YA PASÓ el mediodía en este domingo de octubre, y el público que antes alcanzaba se ha dispersado a pequeños grupos de amistades y familiares aguardando que sus corredores favoritos finalmente lleguen. Los ganadores del Maratón de Portland ya fueron y vinieron hace horas. Un técnico de sonido ha comenzado a desmontar el sistema de bocinas que ha estado retumbando los anuncios de altavoz y Taylor Swift desde antes de las 6 a.m., desde antes que el sol pudiese desenmascarar al Monte Hood al otro lado del Río Willamette.
Jocelyn Rivas, subiendo por la Autopista Naito, no parece notar o importarle que el desmontaje coincide con su llegada. Ella está a 40 yardas de la meta. Ha estado corriendo durante cinco horas y casi 11 minutos, pero sus medias de compresión color azul marino siguen firmes en su lugar, su visera ajustada a sus sienes, su sonrisa crece con cada zancada. Y tiene su iPhone extendido, listo para grabar la llegada. Seguro, no todo es perfecto. Las colinas alrededor de la milla 14 pusieron a prueba su a veces adolorida espalda baja, y tuvo que detenerse en la milla 16 para masajear una pierna acalambrada. Tampoco hay admiradores esperándola. Y ella no ha resuelto aún cómo volverá a casa, a Los Ángeles, a tiempo para trabajar mañana por la mañana. Se preocupará por eso más tarde.
Rivas nunca ha corrido esta carrera antes. No importa. Aun así el asfalto adelante debe parecer familiar. Está por terminar su maratón número 94 en siete años. Su 24to. este año. Su 38vo. desde que la pandemia del coronavirus prácticamente cierra el mundo de las carreras durante 18 meses. Y cuando lo haga, necesitará solo seis finalizaciones más para adjudicarse un récord que una mujer que nació como ella nació jamás debería estar persiguiendo.
Después de correr por debajo de la bandera de la meta, ella se detiene a chocar la mano de un corredor que conoció ocho millas antes. "Su nombre era Dennis", dirá ella después, "y dijo que este sería el último maratón que correría". Ese definitivamente no es el plan de ella. Se dobla por un segundo antes de moverse hacia adelante para recoger su medalla de la carrera. Entonces recuerda algo. "¿Me puedes tomar una foto?" le pregunta a un voluntario de la carrera. Agarra la medalla de plata -- es del tamaño del platillo de una taza de café -- cerca de su mentón con su mano derecha y levanta su brazo izquierdo hacia el cruzacalle. Su cuello se inclina levemente. Clic. Ella tiene la evidencia por la cual vino a Portland.
We're excited to have Jocelyn Rivas wearing bib No. 100 on Sunday in the #LAMarathon2021 as she attempts to set a world record by becoming the youngest woman + Latina to run 100 marathons! Enjoy the "Stadium to the Stars" course, Jocelyn! We can't wait to see you at the finish! pic.twitter.com/3u6oKCyb8e
— Los Angeles Marathon (@lamarathon) November 6, 2021
Guinness World Records querrá cualquier documentación que Rivas pueda proveer para verificar la marca que persigue. Querrán ver fotos, videos y mapas de recorrido de los maratones que ella ha corrido, incluyendo desde el primero en 2014, cuando tenía 17 años; y de los cinco que correrá en las semanas después de Portland; y del que planifica correr este domingo en Los Ángeles, que le daría 100 -- y el récord Guinness como la persona más joven jamás que corre esa cantidad de maratones.
El récord lo ha tenido una corredora británica, Elizabeth Tunna, quien lo consiguió en 2011 a la edad de 24 años, 351 días. Rivas tendrá 24 años, 292 días este domingo. Ha gastado miles de dólares y ha viajado miles de millas y ha soportado cientos de dudas para llegar a la corrida histórica, así que es comprensible cuando dice, "Espero romper esta marca". Es más difícil descifrar cuando añade, "Espero que en un año o menos otra persona la rompa".
