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Nacho Trelles, el hombre que revolucionó el fútbol

LOS ÁNGELES -- El próximo trofeo de campeón que entregue la Liga MX ya tiene nombre: Nacho Trelles. Falleció este miércoles a los 103 años de edad.

Las leyendas del futbol se sienten incómodas en los museos. Su santificación, pagana, debe consumarse en la cancha.

Nacho Trelles --describió a Excélsior-- descubrió el futbol como migrante. Su familia viajó a radicar en México, procedente de Guadalajara. Basquetbolista de oficio, en las inmediaciones de la estación de trenes en Buenavista, vio a mozalbetes disputando un balón con los pies.

En ese momento de azoro, nunca se imaginó que cambiaría la percepción de ese deporte en México, no desde la cancha, sino desde sus linderos. Los mejores directores de orquesta fueron malos solistas.

El futbol es cruel. A Nacho Trelles le fracturó una rodilla para enviarlo a la banca. Ahí protagonizaría enciclopedias de gestas, anécdotas y… marrullerías.

Quienes siguieron su trabajo como técnico de la selección mexicana, aseguran que ya en 1962, en el Mundial de Chile, cuando hablar de atacar con la línea defensiva era demencial, trataba de convencer a sus laterales de ser una línea extraordinaria de apoyo y sorpresa a la ofensiva.

No fue, revelaban, muy convincente con José Jamaicón Villegas y Arturo Chaires. “Los defensas, defienden”, encontró como respuesta, incluso del primero de ellos, que fue uno de los pocos zagueros en el mundo que pudo mantener quieto al legendario Garrincha.

“La historia la escriben los que innovan, y que hacen que otros trabajen para innovar”, aseguraba Steve Jobs.

En tiempos en los que el lateral que se niega a ser carrilero, es excluido del futbol, parecerá inverosímil, creer que hace 58 años, Nacho Trelles intentara esa osadía táctica. No funcionó porque los tiempos del futbol se apegaban a esquemas estrictos.

En ese Mundial, México venció a Checoslovaquia en la fase de grupos, a la postre subcampeón del mundo, cediendo ante Brasil y Garrincha, y mediando uno de los actos de mayor corrupción en un Mundial, porque el genial cazcorvo amazónico no debió jugar la Final, al ser expulsado en el partido anterior.

Emblema de Cruz Azul, al cual sirvió hasta el último de sus días, y tutor de grandes entrenadores mexicanos, era un poseedor de récords que hoy algunos técnicos han igualado estrictamente por la bendición de los torneos cortos, como Víctor Manuel Vucetich y Ricardo Ferretti.

Durante la semana hacía todo lo legítimamente posible para preparar un partido y ganarlo. Convencido de que cada Aquiles era tan fuerte como su talón, escudriñaba sobre las debilidades del adversaria y las amalgamaba a las fortalezas de su equipo.

Si en el trámite fortuito de 90 minutos, había que sacar un truco de la chistera de la marrullería, él era el indicado. Su repertorio crecía semana a semana.

Con dotes de líder, Trelles puntualizaba durante el entrenamiento, y después del mismo, las labores de cada jugador en la suma total del equipo. “Si un jugador no entiende, si no hace lo que debe ser, el equipo se debilita”, explicaba.

Ejercía el liderazgo de la cabeza de parvada de los patos salvajes, al que no sigue por la potencia de su graznido, sino por su estilo de vuelo. Convencer sin intimidar, el mejor sello de caudillaje. “Un líder es un promotor de esperanzas”, aseveraba Napoleón Bonaparte.

Y claro, había otro Nacho Trelles. El que al genio le agregaba el ingenio. La picaresca como forma de vida. Dirigiendo al Zacatepec, ordenaba dejar crecer el pasto del Estadio Coruco Díaz, y él mismo se encargaba de regar la cancha antes de los partidos.

El calor infernal, más la humedad cómplice que disparaba el terreno de juego, consumían al adversario. “En la guerra y en el amor, todo se vale”, solía explicar.

