Comúnmente, se dice que el glucógeno es el combustible principal para cualquier deportista. Se trata de un conjunto de moléculas de glucosa (polisacárido), que nuestro cuerpo almacena y deja disponible para generar energía rápida. Es decir, la moneda energética para la actividad física intensa. Sucede que el cuerpo humano es capaz de obtener energía a partir de los hidratos de carbono (en forma de glucosa) o de las grasas. Estas últimas tienen un alto poder calórico, que ronda las 9 kcal por gramo, pero es un nutriente de movilización lenta y por lo tanto nuestro organismo lo utiliza más cuando estamos en reposo, cuando corremos a ritmo muy suaves o bien cuando ya hemos agotado las reservas de glucógeno hepático y muscular. Mientras que la glucosa está presente en la sangre, disponible para ser utilizada de forma inmediata, este glucógeno es una manera que tiene nuestro cuerpo de almacenar más glucosa, y dejarla lista para ser utilizada rápidamente cuando la necesitamos. ¿En dónde se deposita?, principalmente en el hígado, aunque también en músculos y en otros tejidos. Llegado el momento de su uso, nuestro organismo lo convierte nuevamente en glucosa (un monosacárido).
A diferencia de las grasas, la glucosa es menos energética, y su valor calórico ronda las 4 kcal por gramo, pero a la vez se quema y se moviliza con mayor rapidez. Eso sí: grasa y glucosa no se utilizan como combustible de forma excluyente, sino que nuestro cuerpo va combinándolas y usado más de unas o de otras de acuerdo a diferentes factores. Por ejemplo, aunque cuando corremos a ritmos rápidos predomina el consumo de glucosa, al mismo tiempo también se queman grasas, aunque en menor proporción.
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