Solo se volvió claro por qué cuando escuchas su historia complete, la historia de lo que hizo falta no solo para llegar a una meta sino para llegar a una línea de partida.
JOCELYN RIVAS ES una beneficiaria de DACA, una llamada "Soñadora". Desde 2012, el controversial programa de Acción diferida para los llegados en la infancia (DACA, por sus siglas en inglés) le ha proporcionado protección de la deportación a algunas personas sin estatus legal migratorio -- como Rivas, quien nació en El Salvador. Pero la viabilidad a largo plazo de DACA nunca ha sido algo seguro. La prueba más reciente llegó en julio, cuando un juez federal falló que DACA era ilegal y prohibió al Departamento de Seguridad Nacional de aprobar a nuevos solicitantes. La administración de Biden apeló el fallo en septiembre.
A estas alturas, Rivas ha llegado a aceptar su estado provisional. "Después de años y años como una beneficiaria de DACA, la única manera en que me puedo convertir en una ciudadana es casándome con alguien que es ciudadano estadounidense", dice Rivas, quien tenía 15 años en 2012 cuando se convirtió en una beneficiaria de DACA. "No quiero eso; soy muy independiente. Me gusta hacer las cosas a mi manera".
Desde el 5 de septiembre de 2017, ella ha estado mostrando cuán resuelta es. Esa mañana, la administración del ex presidente Donald Trump anunció que revocaría DACA. La noticia conmocionó a Rivas, dejándola en lágrimas, sin poder correr, y sintiéndose "muy vacía" la mayor parte del día. Pero al día siguiente, ella había publicado en Instagram su objetivo de convertirse en la corredora Latina más joven en completar 100 maratones, una marca entonces en poder de otra corredora de Los Ángeles. (Rivas aún desconocía del record de Guinness.)
"Me impulse a hacer algo", Rivas dice de la orden de la administración de Trump, la cual subsecuentemente fue bloqueada por la Corte Suprema. "Nunca quería sentirme así otra vez. Quería sentirme como una persona más fuerte. Ya me encantaban los maratones, y me dio el propósito de volver a hacer más de ellos".
En aquel momento, ella cursaba su tercer año en Cal State Los Angeles, la primera en su familia en asistir a la universidad. Ella estudiaba sistemas de información computarizada, tomando 18 créditos por semestre y trabajando turnos de ocho horas en una Apple Store. And she had checked off nine of the required 100 marathons. Pero además de las marcas y la satisfacción que venía con recorrer 26.2 millas, ella tenía otra razón para seguir corriendo: "Para demostrar que [los Soñadores] no están aquí solo para no hacer nada. Estamos haciendo cosas maravillosas", dice Rivas. "Los Soñadores han sufrido mucho. Estamos entre, '¿Nos vamos a quedar o nos van a deportar?' Es difícil emocionalmente". Ella hace una pausa. "Sigues persiguiendo tu sueño porque un día te lo podrían quitar".
CUANDO ELLA COMPLETE su maratón número 100, Rivas habrá corrido 2,620 millas, o aproximadamente la distancia entre su lugar de nacimiento -- San Salvador, El Salvador -- y Los Ángeles, la ciudad donde arribó tarde en la noche del 1ro. de octubre de 2003, insegura de dónde estaba o por qué.
Ella tenía apenas 6 años, una niña pequeña de pelo corto, oscuro, que no hablaba inglés. Ella y su hermana Jessica, con 11 años, habían pasado 15 días con extraños a quienes les habían pagado por moverlas de El Salvador a través de Guatemala y luego a través de México. Se acurrucó a un lado de Jessica durante la mayoría del viaje, llorando y deseando volver a Sensuntepeque, el pueblo donde jugó con sus amigas en las calles cubiertas de tierra y piedras afuera de la casa de abuela, su abuela María, a quien siempre había considerado su madre.
