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'La diferencia no es el talento': La fórmula de Simeone para transformar al Atlético en rey de LaLiga

NOTA: Ese reportaje fue publicado originalmente el 18 de agosto de 2021, después de la primera fecha de la temporada 2021-22 de LaLiga.

Sólo puede haber una mesa. Sólo una, de forma cuadrangular. Y debe tener tamaño suficiente como para acomodar a los 24 jugadores que hicieron el viaje. Por favor, coloquen seis sillas por cada lado. De esa forma, todos se pueden ver y no hay un sitio mejor que el otro. Si no puedes construir una mesa lo suficientemente grande, o no tienes un salón de banquetes lo suficientemente amplio como para ubicarla allí, buscaremos otro hotel.

Las instrucciones fueron precisas, transmitidas por Diego Pablo Simeone, el director técnico del Atlético de Madrid, a Tomás Reñones, la leyenda del club actualmente encargada de gestionar todo lo relacionado con la vida diaria del primer equipo, al director de catering del hotel Courtyard by Marriott de Wolfsburgo, Alemania. Todo, por un partido en el que no se definía nada, razón por la cual la mitad del primer equipo se había quedado en España. Pero eso no importaba.

Desde que asumió las riendas del Atlético hace una década, Simeone (51 años) no deja nada al azar.

Para todos y cada uno de los partidos, desde amistosos hasta las dos finales de Champions League jugadas por el club durante su mandato, el entrenador procede de idéntica forma. Se sienta en el mismo asiento, al lado izquierdo de la primera fila del autobús del equipo, sin nadie a su lado. Prefiere que esos trayectos sean lo más breves posible; por ello, le pide a su departamento de viajes que le hospeden, no en el hotel más cómodo del lugar, como el Ritz-Carlton donde pernocta casi la totalidad de los grandes equipos que visitan Wolfsburgo.

Simeone prefiere una opción perfectamente aceptable, aunque más cercana al estadio. Le gusta pasar una hora de la previa del partido a solas con sus pensamientos; por ello, su staff trabaja con antelación para conseguir un espacio privado, separado del vestuario de visitantes.

“No es casualidad”, dice Simeone sobre los métodos y resultados que ha logrado en el club. “Es causalidad”.

¿Qué hay de la mesa?

Cuando Simeone llegó al Atlético, los jugadores se separaban en pequeños grupos. Él entendía que el reto al que se enfrentaba (competir en una liga contra Barcelona y Real Madrid, nada menos) exigía unidad absoluta. Era la única forma en la que el Atlético, que solo había alzado un título de LaLiga una vez en más de 30 años, podía compensar la inevitable brecha de talento. La mesa obligaba a todos a integrarse.

“Siempre entendimos que la mesa cuadrada es una mesa donde vos te estas mirando continuamente; y si no tienes ganas de hablar conmigo, yo levanto la cabeza y te tengo que mirar”, dice Simeone en una entrevista exclusiva con ESPN. “Es una obligación sin hablar, de que se miren, que se sientan y que estén todos juntos”.

Para la temporada 2013-14, su primera campaña completa como entrenador del Atleti, Simeone había forjado un plantel corajudo, que cedía posesión del balón durante la mayor parte de cada partido; sin embargo, conseguía una forma de ganar. El equipo demostró cohesión, emoción, buena forma física y el ocasional gol milagroso hasta ganar un título de liga, el primero para los colchoneros desde 1996.

“Jugábamos a la contra”, dice ahora Koke, capitán del Atlético. “Defendíamos, a veces arriba y a veces abajo. Dominábamos sin poseer la pelota”.

Esa filosofía táctica se convirtió en el estilo del Atlético… y la tarjeta de presentación de Simeone. A pesar de ello, el técnico insiste en que las demostraciones en la cancha apenas son la manifestación visible de un entendimiento más profundo.

“La esencia nuestra no es el estilo de juego, sino la forma de vivir el juego”, afirma. “Entonces creo que, cuando uno llega al vestuario del Atlético, a unos les cuesta más adaptarse, a otros les cuesta un poco menos; pero cuando se adaptan, entienden que solo con el talento en el Atlético de Madrid no juegan. Porque evidentemente, para estar en el Atlético de Madrid tienen talento. La diferencia no es el talento, es la personalidad, la seguridad, la convicción, el compromiso”.

