El fútbol, se sabe hace tiempo, es ingrato. Basta que un equipo tenga una mala racha para que los aficionados y los dirigentes olviden de inmediato quién es quién. Eso le sucede hoy al Barcelona, que en la derrota se volvió un club irreconocible. La ingratitud la sufren varios jugadores, entre ellos y particularmente, Luis Suárez.
La humillación a la que el Bayern sometió al Barça impone una revisión necesaria y, ante esto, resulta tentador patear los muebles por el enojo. La cuestión es que luego que se pasa la bronca hay que acomodarlos de nuevo en su lugar. Y para poder hacerlo el análisis debe anteponer la razón a la pasión.
Medios y periodistas catalanes informan que el club quiere desprenderse del uruguayo de cualquier forma e incluso algunos de ellos, cegados por el momento, parecen olvidarse de quién hablan.
Los números de esta temporada muestran que Suárez jugó 35 partidos, convirtió 21 goles y dio 11 asistencias. No descolló pero estuvo lejos de ser un mal año en lo personal. Es más, tras la pandemia el uruguayo forzó su regreso para poder colaborar con el equipo. Es obvio que después de cuatro meses de inactividad, fue operado en enero del menisco externo de la rodilla derecha, un jugador no vuelve como si nada. Menos aún a una competencia en la que se jugaba un día sí y otro también para poder terminar la temporada. A Suárez se lo veía correr con dificultad y lucía exhausto en el último tramo de partido. Aún así, jamás escatimó el esfuerzo.
No hay motivos vinculados al juego que lleven a pensar que se le debe rescindir el contrato. Las causas pasan por otro lado.
Sobre el final de la temporada anterior Suárez debía someterse a una artroscopía en su rodilla. El uruguayo decidió hacérsela a comienzos de mayo para llegar a la Copa América en Brasil y resignó su participación en la final de la Copa del Rey Barcelona-Valencia. Si el culé ganaba nada hubiese sucedido. Pero perdió. Y eso ni los dirigentes, ni los medios, ni los periodistas y mucho menos los influenciados hinchas catalanes lo perdonan.
Suárez priorizó a la selección, sí. Y la molestia les dura aún un año después. Es difícil de hacerle entender a algunos europeos qué siente y qué está dispuesto a hacer un futbolista sudamericano por ponerse la camiseta de su país.
Las prestaciones y el compromiso de Suárez con el club están a la vista de quien quiera verlo. Llegó a Barcelona para la temporada 2014/2015 con la suspensión de FIFA por el mordisco a Chiellini en el Mundial 2014 a cuestas. Con el equipo catalán marcó 198 goles en 283 partidos. Ganó la UEFA Champions League en 2015, fue cuatro veces campeón de La Liga y otras cuatro de la Copa del Rey. Además, ganó el Mundial de Clubes, la Supercopa Europea y dos veces la Supercopa de España. En la temporada 2015/2016 fue el goleador de La Liga española.
Es imposible adivinar el futuro. Suárez tiene contrato vigente hasta el final de la 2020/2021 y si juega más del 60% de los partidos se renueva de forma automática una temporada más.
El paso del tiempo es inexorable, tanto como que Suárez mantiene inalterable sus señas de identidad más reconocibles: espíritu indomable, carácter competitivo, rebeldía, capacidad de superación. Atributos que lo llevaron a ganarle a la vida, a ser un futbolista de élite y a convertirse en el mejor 9 del mundo. Él se quiere quedar y, a pesar de la ingratitud de los catalanes, va a dar pelea. Está acostumbrado de sobra a hacerlo desde que era un niño. Antes de darlo fuera del Barça sería conveniente esperar qué dice Koeman, el nuevo DT. No vaya a ser que en un tiempo estén gritando sus goles.