En un momento dado, a Jocelyn casi se le cumple su deseo. A unas millas de la frontera mexicana, unos oficiales guatemaltecos de inmigración se subieron al autobús de las niñas. Ellos querían ver las identificaciones guatemaltecas de las hermanas. "No teníamos ningunas", dice Jessica, ahora de 30 años. "Yo solo tenía algo de dinero que me dio mi abuela, aproximadamente $50". Las niñas se bajaron del autobús y entraron a la oficina de inmigración. Un oficial tomó el dinero de Jessica, y las hermanas se volvieron a subir al autobús.
Para cuando alcanzaron la frontera de los Estados Unidos en San Diego, las niñas viajaban por carro y con dos mujeres estadounidenses. Una de las mujeres le dijo a Jocelyn que fingiese estar dormida. Si los guardias preguntaban, Jocelyn estaba preparada para decir que su nombre era José. "La conductora dijo que ella tenía un hijo con ese nombre y que tenía más o menos mi edad, y él tenía el pelo corto", dice Jocelyn. Ella nunca tuvo que decir ni una palabra. Los guardias dejaron el carro pasar.
Un par de horas más tarde, estaba sentada en un McDonald's en un área de South Central poblado de inmigrantes de México y Centroamérica. Una mujer, con pelo oscuro, una sonrisa agradable, se acercó mientras Jocelyn comía papas fritas.
"Hola, soy tu mamá, sabes?", dijo la mujer.
Jocelyn la observó con la mirada vacía, preguntándose quién era esta persona, esta persona asegurando ser su madre. "Ella era una extraña para mí", Jocelyn dice. "Mi madre estaba en El Salvador".
Jocelyn no tenía recuerdo de esta persona -- o de lo que Rosa Rivas había sufrido en los primeros días de la vida de Jocelyn.
JOCELYN NACIÓ el 19 de enero de 1997. Momentos después del parto, los médicos salvadoreños le dijeron a Rosa, ya una madre soltera de dos hijas, que su bebé tenía un cuello roto, una espalda rota y dos pies fracturados. No ofrecieron explicación para las lesiones de Jocelyn o lo que pudo haber pasad, y ninguna indicación clara si la bebé estaría bien. "Me sorprendió cuando me dijeron esto. No me lo esperaba", recuerda Rosa, de 52 años, a través de un intérprete. "Esperaba que estaría bien, una niña pequeña".
Se pasaron 10 días en un hospital. Cuando Rosa por fin se llevó a Jocelyn a casa, ella lloró casi tanto como la bebé. Dos veces por semana, durante los próximos seis meses, tomaba un autobús con Jocelyn y viajaba 45 minutos al hospital en San Salvador donde fisioterapeutas masajeaban los pies, la columna y el cuello de la bebé. Cuando volvían a casa más tarde en el día, las dos iban al restaurante donde trabajaba Rosa. Ella colocaba a la bebé en una almohada suave en una trastienda, esperando que Jocelyn se mantuviese tan inmóvil como fuese posible mientras Rosa trabajaba de camarera.
Hoy, Rosa no puede recordar si tardó ocho meses o 12 meses o más para que se sanaran los huesos de Jocelyn. Pero eventualmente sanaron -- y la niña pequeña arrancó. Como Jessica dice de su hermana, "Ella no caminó rápido. Se tomó su tiempo. Sus pies estaban más o menos de lado -- no como un niño normal".
Más o menos un año después, fue Rosa quien se desplazó. Ella dejó a Jocelyn, Jessica y Jennette, su hija mayor, con su madre y emigró a Los Ángeles. Su plan era ganar suficiente dinero para eventualmente traer a las niñas a los Estados Unidos. (Jenette entraría a los Estados Unidos dos años después de sus hermanas." Rosa se preocupó sobre las gangas alrededor de Sensuntepeque y el daño que podrían causarle a sus hijas. Y quería proveerles más en cuanto a comida y ropa y otras necesidades esenciales. "No vivíamos bien [en El Salvador]", dice Rosa. "Quería venir a los Estados Unidos para salir adelante y darle a nuestra familia una mejor vida".