Como si quisieran demostrar la validez de su tesis, un plantel casi totalmente distinto del Atlético, uno que jugó con un dibujo distinto, con un sistema modificado, asumió el reto y lo volvió a lograr en el torneo anterior. Lo único que no cambió fue el absoluto compromiso con la causa.

“Lo más importante en el Atlético es que aquí nadie se cree mejor que cualquier otro jugador”, dijo el artillero Luis Suárez a ESPN a principios de mes. Descartado por el Barcelona antes de iniciarse la temporada anterior, el delantero uruguayo desempeñó un papel crucial (quizás el papel más crucial) dentro de la exitosa búsqueda de otro título para el club rojiblanco. “Aquí, todos los jugadores confían en todos”, prosiguió Suárez, para después referirse al apodo de su técnico. “Y eso es obra del ‘Cholo’”.

Como es obvio, las distintas plantillas del Atlético han tenido sus figuras. Durante el paso de Simeone, éste ha dependido de Diego Costa, Thibaut Courtois y Antoine Griezmann, entre otros. Después, el “Cholo” los traspasó a los clubes más importantes del fútbol para así financiar la llegada de sus sucesores. El equipo que jugará la temporada 2021-22 incluye a Suárez, uno de los mejores porteros de este deporte como lo es Jan Oblak, y el extraordinariamente talentoso Joao Félix.

Durante un decenio en el cual el Barcelona tuvo como símbolo a Lionel Messi y el Real Madrid a Cristiano Ronaldo, dos de las personas más reconocibles del planeta, el rostro del Atlético ha sido su director técnico. Eso tampoco ha sido producto de la casualidad. A fin de cuentas, la filosofía de Simeone ha demostrado causar mayor impacto que cualquiera de los jugadores encargados de implementarla.

"El 'Cholo’ es mucho más que un entrenador”, afirma José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid y que nunca ha ocultado su afecto por el segundo equipo de la ciudad. “Ha transformado nuestro club, pasando de ser inestable a capaz de competir con cualquier otro equipo del mundo. Por eso lo valoramos tanto”.

Para Simeone, la tarea apenas comienza. “Para poder sostenerse, es recorrer décadas como ésta que estamos haciendo nosotros”, afirma. Eso incluye traducir el éxito competitivo en crecimiento económico, porque uno es insostenible sin el otro. “Porque no alcanza solo con el dinero”, insiste Simeone. “Se basa en ganar”.

Después del almuerzo en grupo en Wolfsburgo, Simeone congregó a los jugadores para una breve charla. Luego, salieron del hotel por la puerta principal, en dirección al bus del equipo. Un pequeño grupo de hinchas se había congregado a las afueras del hotel, conformado por empleados del establecimiento y otras personas que pasaban por el lugar. Fue una escena ordenada. Pronunciaron varios nombres en voz alta a medida que pasaban los jugadores, como si alguien narrase una película. Ahí está Oblak. Oye, ¿no es ese Thomas Lemar, que ganó la Copa del Mundo con la selección de Francia? Ah, Saúl. Saúl Ñíguez. Sí es él.

Después, Simeone irrumpió por la puerta, caminando con firmeza. “¡Es el ‘Cholo’! ¡Es el ‘Cholo’ Simeone!”, gritó una mujer, en perfecto español. “Allí está, ¡Simeone!”, dijo otro en alemán. Simeone firmó un autógrafo. Posó para un selife con otro hincha, haciendo gala de su eléctrica sonrisa. Cuando lo desea, Simeone puede ser uno de los personajes más carismáticos del fútbol mundial. Después del clic del teléfono, su rostro volvió a su estado normal. Subió al autobús y reanudó su labor.


El Wanda Metropolitano, dramático estadio del Atleti inaugurado hace apenas cuatro años, parece ondear sobre las llanuras al noreste de la ciudad. El club construyó un museo dentro del novedoso recinto. Las obras se llevaron a cabo durante el último año, mientras los aficionados tenían prohibido asistir a los partidos debido a la pandemia del COVID-19; por ende, pocas personas han tenido la oportunidad de visitarlo.

Cuando lo hagan, encontrarán diversas exhibiciones multimedia. Entre ellas, un teatro que imita el aspecto de la habitación de un niño pequeño. En una serie de pantallas, un emotivo video recopila el relevo, de una generación a otra, de la tradición del apoyo por este club tan particular. A medida que avanza el video, se hace cada vez más evidente que el infante no es otro que “El Niño”: la leyenda del Atleti (y exartillero del Liverpool y Chelsea) Fernando Torres.

