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El Diablo se arrima al cielo con El Nido en llamas

LOS ÁNGELES -- El Nido en llamas. Y el Infierno, también. Toluca les prendió fuego. El Diablo es un pirómano por destino y por vocación. 3-2, a fuego, en el pecho del América.

Y mientras el Diablo se asoma al cielo de la Liguilla, el América aún no puede ni balbucear ni silabar cla-si-fi-ca-ción. El sueño de uno es la pesadilla de otro. Uno todo que ganar, otro todo que perder.

3-2, el Infierno de fiesta en el santificado Domingo de Resurrección. Paradojas inocentes del fútbol. Y claro, Judas llegó con atraso, pero puntual a la traición y a su tradición: Luis Enrique Santander hizo negocio, recibió 30 monedas por sus neuronas... al nacer.

Jornada espectacular. Las divinidades y las aberraciones del futbol en ese drama de 90 minutos: grandes goles, grandes atajadas, grandes los postes, grande la entrega, grande la astucia y mezquindad táctica del maestro LaVolpe y su escolapio Herrera.

Y claro grandísimos, pero requetegrandísimos... mequetrefes los que asigna la Comisión de Arbitraje para el VAR y para la cancha, con el propósito de ejercer la justicia, peor encontrando los caminos torcidos para corromperla.

Cierto: el Toluca jugó el mejor partido del torneo. El Diablo Mayor --caracterización gratuita en el caso de LaVolpe--, envió a su horda de diantres a su jornada de consagración.

Claro, LaVolpe les recordó que la presa es el manjar más codiciado por el canibalismo de la Liga MX. El menú incluía fiambre del #ÓdiameMás. Y se atascaron de gula.

En el contraste, América herido de ausencias, algunas físicas y otras mentales (¿en dónde deambulas Mateus Uribe?). Menéz, Castillo, Oribe, Benedetti, Ibarra y contando.

Con Toluca, hasta quienes el viernes usaban muletas, se reportaron con temple de espartanos. El tónico reconstituyente del #ÓdiameMás, obra milagros. En casos como el de este domingo, garantiza contratos.

El partido y la partida prometía ser trabado. Muchos peones y pocos alfiles. Pero, al minuto cinco, Mancuello puso la soga en ese cuello donde una vez puso la mano su ex técnico Hernán Cristante: en el cogote de Miguel Herrera.

Y ahí, a partir de ese gol que toma de bobalicones a Bruno Valdez y a Emanuel Aguilera, el juego prefabricado en los pizarrones, se va al demonio, por culpa de los demonios escarlatas. Y fue, a partir de ahí, a puro regocijarse desde fuera, con el averno crepitante de la cancha.

Cierto, Santander, embajador del descrédito, la deshonra y la ruindad arbitral, auxiliado cabalmente por los bártulos del VAR, en su torpeza, colaboró para agregarle ese estrujante sabor de la sospecha, de la rabia, de la indignación, para lo que se debe ser o bastante maquiavélico o suficientemente alcornoque. O ambas cosas.

La lista de pecados de Santander durante los 90 minutos no se expía en una Cuaresma. Perdona tarjetas, se niega a marcar penaltis, hace de la Ley de la Compensación un catálogo de injusticias. Y claro, desde el bunker ambulante del VAR le crean más conflictos para discernir.

Roger Martínez y Sebastián Córdova ponen arriba al América, pero LaVolpe ya tenía el antídoto en la cancha al descubrir una zona muerta del América. Envía a Alexis Canelo, jugador líder del Club Anonimato FC (zombi en Chiapas y Puebla), pero quien pepena dos balones en el corazón del área americanista.

América intenta, aprieta, se angustia, se desespera, y al final se entera que su monarquía vigente está tan firme que hasta Lobos BUAP lo tiene a tiro de piedra en la carrera rumbo a la Liguilla, además claro del mismo Toluca, Tijuana y Puebla.

Al final, LaVolpe se saluda con todos. Luzbel bendice a sus diantres en el Infierno, pero la estampa final, en un cameo, en una toma de televisión es la más genuina: esa sonrisa egoísta, ególatra, propia, íntima, de que para él, la victoria, va más allá del marcador, de la Tabla General, del torneo mismo, va hasta ese predio personal donde el orgullo arma su propio carnaval.