Un plan razonable, pero cuando tienes 6 años y estás sentada en un McDonald's tarde en la noche y una mujer extraña se te acerca y te dice que es tu madre, no estás pensando razonablemente. "¿Estás segura de que eres mi madre?", le preguntó Jocelyn a Rosa antes de ir a su nueva casa en South Central.
Con el tiempo, la relación entre las dos ha tenido vaivenes. Jocelyn se rehusó a llamar a Rosa mama hasta semanas después de escuchar a sus hermanas utilizar el nombre. Cuando discutían, Jocelyn salía corriendo en lágrimas, gritando, "¡No eres mi madre! ¡Mi abuela es mi madre!". Añadiéndole a la tensión: El dinero en el hogar Rivas estaba justo. Rosa trabajaba dos y a veces tres empleos, mayormente como empleada de mantenimiento. Jocelyn a menudo veía a Rosa solamente tarde en la noche; Jessica era quien preparaba la cena. (Jocelyn dice que no mantiene relación alguna con su padre. Ella ni sabía de él hasta que él la contactó a través de Facebook hace un par de años.)
Y, estaba la realidad de su estatus migratorio.
Antes de que se promulgara DACA, Rosa se aseguró de decirle a su hija lo que significaba ser indocumentado: Encontrar trabajo fijo e ir a la universidad sería complicado, y ser deportado por la más mínima infracción siempre era una posibilidad. Ella le dijo a Jocelyn que era diferente de muchos de sus compañeros de clase. "Tienes que trabajar más del doble que la mayoría de la gente porque eres indocumentada", recuerda Jocelyn que su madre le dijo. "Y no me digas nunca que no puedes hacer algo".
Curiosamente, lo que Jocelyn más quería hacer, Rosa le dijo que no podía.
LE HA SUCEDIDO A muchos: Ves un maratón, y entonces dices que quieres correr uno. Le sucedió a Jocelyn Rivas mientras veía a compañeros de clase de su preparatoria, el Centro de Aprendizaje James A. Foshay, correr el Maratón de Los Ángeles en 2013. "Yo pensé, 'Guau, ellos lo hacen. ¿Por qué no puedo hacerlo yo?'", dice ella.
Porque su madre no se lo permitía. Rosa tenía sus razones, como los recuerdos del bebé llorando sobre una almohada. Pero también había los días cuando Jocelyn volvió a casa de la escuela quejándose de un cuello dolorido, tenso o de dolor en su espalda baja. Ellos no tenían historial medico pero concluyeron que la molestia estaba ligada a sus lesiones de nacimiento. "No quería que se convirtiera en corredora", dice Rosa ahora. "No quería que el dolor empeorase".
Jocelyn ignoró a su madre, registrándose para un programa extracurricular llamado Students Run LA cuando estaba en tercer año de la preparatoria -- sin decirle a Rosa. Desde 1989, los entrenadores voluntarios de SRLA han entrenado a varios miles de adolescentes a correr en el Maratón de Los Ángeles. Muchos corredores vienen de barrios desatendidos.
Rivas rara vez se perdía una práctica o abreviaba una corrida durante el programa de seis meses de SRLA. En los días de semana, ella y sus compañeros de equipo salían de la escuela y corrían por el Bulevar Exposition al campus de USC. Esquivaban carritos de tacos, corrían a un lado de la línea de tren, les silbaban de vez en cuando aquellos sentados en su porche que no estaban acostumbrados a ver corredores en Exposition. Matt Thomas, un entrenador de SRLA en aquel entonces, describe la ruta así: "Es concreto durante millas. Te detienes en los semáforos, cerciorándote de que no te va a pegar un carro. No es un tipo de escena ideal".
