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Cuentos del camino

Es cierto que son largos los viajes en bus a las instalaciones de los Juegos Panamericanos, pero no por eso son aburridos, al menos si mantenemos los oídos abiertos y los ojos alejados de los teléfonos 'inteligentes'. Aquí algunas de esas historias que se han quedado en el tintero de esas travesías.

De sanjuanero a sanjuanino y una estatua

En el bus de camino a Markham, me encontré con Lisandro Peyrán, un reportero que trabaja para 'La excusa deportiva' de Radio Antena, en San Juan, Argentina. Le comenté que soy de San Juan, Puerto Rico y que eso al menos nos unía.

Mucho más que eso. Él me regaló una fabulosa leyenda que involucra a ambas ciudades y que después de consultar con varios historiadores urbanos de la Isla, me he dado cuenta de que nadie la conocía en mi país.

Relata Lisandro, según le contó alguien, que le contó alguien, que le contó alguien, que a principios del siglo 20, una réplica a escala de la Estatua de la Libertad, esculpida por el propio Frédéric Bartholdi, debía ser enviada a San Juan, Puerto Rico como obsequio a la entonces nueva posesión estadounidense. La leyenda urbana relata que por un error, posiblemente desconocimiento de las autoridades o un descuido de los capitanes del barco, la obra fue a parar a San Juan, Argentina.

Ante la confusión y sin nadie que la reclamara desde la capital de la isla caribeña, el monumento de tres metros terminó a un almacén, en donde permaneció por varios años hasta que llegó un intendente que preguntó por ella. Olvidada quizás por San Juan, Puerto Rico, el funcionario decidió sacarla del oscuro depósito y colocarla en una plaza que ahora se llama acertadamente 'Plaza de la Libertad'.

"Lo cierto es que la estatua llegó al país en 1909 y pasó un tiempo guardada en el depósito sin que nadie
reclamara nada (lo que alimenta la versión que su verdadero destino era Puerto Rico)", comentó un compañero de Lisandro, consultado por este para salvar mi curiosidad. "Un funcionario del gobierno sanjuanino decidió instalarla en el Parque de Mayo, pero luego fue retirada y finalmente en 1931 quedó asentada en la plaza principal de la localidad Villa Aberastain, que ahora se llama plaza de la
Libertad".

"Es un buen punto de referencia para llegar a mi casa y un monumento que disfrutan los sanjuaninos", dijo Lisandro. "Y lo tengo gracias a que no llegó a San Juan, Puerto Rico".

Pedro Pablo y los 17.89 metros

En un momento de mi juventud, fui atleta. Mi evento era el triple salto y mi referente era el brasileño Joao Carlos de Oliveira. En esos sueños nocturnos previo a una competencia, me veía en un estadio olímpico, rompiendo el récord mundial de 17.89 metros que estableció en los Juegos Panamericanos de 1975 en México y que sigue vigente en los libros de la justa hemisférica .

Cuatro años más tarde, ví a Oliveira en los VIII Panamericanos de San Juan 79 cuando revalidó su oro en el triple salto, pero se quedó corto de romper el record mundial. Unos años más tarde, tristemente, perdió sus poderosas piernas en un accidente de tránsito.

A 40 años del logro de Oliveira, aquí estoy en el estadio panamericano de la Universidad de York, atento a la posibilidad de que Pedro Pablo Pichardo establezca una marca mundial o que al menos, rebase la marca de 17.89 metros. Tuve la suerte de estar bien cerca de la fosa de saltos, atento al lado del cartel que marca las cercanías de los 17 metros.

En cuatro de seis oportunidades, Pichardo rebasó los 17 metros, pero no lo suficiente para borrar para siempre la marca que me hacía soñar en mi adolescencia.

Lo lamenté. En julio de 1989, ví a Javier Sotomayor romper la barrera de los 8 pies (2.44 metros) ante mis ojos en una caliente noche en San Juan y anhelaba ver otro hito similar.

Pero de camino a la conferencia de prensa, me alegró que Pedro Pablo no lo hiciera el viernes. Quedan otras competencias en la temporada, y para ser franco, me alegra que el 17.89 permanezca otros cuatro años en los números panamericanos. Bueno, y si no lo rompí yo, que lo rompa Pedro Pablo en Lima 2019.

Las recomendaciones de Khadija

Los padres de Khadija Waseem deben estar muy orgullosos de su hija. A punto de cumplir 20 años en agosto, Kadhija es estudiante en la Universidad de Toronto, habla cinco idiomas y es una excelente voluntaria, asignada a coordinar el complicado sistema de transportación en la sede de Markham, donde se lleva a cabo el tenis de mesa y los deportes acuáticos.

Durante una larga charla ocasionada por un retraso en la llegada de un autobús, Khadija, buena conversadora, me recomendó los mejores restaurantes pakistaníes, afganos, indios de la ciudad ("en estos puedes comer muy bien por poca plata"), me dio un ejemplo de la diversidad de la ciudad ("tomo una clase en la que hay 10 estudiantes, y todos somos de nacionalidades distintas"), y me explicó en tres minutos cómo llegar desde mi hotel a cualquier parte de la ciudad. Todo, mientras hacía gestiones por radio para conseguirme un vehículo que me transportara de inmediato al centro de prensa.

"Trae a tu hija a Toronto un día", me dijo cuando entraba al auto. "De seguro nos vamos a divertir mucho aquí".

Para la penultima jornada de este largo relevo, le paso la estafeta a Tlatoani Carrera.