Lo que los seguidores colchoneros no verán en el nuevo museo es una profusión de trofeos, al menos de la era moderna. Siendo un club con una afición tan amplia y ferviente, cuenta con un estante de trofeos notablemente vacío. Sus tiempos de gloria transcurrieron durante las décadas de 1960 y 1970; aunque apenas lograron sumar cuatro títulos de liga en aquel periodo, junto con cinco Copas de España. Desde entonces, el Atlético ha alzado tres campeonatos de LaLiga: en 1996, cuando Simeone era figura sobre la cancha y después, en 2014 y 2020-21 con “El Cholo” como director técnico.

Obviamente, la ausencia de trofeos se debe a la presencia de dos equipos que, bajo cualquier medidor, son los más grandes del mundo.

“Es el principal problema que tengo”, afirmó el propietario del club Miguel Ángel Gil. “El Atlético puede invertir en nuestra plantilla menos de la mitad de lo destinado por Real Madrid y Barcelona a sus respectivos planteles… por cierto, menos de la mitad de otros ocho equipos en Europa”.

Gil hablaba con pleno conocimiento de la reciente crisis económica que ha afectado a ambos clubes, la misma que motivó la partida de Messi y la acumulación de una deuda superior a los $500 millones por parte del Real Madrid. Los próximos pasos que darán ambos gigantes son aún inciertos; pero su capacidad para generar ingresos ($832 millones para el Real Madrid durante la temporada 2019-20 afectada por el COVID-19; más de $1.000 millones en el caso del Barcelona, según informes publicados) les da, al menos, las herramientas necesarias para una pronta recuperación.

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En esa misma temporada, el Atlético generó $403 millones, ubicándolo en el puesto 13 entre los clubes europeos. En contraste, su coeficiente UEFA, que ha llegado al segundo lugar bajo el mando de Simeone, es sexto. Y en cada una de las últimas 20 temporadas previas a la recién concluida, cuando el COVID obligó a disputar partidos sin la presencia de temporadas, el Atleti quedó con saldo a favor.

El padre de Gil, un empresario de presencia imponente llamado Jesús Gil y Gil, fue elegido presidente del club en 1987. Gil y Gil fue electo alcalde de la ciudad costera de Marbella, uno de los destinos preferidos del jet-set español para sus vacaciones de verano. Luego de once años como alcalde, Gil y Gil cumplió condena en la cárcel tras haber sido acusado por lavado de dinero y malversación de fondos. Eventualmente, el carismático político fue inhabilitado para ejercer cargos públicos y en 2003 fue vetado y despojado de su afiliación al Atleti. Para entonces, el club había descendido a la segunda división del fútbol español, una vergüenza de la cual muchos de sus hinchas aún no se han recuperado. Gil y Gil falleció en mayo de 2004.

Con la ayuda de varios inversionistas, su hijo asumió el control del club. Uno de los primeros actos decisivos de Miguel Ángel fue desmantelar la sorpresiva plantilla que ganó el título de Europa League en 2010, al mando de Quique Sánchez Flores. Ese equipo contaba con dos figuras dominantes: Diego Forlán y Sergio “Kun” Agüero. Ambos tenían diferencias con Sánchez Flores y entre ambos. En vez de elegir un bando, Gil despidió al técnico y vendió a ambos jugadores.

El Atleti siempre se ha considerado a sí mismo como el equipo del pueblo, contrario al bastión blanco y morado de la realeza española que juega al otro lado de la ciudad. Si existe alguien que personifica esa ética y personalidad obrera, ese es Simeone.

Nacido y criado en Argentina, fue ancla de los firmes planteles del Atlético que jugaron entre 1994 y 1997, caracterizándose por un inquebrantable compromiso con la causa. Luego de jugar en Italia, volvió a vestir la camiseta colchonera en 2003 para jugar dos campañas más. Una vez retirado como jugador, Simeone entrenó a cuatro clubes argentinos con resultados dispares. Pasó seis meses intentando mantener a un Catania ampliamente inferior en la Serie A de Italia; posteriormente, regresó a Argentina para asumir el banquillo de Racing Club en junio de 2011.

