Jugadores, entrenadores que han encontrado en otras latitudes su mejor forma
En la NFL existe un patrón silencioso, pero imposible de ignorar: un equipo entra en caos, busca culpables, señala a un jugador o a un coach. Tiempo después ese supuesto “problema” está brillando en otro lugar, mientras la franquicia que lo dejó ir sigue atrapada en el mismo pantano. Tal vez, solo tal vez… no eran ellos.
El ejemplo más claro es Mike Vrabel. Tennessee lo soltó como si el simple acto de quitarlo del camino fuera a arreglar todo. Dijeron que su voz ya no conectaba, que el mensaje se había desgastado. Sin embargo, llegó a Foxborough —la casa donde fue leyenda— y revivió a unos Patriots irreconocibles: 9-2, líderes del Este, ocho victorias seguidas y una cultura resucitada desde la raíz.
¿De verdad ese era el problema? Porque los Titans siguen sin encontrar rumbo ni con GPS.
La historia se repite con Davante Adams. En Las Vegas, el proyecto que prometía resucitar su química con Derek Carr terminó siendo un incendio controlado… mal. Luego aterrizó en unos Jets quebrados de estructura. Muchos insinuaron declive. Falso. En Los Ángeles volvió a ser él: nueve touchdowns en nueve partidos, presencia dominante semana tras semana. El talento nunca se fue; lo que faltaba era el ecosistema adecuado.
Y si hablamos de nuevos aires, pocas historias hablan tan fuerte como la de Sam Darnold. Los Jets lo etiquetaron como fracaso. Carolina lo recibió sin plan. San Francisco intentó reconstruirlo desde el fondo del depth chart. Y entonces llegó la resurrección: primero Minnesota, donde mostró estabilidad real. Hoy, con Seattle, es un quarterback de élite: QBR #1 (77.7), 71% de pases completos, 17 TD, y actuaciones quirúrgicas como aquel 16/16 con cuatro anotaciones. No es magia. Es estructura. Es confianza. Es un sistema que, por fin, funciona.
Aaron Rodgers entiende bien ese fenómeno. Tras una etapa turbulenta en los Jets y cuestionado por su edad, cayó en Pittsburgh… y ahí está: liderando la AFC Norte, recordándole a todos que su nivel nunca fue el problema. El ruido estaba en otro lado.
Pero el caso que explica este ciclo con una claridad brutal es Daniel Jones. Los Giants lo soltaron como símbolo de decepción: lesiones, dudas, récords que se desplomaban. Pasó waivers sin que nadie lo reclamara. “Contrato tirado a la basura”, decían. Hasta que encontró un entorno real: Minnesota lo levantó; Indianápolis lo confirmó.
Van 1,790 yardas, 10 TD, 3 intercepciones, 71% de efectividad y un equipo que volvió a competir. Los Colts pelean por la división. Los Giants, en cambio, acaban de despedir a Brian Daboll con un 2-8 y un 20-40-1 que habla por sí solo. El problema no se fue con Jones. El problema se quedó.
Cuando lo mismo ocurre una y otra vez, ya no es coincidencia. Jugadores que salen y florecen. Coaches que se van y renacen. Franquicias que apuntan hacia afuera en lugar de mirar hacia adentro.
Tal vez nunca fueron ellos. Tal vez el verdadero problema está en las decisiones, la dirección, la cultura, en todo eso que no aparece en el box score, pero define temporadas, carreras y legados.
La NFL lo está gritando.
Falta que algunos equipos se atrevan a escucharlo.
