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La 31: Machillo Ramírez y la noche que devolvió la corona a la Liga

La Liga venció a Saprissa en el Morera Soto y puso fin a cinco años sin título nacional

El fútbol, caprichoso y cruel cuando quiere, decidió que esta vez la historia debía cambiar. En una noche que quedará tatuada en la memoria rojinegra, Liga Deportiva Alajuelense volvió a levantar el título nacional y puso punto final a una sequía que dolió, desgastó y enseñó.

El Estadio Alejandro Morera Soto no fue solo un escenario; fue un corazón latiendo desbocado. Cuando el árbitro David Gómez marcó el final, la cancha se llenó de camisetas rojinegras, lágrimas acumuladas durante cinco años y abrazos que parecían saldar cuentas pendientes con el pasado.

Este campeonato no fue un accidente. Fue la consecuencia lógica de un semestre trabajado con paciencia quirúrgica. Alajuelense ya había conquistado Centroamérica, pero el trofeo local era la herida abierta que exigía cierre. Y llegó.

El nombre que explica todo es uno solo: Óscar Ramírez. El Machillo regresó sin estridencias, sin promesas grandilocuentes. Volvió para ordenar, para reconstruir y para recordar cómo se ganan las finales. Su equipo no fue brillante siempre, pero fue sólido cuando importaba.

La noche comenzó con incertidumbre. La baja de Washington Ortega encendió viejos fantasmas, pero el fútbol, otra vez, eligió escribir un guion inesperado. Bayron Mora, joven y sin el cartel mediático, entró al arco y respondió con una actuación que lo catapultó directo a la historia del club.

Alajuelense golpeó primero. Rónald Matarrita, protagonista silencioso del semestre, puso un centro perfecto que Ronaldo Cisneros transformó en gol y en desahogo colectivo. El Morera explotó, no solo por el 1-0, sino porque la sensación era distinta: esta vez no se escaparía.

Saprissa, fiel a su ADN competitivo, respondió. Kenay Myrie firmó un gol de antología y sembró la duda. Por momentos, el fantasma de la gran final volvió a asomarse. Pero este Alajuelense no se quebró.

El segundo tiempo fue una prueba de carácter. Bayron Mora sostuvo al equipo con atajadas decisivas, respaldado por un estadio que entendió que cada intervención era media copa levantada. La paciencia, virtud instalada por Ramírez, tuvo premio.

Fernando Piñar encontró el momento justo para marcar el 2-1 y desatar la locura. Y cuando Saprissa se volcó al ataque, apareció la sentencia: Anthony Hernández corrió libre y selló el 3-1 definitivo, el gol que rompió las cadenas de la frustración.

No fue solo un título. Fue una liberación colectiva. Alajuelense volvió a sentirse grande, volvió a reconocerse campeón. La planificación venció a la ansiedad, la convicción al miedo y la fe de una afición inquebrantable encontró su recompensa.

El león volvió a rugir. Y esta vez, lo hizo para quedarse.