El Atlético asumió un riesgo alto al contratar a Simeone como director técnico. Si Gil ya no lo entendía al momento de su firma, se hizo evidente ese mismo otoño, cuando empezó a llamar a sus antiguos empleadores en busca de referencias. Simeone había guiado al poderoso River Plate hasta alcanzar un título en 2007, para después tambalear y llegar al sótano, lo que condujo al casi impensable descenso del Millonario a la campaña siguiente.

“El presidente de River habló muy mal de él”, dijo Gil. “En Italia se expresaron de la misma forma. Un desastre”. Todos le advirtieron a Gil que se alejara de la presencia del “Cholo”.

A pesar de ello, Gil no podía dejar de recordar la dedicación mostrada por Simeone con el brazalete de capitán colchonero, junto con su firme negativa a aceptar menos de sus compañeros.

“Ya era entrenador en aquel momento”, dice Reñones.

Conocido simplemente como Tomás en su época de jugador, Reñones tenía 35 años y jugaba su última temporada con el Atleti cuando Simeone condujo su plantilla a alzar ese título de 1996. “El ‘Cholo’ era un entrenador sobre la cancha”, afirma. “Dirigía. Daba instrucciones. Tenía esa misma exigencia de ahora. Ganas. Ganas. Y después vuelves a ganar. Juegas bien y ganas, eso está bien. ¿Y si juegas mal y ganas? También vale”.

Al igual que Gil, Simeone comprendió que los aspectos vistosos del fútbol eran un lujo que este club no se podía dar. Estaba dispuesto a que sus planteles jugaran un balompié defensivo, casi una necesidad imperiosa cuando no dejas de verte superado por tus rivales. Parece brillar gracias a la devoción que el Atleti exige de sus jugadores, y también de sus hinchas. “En cuanto a mercadeo, es nuestro mejor mensajero posible”, dice Gil.

Simeone reconoce que no tenía suficiente experiencia para entrenar un club del tamaño y ambiciones del Atlético. “Miguel Ángel seguramente me conocía mejor que los demás”, afirma Simeone. “Y vería algo en mí que obviamente los demás no lo ven, porque no están en su lugar”.

Cuando asumió el control del club durante el parón navideño de 2011, el Atlético ocupaba el décimo puesto en la tabla de LaLiga y acababa de quedar eliminado de Copa del Rey. Durante los aproximadamente 3.500 días transcurridos desde entonces, en los cuales el Real Madrid ha cambiado ocho veces de director técnico, Simeone ha ganado 317 partidos, firmado 121 empates y ha sumado 89 derrotas. Dos de esos reveses ocurrieron en las finales de las ediciones 2014 y 2016 de Champions League.

Ambos contra el Real Madrid. Ambos de forma agónica.

No deja de ser irónico que la reputación de un técnico obsesionado con ganar ha quedado mucho más marcada por esas dos derrotas que por la suma de sus logros. Competir en dos finales de Champions en tres años elevó el perfil del Atlético. Atrajo el interés de jugadores que antes ni siquiera pensaban en jugar allí. “Y quieren venir los buenos, que posiblemente antes pasaba menos”, dice Simeone. “Los buenos elegían ir al Madrid o al Barcelona. No al Atlético. Hoy los buenos también quieren venir al Atlético”.

¿Qué jugadores? En ningún momento Simeone sugirió nombres al director deportivo Andrea Berta. Todo lo que pedía era una o dos figuras dispuestas a asumir el mismo nivel de compromiso exigido a todos. “Diego me dijo: ‘Andrea, si podemos conseguir un poco más de plata, podremos fichar jugadores de mayor calidad’”, dice Berta. “Él sabe que es más fácil ganar con mejores jugadores”.

“Sin embargo”, dice Berta, moviendo un dedo, “también es más complicado”.


Son las 6:30 de una cálida tarde de agosto. El sol madrileño sigue dominando el cielo. Los jugadores de Simeone hacen lo que suelen hacer los jugadores de Simeone en las tardes de agosto… y que siguen haciendo durante toda la temporada. Óscar Ortega, preparador físico del Atlético y apodado “El Profe”, ha ubicado una fila de implementos BOSU sobre el césped. Uno después de otro, se acercan sus pupilos y alternan entre un pie y dos, mientras saltan y saltan sobre los medios globos hasta llegar a la meta.

