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América, o cómo el fin justifica los medios... ¡Y los miedos!

LOS ÁNGELES -- Al América le ofrecieron un paraguas y Santiago Solari lo transformó en un búnker. Inexpugnable. Guerra avisada, no mata soldado. 0-0, el luminoso y tristón bostezo en la pizarra de Ciudad Universitaria.

El Nido sale del cubil de Pumas, tal y como le gusta al mismo Solari: goleando y ganando 0-0, con la firma autorizada del reglamento de competencia. La posición en la tabla es el juez supremo. Tal vez no imparte justicia, pero imparte la ley.

En el futbol, generalmente, el 0-0 es un fin que justifica los medios… ¡Y los miedos! En este caso, los de Solari. No quiere morir de audacia como en la Liguilla anterior, sino vivir, sin remilgos, al amparo de sus múltiples cerrojos. Un fortín ambulante.

Y la sabiduría popular es vehemente e irrefutable: la culpa no la tiene El Indiecito, sino el que se lo hace compadre. Hay diferentes caminos al título, y él ha escogido el más escabroso, el más áspero, el más tacaño, el más huraño con el futbol.

Cierto, el América narra su grandeza con historias de terror o de ficción. Pero no defraudaba, no aburría. Cosechaba ovaciones, donde hoy, sus hipnotizados aficionados, apenas bostezan.

Para someter al miedo, hay que abrazarse al peligro. Pero, Solari, para someter el peligro, decide abrazarse al miedo. Eso no es el América legendario, pero, tampoco tiene jugadores legendarios, apenas correloncitos de medio pelo.

Ojo: no sorprende ni debe ir al paredón por ello. El Indiecito ajustó a su tribu ante la ausencia de su mejor guerrero, Pedro Aquino. Nadie extrañó al peruano, porque el colectivo hizo tanto, que el trabajo defensivo lo hizo mejor que él mismo.

El técnico eligió mover todo su rompecabezas. En los ajustes, las licencias de que goza Aquino en la cancha, Solari se las asignó al paraguayo Richard Sánchez, el hombre que mejor pisó el área contraria por el América y que irrumpía en las escasas zonas libres que dejaban los incansables Pumas.

¿Defensivo el América? Sin duda. ¿Represivo? A su estilo. Porque exaspera, porque desgasta, porque abruma, porque fastidia, porque confunde. Y claro, aburre, afea el futbol.

El Nido no concede tiempo para pensar, para maquinar. Se dedica a maquilar puntos, y en este caso a maquilar tiempo, para que el reglamento le dé la bendición papal del liderato general el próximo domingo en el Estadio Azteca.

No es fácil descifrar a las Águilas. Esa artimaña americanista de hacerle creer al rival que es el dueño del balón y del partido, alborotó las ilusiones de Pumas, hasta que los universitarios entendieron que los cambios que iba orquestando Solari, tenían una emboscada agregada.

No tuvo suerte el América, pero el gran peligro no era Federico Viñas, ni Henry Martin, ni Roger Martínez. Los peligros embozados, eran eventualmente las apariciones de Richard Sánchez y de Miguel Layún, mientras Álvaro Fidalgo era el escudero que secundaba o terciaba, en la marca sobre Pumas.

Por eso Alfredo Talavera tragaba amargo cuando la segunda línea aparecía a las espaldas descuidadas de su defensa. Y perdona una vez Layún y otra más Richard Sánchez.

Nada qué asombre ni azore. Ese es el dogma de este América de Solari. No es su culpa. Tiene uno de los planteles más lastimeros y lastimados del futbol mexicano. Un equipo hecho de músculo y hormonas, porque los que cobran como talentosos, han decidido arruinar su carrera, como Sebastián Córdova.

¿Pumas? Hizo todo el gasto. Absolutamente. Intentó generar futbol, se plantó ante Guillermo Ochoa, le sacó soponcios, le sacó hipo, le sacó rezos y jaculatorias, pero no lo obligó a sacar el balón de su arco.

Fue tan gallarda la exhibición de Pumas, que fue el equipo que terminó más agotado y agobiado. Entendía plenamente que necesitaba de la victoria para que la encerrona en el Estadio Azteca, el próximo sábado, no sea de nuevo un martirio táctico.

Porque si Pumas deslumbró recientemente ante Toluca y Cruz Azul, su empuje y compromiso fue superior este miércoles por la noche. Pero, le faltó el único argumento legítimo para sentenciar al América: el gol.

Entre las oportunidades que generó, alguna incluso en la casualidad de los rebotes, tal vez sólo terminó encandilado, en esa cinco posibilidades de gol, por el moméntum del juego mismo, y porque, en su turno, Diogo, Dinenno y Meritao, llegaban exigidos y azuzados.

Al final, ante la frustración de Pumas, el América abandona con la sonrisa torcida de la misión cumplida: gana y golea 0-0. El reglamento sonríe, y la justicia frunce el ceño. El fin, sabido está, justifica los medios… ¡Y los miedos!