamarilla. Parece mentira. Pero es placenteramente real.