Es un ejercicio que exige control y agilidad corporal y, después de la quinta o sexta repetición, fuerza de voluntad. Es aquí donde hacen su aparición Ángel Correa, el recién fichado Rodrigo de Paul, Suárez, y el destacado defensor José Giménez, saltando y jadeando, cayendo de vez en cuando. “Uno, dos”, dice el Profe con tranquilidad mientras pasan frente a él. “Uno, dos”. Éste es apenas el inicio, y el Profe lo sabe. Al igual que sus jugadores. Berta lo dice en pocas palabras: “Correr, correr y después, correr más”, afirma. “Porque no somos el Barcelona”.

Estos entrenamientos se han hecho legendarios dentro de los círculos futbolísticos. Intentan imitar las exigencias físicas de un estilo de juego que obliga a replegarse y defender hasta a los artilleros. Viendo detenidamente, dándose cuenta de todo, Simeone decide quién es capaz de ejecutar.

“Fue muy difícil para mí”, expresa Josh Guilavogui, ex volante del Atleti. “Con él, solo hay una forma de hacer las cosas. O estás dentro o estás afuera”.

Guilavogui, quien es actualmente capitán del Wolfsburgo en la Bundesliga, llegó en 2013 al Atlético proveniente del St. Etienne. Al inicio de aquellas sesiones veraniegas, Simeone se dio cuenta de algo que no le gustaba. Guilavogui fue titular en un partido y jugó dos minutos en otro. “Y no sólo fui yo”, afirma Guilavogui. “En aquel momento, había jugadores mejores que yo en la plantilla, que ya disfrutaban de carreras importantes”.

Uno de ellos era Jackson Martinez, ex atacante del Porto. Otro era Nicolás Gaitán, quien fue titular con el Benfica. Las experiencias de los tres fueron similares, con la misma trayectoria en descenso. Simeone los vio entrenar y los descartó. No importaba que el club invirtió cifras dispendiosas por sus fichajes, incluyendo $38.5 millones por Martínez y $33 millones por Gaitán.

“El talento es importante”, dice Berta. “Pero, si no tienes la mentalidad apropiada para jugar a las ordenes de Diego, no pueden tener éxito en el Atlético”.

Por el contrario, otros futbolistas entienden que Simeone puede ayudarles a elevar su potencial al máximo.

Filipe Luis llegó al Atleti en 2010, antes que Simeone. Después del campeonato de 2014, el brasileño fichó por el Chelsea. Ganaba más dinero y, creía él, su vida sería más fácil. En pocas semanas, se dio cuenta que extrañaba el rigor impuesto por Simeone. “Sin él, no podía ser el mejor lateral izquierdo del mundo”, afirma. “Lo fui cuando estuve en sus manos. Por eso tenía que volver. Sólo él podía extraer todo el fútbol que tenía en mi cuerpo”.

Luis pidió al Chelsea que le devolviera al Atleti. El club londinense accedió. El jugador permaneció y brilló con los colchoneros hasta 2019.

Simeone reconoce que la mayoría de los cuerpos no fueron creados para operar continuamente bajo un nivel de intensidad tan alto. Le dijo a Berta que su escenario ideal era renovar la plantilla cada cierto tiempo, de la misma forma que los ejércitos rotan sus regimientos para entrar en combate. Quizás la excepción radique en algunos de los jugadores que llegan siendo adolescentes, como Koke, Correa y Giménez, y que parecen naturalmente adecuados para asumir semejante régimen. En parte se debe a que no conocen otra forma de hacer las cosas.

Cada nuevo fichaje representa un potencial fracaso.

“Con algunos jugadores perdemos el cien por ciento de nuestra inversión”, dice Gil. “¿Por qué? Porque no se adaptan a este sistema. Todos los jugadores deben correr, correr y correr. Si no corren, no juegan. Y cuando tienes jugadores altamente talentosos, se hacen casi incompatibles con el correr, correr y correr”.

Por ese motivo, muchos expresaron su asombro cuando el Atleti fichó a Joao Félix en 2019 por $140 millones, récord para el club.

"Era un jugador muy técnico”, expresa el alcalde Martínez-Almeida. “Aunque no creo que estuviera a la altura de las exigencias físicas”. Diversos cálculos lo ubicaban como el tercer, cuarto o quinto traspaso más costoso de la historia en aquel entonces. Acabó con la marca anterior del Atlético, cuando invirtieron $80 millones para hacerse con los servicios de Lemar. Todo ello por un joven de 19 años con talento innegable, incapaz de anticipar lo que se exigiría de él.

