LOS ÁNGELES -- Les hacemos creer que son invulnerables. Y lo hacemos hasta que ellos mismos crean que son invulnerables.
Les hacemos creer que son irrompibles. Hasta que ellos mismos crean que son irrompibles.
Les hacemos creer que son eternos. Hasta que ellos mismos crean que son eternos.
Les hacemos creer que son invencibles. Hasta que ellos mismos crean que son invencibles.
Les hacemos creer que son inmortales. Y lo hacemos hasta que ellos mismos crean que son inmortales.
Les hacemos creer que sólo deben ser ganadores, porque sino, serán sólo perdedores. Hasta que ellos mismos crean que sólo deben ser ganadores, porque sino, sólo serán perdedores.
Les exigimos que sean sobrehumanos. Hasta que ellos mismos crean que son sobrehumanos.
Les exigimos que sean héroes de ficción. Hasta que ellos mismos crean que son héroes de ficción.
Les exigimos que sean máquinas engendradoras de nuestras fantasías. Hasta que ellos mismos crean que son máquinas engendradoras de sus fantasías.
Les hacemos creer que son los adalides, los colosos, de nuestras ilusiones y sueños. Hasta que les hacemos creer que son los adalides, los titanes, de las ilusiones nuestras y suyas.
Hasta que un día, simplemente, se colapsan. Un día, simplemente, se desploman. Un día, simplemente, se derrumban.
Porque los futbolistas, los atletas en general, no son, no han sido, ni serán, esa ya imperfectible perfección que ellos y nosotros creemos que pueden y deben ser.
Y un día se desvanecen ante nosotros. Como Christian Eriksen. Como Christian ‘Chucho’ Benítez. Como Antonio de Nigris. Como Vivien Foé. Como Iker Casillas. Como Serginho. Como Fabrice Maumba. Como tantos otros…
En zona mixta, en el Mundial de Brasil, Javier ‘Chicharito’ Hernández explicaba: “No somos superhombres, ni personas perfectas. Somos tan frágiles y tan fuertes como cualquiera de ellos (los aficionados)”.
Milan Kundera, en ‘La insoportable levedad del ser’, escribe: “Aquel que quiere permanentemente llegar más alto, tiene que contar con que algún día le invadirá el vértigo”.
Morten Boesen, el médico de la selección de Dinamarca, fue brutal en su aseveración. “(Eriksen) estaba muerto y lo resucitamos”, luego del paro cardíaco, mientras los daneses enfrentaban a Finlandia dentro de la Eurocopa.
Este lunes, Eriksen envió un mensaje a través de La Gazzetta dello Sport. “No me daré por vencido”.
“Me siento mejor ahora. Pero quiero entender qué fue lo que pasó”, explica el futbolista de 29 años, de acuerdo con un comunicado entregado por su representante.
Un relato de terror, ficción y victoria. Eriksen cruzó el umbral entre la vida y la muerte. Y regresó de la nada al todo. Con sólo una descarga del desfibrilador. Sí: “La insoportable levedad del ser”.
La verdad relevante es que el futbol se ha convertido en un desalmado acto de canibalismo. Traga, eructa y vuelve a tragar.
Lamentablemente, Eriksen es hoy noticia, mañana será anécdota, estadística. Del “juego del hombre”, diría Ángel Fernández, a “Los juegos del hambre”, reclamará Hollywood.
Que la FIFA debe revisar sus calendarios. Que los clubes deben revisar sus protocolos de salud. Reclamos airados de otros, de los que también debemos sentirnos culpables. Cuervos frustrados ante el ataúd abierto y vacío.
¿Es Eriksen más víctima de su pasión o de nuestro consumo? Tal vez ambas. O tal vez ninguna. Pero, discutamos a Einstein: “Nunca creeré que Dios juega a los dados con el mundo”.
Ciertamente, hay escenarios indescifrables. Eriksen, según su entorno, es un personaje disciplinado y ordenado. El almanaque del futbol consigna casos dramáticos de futbolistas desordenados y casi sempiternos, perennes.
Las tragedias inconclusas, a veces, terminan por ser inútiles, lamentablemente, especialmente entre los maestros de la mezquindad en el futbol.
Al final, porque esta vez los cuervos no se vistieron de luto, puede ocurrir que pase desapercibido este mensaje, este reclamo de Eriksen y de La insoportable levedad del ser: “Pero (si) un acontecimiento no es tanto más significativo y privilegiado, ¿cuántas más casualidades son necesarias para producirlo?”.