Pero le dio a Rivas su posición ventajosa, así como una probadita de lo que vendría. Después de una corrida de cinco millas, le preguntó a un compañero de equipo, "¿Sientes algún dolor en tu espalda y cuello?" Él dijo que no, lo cual le hizo preguntarse. "Yo sentía mucho", dijo Rivas. "Era un poco más de lo usual. Pensé que quizás así se supone que te sientas cuando corres".
La mayoría de las noches después de practicar ella volvía a Foshay, donde el equipo de robótica a menudo trabajaba tarde, a veces pasada la medianoche. El equipo, cofundado en 2001 por Darryl Newhouse, había forjado una reputación nacional. En 2015, el cuarto año de Jocelyn, recibió el prestigioso Premio del Presidente en la PRIMERA Competición de Robótica, superando a unas 3,000 escuelas de alrededor del mundo.
"Ella tenía un tipo de motivación diferente a la de muchos estudiantes", dice Newhouse sobre Rivas. "No creo que ella tiene una noción preconcebida del fracaso. Ella tiene un deseo poco común por triunfar".
Shalom Sánchez, una entrenadora de SRLA, entrenó a Rivas para sus primeros dos maratones. "Ella siempre estaba retándose a sí misma, y no era solo cuando corría. Ella se impulsaba con actividades en la escuela", Sánchez dice. "He trabajado con cientos y cientos de niños, pero rara vez ves uno que tiene el carácter que ella tiene. Ella siempre quiso crecer".
Rivas terminó su primer Maratón de Los Ángeles, desde el Dodger Stadium al muelle en Santa Mónica, en 4 horas y 31 minutos; ella culminó segunda entre los corredores de Foshay. Era un día cálido de marzo, y las temperaturas alcanzaron los 88 grados, y Rivas tuvo dificultades en las colinas cerca de la milla 18. Pero el obstáculo más grande en la milla 22. "Empecé a llorar. Pensaba en mi madre", dice ella. "Yo hacía todo esto para demostrar que ella estaba mal". Cuatro millas después, cuando ella llegó al muelle: "Sentí algo que nunca he sentido antes. Como si todo fuese posible. En ese punto me di cuenta que me enamoré con el deporte de correr. Era algo que quería seguir haciendo".
Esta vez se preguntó a sí misma, "¿Cuándo puedo correr el próximo?"
EL SIGUIENTE será el que quiebre el récord de Guinness. Tendrá lugar en la ciudad donde llegó hace 18 años sin saber por qué estaba ahí. Ahora tiene una razón. "Ojalá que mi historia inspire a alguien a ir por [el récord]", dice Rivas unos pocos días antes de correr el Maratón de Los Ángeles, su centésimo. "Eso es algo que aprendí en esta travesía. La gente piensa que un título le pertenece a alguien. No, un título no le pertenece a nadie. Le pertenece a la humanidad. Es sobre cómo empujas el cuerpo humano".
Rivas ha tenido que empujar su cuerpo -- y su mente -- más de lo que originalmente tenía planeado para ponerse asidecerca del récord de Guinness. Culpen al COVID-19 para ello. El 8 de marzo de 2020, ella corrió su maratón no. 56. Ella tenía planes de correr 44 más para fin de año -- y quebrar el récord de Guinness con tiempo de sobra. Pero entonces la pandemia lo cambió todo. Sus próximos 20 maratones programados todos se cancelaron. De repente, ella había perdido control de su búsqueda por el récord, por no hablar de cientos de dólares no reembolsables en cuotas de inscripciones. "Yo estaba tan molesta. De veras perdí toda mi motivación para correr", Rivas dice de aquellos primeros días de la pandemia. "Pasé de correr un maratón cada fin de semana a simplemente no correr. Fue muy difícil".
Julie Weiss, quien una vez corrió 52 maratones en 52 semanas, le aconsejó a Rivas a lo largo del paro de carreras. "Cuando noté que ella estaba deprimida o quería rendirse porque se estaban cancelando tantas carreras", dice Weiss, una corredora del área de Los Ángeles, "Yo le dije, 'Estará bien; de hecho, estará mejor que bien. A veces te estiras para alcanzar esta meta, y esperas que sea de cierta manera, pero será aún mejor debido a estos obstáculos que has tenido que superar'".