Y si había que poner freno al adversario, Nacho Trelles irrumpía en la cancha para desatar la cólera arbitral. O desde su banca aparecían uno o dos balones en el campo de juego, obligando a que se detuviera el juego.

El mismo Viejo Zorro, como le llamaban, narró alguna vez, que el árbitro peruano Arturo Yamasaki lo enfrentó: “O se va usted de la cancha o me voy yo”. “Váyase usted, porque yo aquí (en la banca) estoy muy a gusto”, le respondió Trelles. Yamasaki paró el partido y se fue, relata el diario AS.

En un desglose de anécdotas, recuerda cómo a dos de sus ilustres dirigidos y discípulos, los sorprendió en lo que hoy se llama “brunch neoyorquino”. Supo de la fuga de Antonio Carbajal y Raúl Cárdenas de la concentración de la selección mexicana, y fue tras ellos.

Cuando ambos jugadores convivían con unas señoritas de la vida galante, Trelles le pidió el corbatín, la filipina y la servilleta a un mesero, para atender a los tránsfugas tricolores: “Qué les puedo servir a los caballeros”. Regresaron al hotel con la cola entre las patas, según relató a Excélsior en 2015.

Nacho Trelles no sólo fue una incubadora de títulos, y de, tal vez, la mejor versión de Cruz Azul de la historia. También lo fue de entrenadores, de directores deportivos y de jugadores a los cuales reencauzó en la devoción de su oficio.

“Que hagan lo que yo les digo, no lo que yo hago a veces”, explicaba una vez Nacho Trelles, quien una vez en polémica con José Antonio Roca, le dijo: “Todo lo que él sabe (como entrenador) yo se lo enseñé, pero no le enseñé todo lo que sé como entrenador”.

Alguna vez, dirigiendo a Cruz Azul lo bromeábamos por su resquemor hacia el periodismo. “En casa del herrero, azadón de palo”, haciendo referencia a que su hijo Eduardo Trelles eligió los medios de comunicación para convertirse en un notable analista. “Ya ve, se me descarrió”, contestó riéndose, aunque siempre estuvo muy orgulloso del oficio de su vástago.

Él fue el precursor de las zonas mixtas y los entrenamientos a puerta cerrada, para marcar fronteras entre los medios y los protagonistas, en tiempos en los que era factible para el reportero, plantarse pisando la cancha de entrenamiento.

En uno de esos entrenamientos en las instalaciones de Cruz Azul, en el Seminario de Acoxpa, de repente aparecieron unos postes pequeños y delgados, unidos por un cordón. El grupo de reporteros caminamos hacia él como cada día.

Volteó hacia y nos dijo: “Ustedes trabajan de ahí (esa cerca improvisada) para allá…”. “Pero es un cordón”, le respondió este reportero. “Sí, pero ustedes hagan de cuenta que es el Muro de Berlín”, dijo y dio media vuelta hacia la cancha de entrenamiento, mientras movía la cabeza, indicándole a un tipo que su chamba era mantenernos a raya.

El técnico brasileño Evaristo Macedo, aseguraba que el futbolista y el entrenador, “son como las vacas, no podemos vivir lejos del césped”.

Y Nacho Trelles no puede vivir en un museo, las leyendas del futbol se sienten embarazosas ahí. Deben eternizarse en la cancha o, al menos en el nombre de un trofeo, como ese, el de la Liga MX, que tanto anhela Cruz Azul desde hace 22 años, y que parece más cerca que nunca.

O Cruz Azul podría llegar a un acuerdo con el Estadio Azteca mientras construye su propio coliseo. Que mantenga su nombre cuando juegue el América y que se le pueda oficializar como Nacho Trelles cuando juegue La Máquina como local.

Guardando las distancias, las culturas, las circunstancias y los motivos, algo así como un histórico escenario en Italia, donde juegan Inter y Milan, que va del San Siro al Giuseppe Meazza.

Porque Nacho Trelles encaja en la cavilación de Lao Tzu: “Un líder es mejor cuando la gente apenas sabe que existe. Cuando su trabajo está hecho y su meta cumplida, la gente dirá: ‘Lo hicimos nosotros… por él’”