El Manchester City se enfrenta este martes al partido más importante de su historia moderna en Europa. Campeón de la extinta Recopa en 1970, el club que fue siempre segundón en su ciudad a la sombra de la grandeza y leyenda del United se catapultó al primer plano cuando en 2008 un grupo inversor de Emiratos Árabes, con Mansour bin Zayed Al-Nahyan al frente, se hizo con su propiedad. Y fue partir de 2011, con la conquista de la FA Cup, cuando pasó a convertirse en uno de los equipos de referencia, primero en Inglaterra... Y ahora ya en Europa.
Campeón de cuatro títulos de la Premier en los últimos nueve años y lanzado éste por el quinto, tercero bajo el mando de Pep Guardiola, la Champions League se ha convertido en su mayor desafío en las últimas temporadas, sentenciado en no pocas tristezas con unas eliminaciones en ocasiones sorprendentes pero siempre decepcionantes para una hinchada que, incrédula, contemplaba que el nivel de inversiones en reforzar la plantilla no alcanzaba para reinar en Europa. Ni tan solo la consideración, casi generalizada, de ser el que mejor futbol ofrecía del continente.
Pero en el idioma futbolístico de su entrenador, Pep Guardiola, la palabra persistir es ley sagrada e inviolable. Solo hay, en el credo del técnico catalán, un camino a seguir para alcanzar el objetivo y ése es a través del dominio de la pelota, del control del juego, de atacar, buscar siempre un gol más, una jugada más, un esfuerzo ofensivo que puede rayar el suicidio pero no es negociable.
El partido de ida en París fue un ejemplo de ello. Descompuesto tras una primera mitad en la que fue superado por el PSG, Guardiola retocó en el vestuario algunas cosas pero, por encima de todo, animó, y hasta exigió a sus jugadores que fueran ellos mismos. "Seamos nosotros mismos. No hay que ser tímidos. Si perdemos, perdemos... Si no llegamos a la final, lo intentaremos la próxima temporada. No hay problema. Pero hay que intentar jugar nuestro juego, mostrar nuestra identidad". El equipo dio ese paso al frente que le pidió el técnico... Y completó una remontada soberbia en una segunda mitad, excelente para quedarse a un paso, por fin, de la primera final de su historia.
Con Mahrez, con De Bruyne, Gundogan, Sterling, Foden, Walker, Rodri, Bernardo Silva y demás, el City mantiene una columna vertebral de indiscutible gusto por el juego de combinación. La pérdida de protagonismo de Sergio Agüero y la baja trascendencia de Gabriel Jesús provocan un déficit evidente en cuanto al remate y capacidad goleadora. En la Premier, que domina a placer, suma a estas alturas de la temporada 15 goles menos que las dos últimas temporadas y 22 por debajo que en el curso 2017-18, pero esa pérdida de goles la compensa con un fútbol exquisito que provoca la admiración de toda Europa.
Con Neymar y Mbappé al frente, el PSG acudirá este martes a Manchester con la intención clara de darle la vuelta a la eliminatoria. Capaz de marcar cuatro goles en Barcelona y de ganar al Bayern en Múnich, el equipo francés se sabe capaz de voltear el 1-2 de París y promete convertir el choque del Ettihad en una batalla futbolística descomunal.
Podría pensarse que su ventaja en el marcador provocase un cambio de hábitos en el conjunto citizen... Pero eso puede darse por descartado. El Manchester City de Guardiola es un equipo hecho, programado, pensado y creado solo para ser protagonista en el juego. Su credo, la clave indiscutible de su personalidad, es jugar al ataque. Combinar, asociarse, presionar y buscar siempre un gol más. No uno más que el rival simplemente, sino uno más de los que haya podido marcar.
Quizá fuera esa personalidad la que le condenó una vez contra el Mónaco o le derrumbó ante el Tottenham. Puede que su descaro siempre en el escenario le pasara factura ante el Olympique de Lyon y, quién sabe, podría hoy volver a arrastrarle a la eliminación frente al PSG. Pero no se entendería a un equipo dirigido por Guardiola jugando más con el tiempo que con el balón, más pendiente del rival que de sí mismo.
Para bien o para mal, la clave del Manchester City es el secreto más conocido en el futbol continental. Jugar para ganar. Siempre.