En cambio, Simeone vio en Félix al joven Griezmann. El francés también llegó al club flaco e inmaduro. “Un chico débil”, a criterio de Simeone. Tenía esa elegancia que seduce a los hinchas desde el primer momento que le ven jugar; aunque, no tenía idea de cómo elevar sus habilidades y compaginarlas para el bien del equipo. Pero Griezmann aprendió a hacerlo. Eventualmente, marcó 133 goles vistiendo la camiseta del Atlético, antes de recibir el llamado del Barcelona.

Y con Félix sucede exactamente lo mismo.

Luego de sufrir un primer año desastroso, tuvo una buena actuación en la anterior campaña de liga, hasta que una lesión en un tobillo pausó su progreso. “Aprendí la relación que existe entre el sufrimiento y el éxito del equipo”, expresa Félix. “Cuando sufrimos juntos, aprendemos a ganar juntos. Sufrimos en nuestros entrenamientos. Sufrimos porque todos tenemos que defender. Eso nos enseña cómo ganar”.

Actualmente, según dice el joven portugués, si Simeone desea que éste se repliegue hasta el mediocampo para marcar a un rival, él accederá. Si Simeone quiere que permanezca arriba y presione el balón, también lo hará. “Haré todo lo que me pida”, expresa Félix. “Entiendo la filosofía”.

Para sorpresa de algunos, el Atlético fichó el pasado verano a Suárez, que cumplirá 35 años en enero próximo. (También ayudó que “El Pistolero” llegó al Wanda mediante un traspaso gratuito y que el Barcelona paga una parte significativa de su sueldo). Simeone insiste que la primera labor de un delantero es ser la primera línea de defensa, y esa idea no parece ir acorde con la trayectoria del máximo goleador histórico de la selección de Uruguay.

Nadie podía dudar de su competitividad: después de todo, le han pillado tres veces mordiendo a sus rivales. “Él sabía que yo me sentía motivado después de mi salida del Barcelona”, expresa Suárez de Simeone. “Sabía que yo quería demostrar mi calidad en LaLiga. Él me dijo, exactamente, lo que yo debía hacer. Y me dio la seguridad de que aquí yo podía jugar a mi mejor nivel”.

La motivación solo era parte del problema. La incógnita en mente de todos era si Suárez podía trabajar lo suficientemente fuerte a la defensiva de acuerdo con las necesidades del equipo, y que esto le dejara energía suficiente para marcar. Simeone dio vacaciones extras a Suárez para que pudiera llegar recargado y asumir el proceso de adaptación.

Modificó el sistema táctico del plantel para ajustarlo a las formidables habilidades de su nuevo fichaje, pasando del acostumbrado 4-4-2 al 3-5-2. Dejó en claro que no esperaba que Suárez corriera tanto como sus compañeros más jóvenes, tales como Marcos Llorente. En cambio, Suárez debía correr con inteligencia.

El Atleti, liderado por Félix, irrumpió para asumir el liderato en las primeras instancias del torneo. Después de 10 encuentros, no sólo no habían conocido la derrota. Ni siquiera llegaron a verse en desventaja. En el ecuador de la temporada, los colchoneros acumularon 10 puntos de margen. Después se produjo la lesión de tobillos de Joao Félix y el positivo por COVID del joven artillero. Kieran Treppier fue suspendido por 10 partidos tras quebrantar reglas sobre apuestas. El furioso ritmo de Suárez comenzó a decaer. Faltando ocho fechas por jugar, la ventaja se redujo a una sola unidad sobre el Real Madrid y dos sobre el Barcelona.

Ese último mes de temporada fue cuando todo el sudor y los jadeos rindieron sus frutos. En el día final de la campaña, el Atlético viajó a Valladolid con el título de liga en duda. No tardó mucho en quedar en desventaja. A los 67 minutos, tras el gol de Correa que empató el marcador, Suárez corrió con el balón y anotó el tanto de la victoria. El veterano jugador cayó al suelo tras el pitazo final y comenzó a llorar. Había ganado Copas y títulos ligueros con el Barça, pero éste se sentía diferente.

Simeone miraba con gesto de aprobación. “Yo siempre cuento que, en el Atlético, cuando te toca ganar se disfruta el doble”, dice ahora el técnico.

