El Barça defendió su condición de líder. Ganó, sumó los tres puntos y ya está. Y se marchó su afición a casa preguntándose qué debe esperar el miércoles en el partido de Copa frente a la Real Sociedad... Porque lo visto frente al Getafe para nada invita al optimismo catapultado desde la semana pasada. Fue un Barça otra vez tristón y sin chispa. Y que ganó sin ninguna, ninguna, brillantez.
Avisó Xavi en la previa de la dificultad del partido, por el papel de favorito indiscutible que tenía el Barça, relanzado en su ánimo desde el triunfo en la Supercopa, y lo visto en el campo le dio la razón. Si el Getafe es una olla a presión cerca de explotar y llevarse por delante a Quique Sánchez Flores, la competitividad y orden que mostró en el césped se le atragantó al líder de mala manera, hasta el punto de encarar la recta final del choque, ganando por la mínima, con el miedo en el cuerpo.
Es este Barcelona un equipo que necesita el éxito pero también la paciencia en el camino hacia él. Y que es capaz de pasar de la excelencia en un Clásico a la deficiencia al cabo de una semana frente a un equipo menor, que solo había ganado un partido de los últimos cinco y en cuyo seno se adivina una crisis de calado... Pero no importó.
Ni lo pareció en un Camp Nou que más entregado a la algarabía de su grada de animación que a contemplar cuanto de difícil se iba poniendo el partido a medida que transcurría una segunda parte cada vez más inverosímil y deficiente del Barça. Al final daba la sensación, la certeza, de la necesidad de ganar. De cualquier manera.
Del ánimo inicial, de la paciencia y constancia que desembocó en el gol de Pedri, al sufrimiento posterior se pasó sin poder llegar a comprenderse la razón. Y es algo que se le repite a este Barça, instalado en una montaña rusa, sin saber nunca, o casi nunca, su sube o baja.
Marcó Borja Mayoral apenas comenzar un gol anulado por fuera de juego anterior de Enes Unal y entendió Xavi que el Getafe se encerraría atrás, le daría el balón al Barça y le buscaría a través de la velocidad en sus contragolpes. Fue un argumento cantado y al que se entregaron los dos equipos en un ejercicio de aburrimiento que llegó hasta el descanso, con Ter Stegen salvando el 1-1 y la sensación de necesidad de cerrar el partido para no sufrir por parte del Barça.
Pero lejos de eso, el equipo azulgrana dio un paso atrás, movió y removió el balón con más pesadez que criterio y le fue dando vida al Getafe, que pasó de una posición de debilidad a una de atrevimiento, avanzando sus líneas y decidido a llegar hasta los últimos minutos con la esperanza de poder igualar.
Se acabó la noche con el Barça resguardado, reforzando el centro del campo y la defensa y jugando más a la contra que al ataque. Y suspirando por escuchar el pitido final del árbitro, que recibió con alivio después de un partido para olvidar. Y cuanto antes mejor.