El técnico español se sentó en la nevera y se llevó las manos a la cabeza, incrédulo por la capacidad de reacción del Real Madrid
LONDRES -- Pep Guardiola vivió todos los estados de ánimo en la victoria contra el Real Madrid. De la sonrisa con Carlo Ancelotti en la previa del partido, al éxtasis del 2-0, pasando por la desesperación de las ocasiones falladas, el enfado por un error arbitral y la desolación del panenka de Karim Benzema. Su figura, encogido, con las manos en la cabeza y sentado en una nevera, es el reflejo de su Manchester City, incrédulo ante la resistencia blanca.
Era previsible que el buen rollo con su homólogo Ancelotti duraría poco. Unas carantoñas antes del pitido inicial, un abrazo y muchas sonrisas, que pronto se tornarían en seriedad. Semifinales de Champions y Guardiola lleva sin ganar esta competición desde 2011. No había tiempo para bromas.
Menos cuando al minuto y medio su equipo ya ganaba. Alegría, sí, pero contenida. El inicio era perfecto, pero 90 minutos, en el estadio que sea, son muy largos contra el Madrid. A los 10 minutos, otro respingo, otro gol, otro salto de celebración. Demasiado sencillo, no duraría.
La alegría del 2-0 no tapó su frustración cuando Phil Foden y Riyad Mahrez erraron el 3-0 y el 4-0. A por el argelino se fue directamente, le recriminó que fallara un pase claro y se la jugara él solo. El enfado no se explicaba con el resultado, pero sí con el miedo del entrenador a lo que vendría después. El 2-1 ni le sorprendió. Ya se ha enfrentado muchas veces contra el Madrid, ya ha perdido varias veces sin merecerlo. Ya sabe lo que es tener a esta gente al borde de la rendición y que resurjan.
Llegó el 3-1 de Foden y después la jugada que le descolocó. Un saque de banda que dio la impresión que debía ser para el City. Guardiola salió como un loco a por el linier. El Etihad bramaba. Tuvo que venir el árbitro a calmar los ánimos con una amarilla para el técnico, que se alejaba diciendo "venga, hombre".
Era solo un saque de banda, pero lo cambió todo. De ahí se creó el pase en largo para que Vinícius retratara a Fernandinho y para que el Madrid emergiese de nuevo. Lo tuvieron que volver a hundir, con un zurdazo de Bernardo Silva a la escuadra, pero la mano de Laporte que provocó el penalti para Benzema acabó con los ánimos de Guardiola.
Como si fuera Marcelo Bielsa, el español se sentó en la nevera, pero no como lo hace el argentino, para tener otra perspectiva. No como señal de identidad. Se sentó, se llevó la mano a la frente y se preguntó cómo podía estar pasando esto. Cómo en un partido que el 99 % de los equipos hubieran cedido por 5-0, el Madrid iba a salir vivo.
El panenka de Benzema le confirmó los temores que tuvo al principio del partido, y con el 1-0, 2-0, 3-1 y 4-2. Al Madrid nunca hay que darle por muerto. Nunca.