Apareció un rayo de esperanza en julio. A través de una página de Facebook poblada por fanáticos de los maratones, Rivas se enteró de una carrera en algún lugar llamado Brooklyn Park, Minnesota, y agarró uno de los últimos de los 30 registros. Ella corrió con una mascara, y una fe renovada de que tal vez todavía había una manera de llegar a 100 para la fecha límite de enero 2022. Desde ese maratón, ella ha promediado tres cada mes, un ritmo enriquecido por el hecho de que corrió seis maratones en nueve días este pasado mes de diciembre hasta enero. Ella no los corre particularmente rápidos. Usualmente termina al menos una hora más lento que su marca personal de 4:12. Pero siempre termina.
En el proceso se volvió en su propia agente de viajes, explorando por carreras apartadas de la ruta principal en lugares como Beaver Canyon, Utah, y Bachman Lake, Texas. Rivas, de día una ingeniera de soporte técnico para una empresa de software, ha descubierto cuándo salen las mejores tarifas ("Martes por la noche", confía ella) y cómo encontrar una pensión de $30 con restaurantes veganos cercanos. Ella ha viajado a 14 estados para competir en las carreras, incluyendo seis viajes tan solo a Texas. Cuatro veces ha corrido maratones en días consecutivos.
Los maratones la han llevado a los desiertos de Utah y a la región vitivinícola del norte de California. En una corrida solitaria en Ocala, Florida, cuando pensó que un animal la perseguía. En una corrida en Luisiana con tragos de mimosa cada tantas millas. Y luego estaba el maratón en El Paso, Texas, donde, en la milla 24 y a pocos pies de la frontera mexicana, ella recuerda decirse a sí misma, "Caray, si cruzo esa frontera, todo cambia para mí".
Rivas conoce sus límites, aunque esos límites son a menudo unos que la mayoría de los corredores jamás tienen que considerar. Por ejemplo, DACA no le permite viajar a maratones afuera de los Estados Unidos. Y no puede olvidar fechas límites críticas -- como renovar su status de DACA cada dos años -- solo porque está corriendo en una carrera. Y cuando está calentando antes de un maratón o hacienda enfriamiento después de uno, es raro que vea a un corredor que se vea como ella. "En cuanto a los maratones", dice Rivas, "los latinos no sienten que están siendo representados".
Pero ella también ha descubierto cuán potencialmente ilimitadas son las posibilidades para ella. Evelin Rodríguez fue a la prepa con Rivas y ha corrido algunas carreras de 5 kms. con ella. Y como su amiga, ella es una Soñadora, oriunda de México. "[Rivas] persigue lo que yo diría es el sueño americano", dice Rodríguez. "¿Quién hubiera pensado que al correr maratones ella hubiese cambiado su vida?".
Sí, siete años de correr han cambiado a Jocelyn Rivas. Antes de su primera milla con Students Run LA, ella cometió el error de comer una bolsa de Cheetos picantes. Hoy es vegana. Esa primera milla también fue la primera vez que corrió con zapatillas de correr. Ahora, diferentes compañías de zapatos le envían muestras para probar. Y cuando ella terminó su primer maratón en aquel cálido día de Los Ángeles, llevaba una sonrisa que muchos adolescentes han visto en el espejo: frenos de una muela a otra. Mientras está por correr su próximo maratón, su sonrisa reflejará otra cosa.
"Mucha gente no conoce la historia de los Soñadores y o no saben lo suficiente sobre los Soñadores para ponerle cara", dice Rivas. "Ellos pueden decir, 'Mira, esto es solo un ejemplo de una Soñadora, una de 800,000. Solo están aquí para seguir su sueño'". Y llegar a la meta.