¿Por qué? Porque nadie espera que el Atlético gane. El ímpetu es propiedad de los gigantes. Lo único que puede hacer el club de Simeone es esperar que se abra una rendija. Superar a Real Madrid y Barcelona demostró que la misma estrategia de contraataque empleada por el Atleti durante 90 minutos, semana tras semana, puede funcionar a las mil maravillas. A medida que sube y baja la suerte de los clubes, puede surgir una oportunidad. Todo lo que hace Simeone, toda esa preparación, tiene la intención de que sus jugadores estén listos para aprovecharla.

“En España tienes un torneo que es la Copa del Rey, en la que está el Madrid y el Barcelona; La Liga, que está el Madrid y el Barcelona; la Champions, que está el Madrid y el Barcelona”, dice Simeone de los dos gigantes del balompié español. “Pero hoy, después de 9 años de trabajo, ellos saben que no se pueden equivocar; porque si se equivocan, nosotros estamos aquí”.


La situación de Simeone, quien está a punto de cumplir una década en la dirección técnica del Atlético, parece ideal.

No solo se trata de su salario anual por $30 millones, que lo convierte en uno de los entrenadores mejor pagados del mundo, incluso mejor remunerado que cualquier jugador que actualmente hace vida en LaLiga. Debido a su permanencia, junto con el apoyo de Gil, no existe otro técnico más poderoso.

“Otros clubes pierden cinco o seis partidos y cambian de técnico”, dice Filipe Luis. “No hay problema, protegen a los jugadores. En el Atlético, protegen al técnico. Los jugadores se adaptan. O se van”.

Obviamente, sus logros han sido objeto de atención por parte de otros. Durante la temporada pasada, Simeone se vio inmerso en rumores que hablaban de interés por parte de Tottenham y Chelsea. Fue entrevistado por el Manchester United en 2014, aunque declinó la oferta. En varias ocasiones, ha dicho que le gustaría ser entrenador del Inter de Milán y la selección argentina. A pesar de todas las razones por las cuales Simeone encaja tan bien dentro del Atlético, no está claro cómo le iría en otra parte.

El destino más probable es Inglaterra, especialmente con Real Madrid y Barça descartados por motivos emocionales.

“Pero no funcionaría si se va a dirigir en la Premier League”, dice Gil. “No sólo es cuestión del idioma. Son las características de su estilo de entrenar. Es la forma emotiva con la que procede. Las exigencias que impone a los jugadores. No podría hacer eso allá”.

A principios de año, Simeone firmó una extensión contractual que debería mantenerle en el banquillo colchonero hasta 2024. Y quizás la lucha diaria podría hacerse un poco más fácil. Al contrario de la última vez en la que el Atlético ganó un título de liga, la mayoría de los jugadores de esta plantilla debería permanecer junta por un buen tiempo. El título de 2014 fue percibido como un destello de suerte, aparte de que muchos jugadores lo utilizaron como trampolín, para hacerse con un puesto con los equipos más grandes del Viejo Continente. Actualmente el Atlético se encuentra en esa categoría, tal como lo demostró su inclusión (a última hora) en el fallido proyecto de la Superliga.

“En 2014 se querían ir todos”, dice Simeone. “Y hoy no se quiere ir nadie. ¿Por qué? Porque se trabaja bien, hay estabilidad, el club esta fuerte o porque puedes ganar”.

Con un Barcelona en aprietos, intentando frenéticamente vender jugadores y liberar masa salarial; y un Real Madrid con otro técnico nuevo y la incertidumbre con respecto a su XI inicial, esta temporada podría convertirse en otra rendija abierta. Con ella, llega la oportunidad de que el Atleti repita título de liga por primera vez en 70 años y consolidarse, al menos por los momentos, no sólo como uno de los mejores equipos del mundo, sino también como el mejor de España.

Simeone parecía animado ante esa posibilidad. Sigue tan inquieto como siempre, moviendo sus brazos como molinos de viento en la línea de banda, yendo más allá del área técnica, gritando instrucciones. En un momento del partido contra el Wolfsburgo, el joven extremo Rodrigo Riquelme vio a un compañero de equipo que se desmarcaba. Pero Riquelme se demoró en entregar el balón y la oportunidad se evaporó. El rostro de Simeone se puso rojo. Alzó sus manos al cielo, su rostro se contorsionó para hacer una mueca. Se alejó disgustado del campo, sus rasgos eran una máscara de evidente frustración.

Habían pasado cuarenta segundos desde el pitazo inicial.