MÉXICO -- El estadio Azteca vibraba y temblaba. Así lo encontré. Dos semanas después de aquella épica final americanista, el coloso, temeroso, volvía a recibir a más de 80,000. Y el vaivén continuó con el himno, los aviones y los helicópteros del ejército mexicano. Como si hubiéramos ligado fiesta. De un antro a un "after", vaya.
El rugido empujó a los verdes por 15, tal vez 20 minutos, pero no fue a más. Y en parte por lo poco que se transmite desde la cancha. La afición se va distrayendo entre la cerveza, las edecanes, las papas, la pizza o los ingeniosos gritos. Y en la cancha la distracción es generada por la ansiedad, la imprecisión, por tirar centros sólo por tirarlos, por revolucionar un juego que vive desenfrenado. Pero sin cerebro. Sin confianza. Sin autoridad.
Históricamente México pocas veces, o casi nunca, ha convencido en eliminatorias. Y la gente, comprando aquello de la generación dorada, exige y aprieta. Chicharito y De Nigris fueron referencia de marca y a Costa Rica nunca le sobró algún central. Le hubiera sobrado, si como es el estilo de Chepo, jugaba con un solo delantero. Y Gio, hoy en la banca, hubiera aprovechado sus arranques desde una zona menos congestionada.
Lejos quedaron aquellos tiempos en que la marea verde metía miedo a sus rivales en apenas un cuarto de hora. Y entonces, al minuto 20, los que visitaban el Azteca pedían esquina, se aterrorizaban y querían volver a sus países en el primer vuelo. Hoy Costa Rica fue ganando en confianza y se dio cuenta de sus fortalezas. Pero sobre todo de las debilidades del de enfrente.
En el complemento menos idea, más intensidad, más revoluciones pero sin alguien al volante. El piloto automático en el futbol es casi como el suicidio. Y México volteó una y otra vez con su capitán, y el capitán, sólo respondió hasta ya adulto el segundo tiempo con Jiménez y Aquino en lugar de Aldo y Barrera. O lo que creímos ver de Barrera, un caballo de sangre, que sigue corriendo pero de frente y sin pelota. Esa tan caprichosa con quien la trata mal. Y este martes México no la consintió.
Con un enganche y dos puntas el equipo mejoró. Todo mientras los ticos en la tribuna comenzaban su festejo como si de un título se tratara. O de un pase al Mundial. No estaban muy equivocados. La Sele sale fortalecida y da un paso firme a Brasil 2014.
Y entonces continuó el espectáculo fuera de la cancha. "Fuera Chepo" se insinuó en el Azteca. No de todos, fue tímidamente. Barrera aún sueña el abucheo unánime. Bryan Ruiz sigue esperando cobrar el tiro de esquina que decenas de cervezas y botellas le impedían. O eso inventó. Curiosamente le rompió el ritmo al partido cuando el mejor era Costa Rica. Justo cuando Corona, cuándo no, había sacado una y se había equivocado en otra.
Los dos córners para México en la eternidad de 7 minutos de compensación despertaron al Azteca. Al monstruo que durmió por dos semanas pero que aún temblaba y rugía. La afición se volcó e invitó a Corona a sumarse al ataque. "Como Moi", gritaban.
Entonces temblé y abrí bien los ojos. No puede pasar otra vez, pensé. No me equivoqué. Hoy jugaba un equipo ansioso, impreciso, amarrado, presionado. Y este es un deporte que no se puede jugar con ansiedad. Se juega con diversión, con confianza. Es eso, un juego, aunque ya a estas alturas empieza a ser más serio. En sus manos, o en sus pies, está el verano de 2014 de este país.