El tono se marca desde arriba y cuando el Barcelona necesitaba serenidad y cabezas frías, no las tenían en el banquillo.
Sinceramente, me desanimó el anuncio de Xavi. Después de la derrota 5-3 sufrida por el Barcelona de local a manos del Villarreal en enero pasado, el técnico del Barcelona oficializó su decisión de que, pasara lo que pasara, renunciaría al cargo a final de temporada. En parte, mi tristeza se debía a que lo considero muy bueno en su oficio; en parte, porque era uno de mis jugadores favoritos y sigue siendo una de mis personas favoritas en el mundo del fútbol. Y en parte, porque el siguiente comentario me pareció sumamente deprimente, aunque probablemente sea cierto: “La sensación de ser entrenador del Barça puede ser desagradable… Es cruel, te faltan el respeto… es terrible para tu salud mental y moral”.
Ningún empleo (y mucho menos en el deporte) debería ser así, y cuando Xavi sacó a relucir los temas de la salud mental y su familia (específicamente, sus deseos de ver crecer a sus hijos) solo quedaba respetar su decisión. El Barcelona empezó a arrollar (al menos, en lo que a resultados respecta) después del anuncio, sumando 13 partidos sin conocer la derrota (con 10 triunfos), provocando especulaciones sobre la posibilidad de que el club buscara convencerlo para que se quede. Pero, después de ver la estrepitosa implosión culé contra el Paris Saint-Germain en cuartos de final de Champions League (perdiendo su ventaja 3-2 de la ida con la caída 4-1 de local después de marcar otro gol) tenemos pocas dudas: Xavi tomó la decisión correcta. Es sumamente evidente que este empleo le ha pasado una factura muy costosa en lo emocional. A estas alturas, y tal como lo vimos en la jornada del martes, el desgaste también puede afectar a su equipo.
El propio Xavi se hizo expulsar en el minuto 11 del segundo tiempo poco después que Vitinha marcase para darle ventaja 2-1 al visitante y empatando el marcador global, con todo por definir. Fue la tercera tarjeta roja para el entrenador esta temporada: la primera fue en el debut de campaña que terminó en empate sin goles con Getafe y luego fue sancionado en la victoria 3-0 sobre Atlético Madrid el mes pasado. Contrastan esa cantidad de expulsiones con su récord durante su carrera en activo en la cual, durante los 900 cotejos disputados vistiendo las camisetas del Barcelona y la selección de España, solo tuvo dos expulsiones.
El exentrenador del Arsenal Arsene Wenger me dijo una vez que uno de los ajustes más difíciles de hacer cuando se hace la transición de jugador a técnico es mantener el control. Como jugador, se tiene el “conocimiento total” de todas las informaciones que recibes en la cancha (lo que te dicen tus ojos, cerebro, corazón, piernas y entrenador) y luego tienes el “control total” sobre la forma en la cual reaccionas a estas. Como entrenador, debes trabajar con las informaciones (a menudo incompletas) aportadas por los 11 jugadores en el césped más los suplentes del banquillo para decidir apropiadamente, consciente de que eres incapaz de controlar la actuación de los jugadores. Esa pérdida de control puede aterrorizarte hasta que te acostumbres a ella y sigue siendo angustiosa hasta el último momento.
Uno se imagina que ese fue el caso de Xavi. Hablamos del chico que nació a 24 kilómetros del Camp Nou, se inscribió en la academia culé de La Masía a los 11 años y pasó 27 de sus 44 años de vida en este planeta Tierra vinculado al club blaugrana, bien sea jugando o entrenando. Cuando las cosas van mal, le duele de forma visceral, tanto como a su hinchada. Por supuesto, Xavi es un profesional y uno se imagina que existe cierta distancia y tiene algunos mecanismos para procesar la pena y separar ambas cosas. Pero es evidente que, desde que asumió la dirección técnica, esa separación se ha debilitado.
Y no podemos engañarnos: sus actos del martes perjudican al Barcelona, justo lo contrario de aquello para lo que le pagan y lo que quiere hacer. Nunca existe una única razón aislada que explique una derrota de este tamaño, pero es evidente que sus actuaciones no ayudaron a su causa en la noche del martes. Su asistente (y hermano) Óscar fue sancionado en el primer tiempo. Después de la expulsión de Xavi, también fue sancionado su entrenador de porteros José Ramón de la Fuente. Mismo caso de Sergi Roberto, a quien se le mostró el cartón rojo después del pitazo final, aunque estaba suspendido para jugar este encuentro y acompañaba a su entrenador en la banca.
El tono se marca desde arriba y cuando el Barcelona necesitaba serenidad y cabezas frías, no las tenían en el banquillo. Claro, podemos mencionar errores individuales que redundaron en los primeros tres goles del PSG (el cuarto fue producto de una simple contra en tiempo de reposición cuando el Barça buscaba el partido). João Cancelo perdió a Ousmane Dembélé dos veces en cuestión de minutos. La zaga estaba demasiado replegada y no enfrentó a Vitinha cuando remató. O simplemente se adelantó y marcó a los delanteros del PSG para dejarlos fuera de juego. (El peor pecador fue Pedri, que parecía esconderse detrás de Marco Asensio). Cancelo (de nuevo) concedió ese penal sin ninguna necesidad cuando Dembélé no iba a ninguna parte. (Debe existir un universo paralelo en el cual Alejandro Balde no se lesiona y no se escribe la presente columna).
Ya que abordamos el tema, no dejemos que Ronald Araújo se libre de culpas. Podemos debatir si el castigo con tarjeta roja fue excesivo; pero en esa posición y a esas alturas del partido, uno espera ver mejores decisiones por parte de tu líder defensivo.
No creo que podamos culpar a Xavi de esos errores, excepto quizás por la decisión de replegarse después de la expulsión, algo para lo cual no está formada esta versión del Barça. Pero sí debemos hacerlo responsable. En una plantilla plagada por las lesiones y carente de líderes, perdieron a su mayor figura demasiado temprano. O, tal como lo indicó Ilkay Gündogan (a quien no le gusta esconderse) en el postpartido: “Parece que nos autodestruimos”.
Y ese es el problema. Sería maravilloso que Xavi se quedara para supervisar el crecimiento futbolístico de Gavi, Pedri, Lamine Yamal, Pau Cubarsí y cualquier otra joya descubierta por La Masía. También sería útil tener en el club a un adulto capaz de encauzar al Barcelona en medio de la tormenta creciente provocada por los malos manejos financieros de la era de Josep María Bartomeu y la irresponsable manía de activar palancas de la Era de Joan Laporta. Pero no de esta forma.
Si los partidos de esta magnitud (precisamente por su implicación emocional con el club) se tornan tan angustiosos y agotadores que Xavi termina perdiendo la lucidez necesaria para tomar buenas decisiones (por ejemplo, evitar ser expulsado), entonces quizás tiene razón. Quizás haya tomado la decisión correcta en enero. No hay por qué avergonzarse de ello: caramba, su antiguo jefe, un chico llamado Pep Guardiola, pasó dos de sus cuatro temporadas en el club refiriéndose a lo exigente que era el puesto para él y su necesidad de dejarlo, solo para hacer un giro de 180 grados a última hora. Eventualmente, Guardiola se tomó un año sabático y le terminó yendo bastante bien en Manchester.
Quizás eso es lo que necesita Xavi: un empleo en otro equipo, que sea única y exclusivamente un empleo. Pero que lo haga solo después de tomarse un tiempo para despejar su mente, compartir con su familia y definir lo que le deparará la próxima etapa de su vida.