BARCELONA - Lionel Messi. 33 años, 730 partidos, 634 goles y 34 títulos en 16 temporadas con el Barça. Principio y final, el crack argentino no es hoy por hoy el mayor argumento deportivo del equipo azulgrana sino, más aún, se aventura como el único sobre el que se sostienen las esperanzas de un equipo que acude a Lisboa relanzado en el ánimo pero deficitario de fútbol.
El Barcelona se enfrentará el viernes a un Bayern Munich que despachó como quiso al Chelsea. Que, además, suma 26 victorias y un empate en sus últimos 27 partidos oficiales y acumula 30 goles en los 10 últimos. Que sueña con repetir el triplete que ya logró en 2013 para ser el segundo equipo, junto al Barça, que cierra una temporada perfecta y que es a ojos de todo el mundo, o casi todo el mundo, gran favorito para ganar la Champions y, por supuesto, para vencer al equipo de Setién en los cuartos de final.
Pero el Bayern, poderoso en su conjunto, fiable en su fútbol y dominador en los cara a cara con el Barcelona, no cuenta en sus filas con el único futbolista que se adivina capaz de, por sí mismo, desnivelar cualquier partido. Ese futbolista es Messi. Hasta donde Messi alcance llegará el Barça y esa es una sentencia tan evidente para mantener el optimismo culé como descorazonadora para entender la realidad de su equipo.
El Barça se impuso al Napoli con una estadística impropia de su supuesta grandeza. Apenas le superó en la posesión, remató a puerta menos de la mitad que su oponente y se dedicó, durante toda la segunda mitad, a defender, sí, defender como buenamente pudo su ventaja. En el vestuario se dio por bueno el resultado y si antes del partido el propio director de relaciones institucionales del club, Guillermo Amor, proclamó que se tenía que ganar "sea como sea", desde Sergi Roberto y hasta Quique Setién, al acabar, se felicitaron de haber "sabido defender" esa renta. Pasar de ronda era el único objetivo. El cómo a estas alturas ha desaparecido peligrosamente del argumentario de un Barça tan atado a la urgencia como pendiente solo del marcador.
¿Solo? No. El Barça está atado a Messi, por activa y por pasiva. El que un día cada vez más lejano fue la guinda del pastel azulgrana es hoy el pastel entero. Hoy, ayer, antes de ayer... Hace demasiado tiempo que la salud del Barcelona se explica a través del '10' y se ha instalado una realidad históricamente rechazada en el Camp Nou. El Barcelona, obligado, a brillar para triunfar ha desaparecido del plano y hoy solamente necesita, que no es poco, ganar.
Hasta donde Messi alcance se ha convertido en la hoja de ruta de este Barça en el que la distancia entre el éxito y el fracaso, entre el sueño y la pesadilla, se ha reducido a la mínima expresión. En 2010 o 2012, el Camp Nou y el barcelonismo en pleno despidió con elogios al equipo que fue eliminado en semifinales por Inter y Chelsea. Existió resignación en 2008 (Man. United) o 2013 (Bayern); enfado en 2014 (Atlético) y pena, por lo que empezaba a sospecharse del equipo, a partir de 2016.
Contra discursos alarmistas se mantiene innegociable la figura del capitán, capaz como es de cambiar el argumento de cualquier partido a partir de su simple figura, de su aparición fulgurante y de su ánimo, y magia, incuestionable en el terreno de juego. Pero es una realidad palmaria que alrededor del Camp Nou se coincide en una sentencia: el Barça llegará hasta donde su capitán sea capaz conducirle. Hasta donde Messi alcance.