Los escandalosos reveses sufridos recientemente por Barcelona y Real Madrid, tanto en el ámbito nacional como en el europeo, no se deben a problemas que puedan solucionarse instantáneamente con el despido de Ronald Koeman o Carlo Ancelotti.
De los dos, Barcelona es el que se ve más perjudicado por su entrenador.
Sigue siendo un equipo de alto nivel, capaz de competir por trofeos esta temporada, y la insistencia de Koeman en jugar con formaciones y estilos de fútbol que no se adaptan bien a su plantel no ayuda. Si Xavi, o un candidato menos conocido como Paulo Sousa, fuera a tomar las riendas del equipo esta semana, es muy probable que una perspectiva más clara y firme sobre cómo jugar con una formación de 4-3-3 marcaría una diferencia perceptible rápidamente. Pero el nuevo DT no podría acceder al verdadero núcleo del problema sin tiempo, recursos y un enorme reinicio. Volveremos a ello en un momento.
Madrid, en general, está en mejores condiciones.
Por muy nervioso que esté el presidente Florentino Pérez en este momento, no deberían circular rumores sobre el despido de Ancelotti, incluso después de los reveses consecutivos contra Sherrif (¿quién lo veía venir?) y Espanyol (su segunda victoria en LaLiga contra los blancos en 14 años). Pero Madrid está muy afectado por los mismos defectos sistemáticos que Barcelona.
Son defectos que ahora podrían convertirse en un talón de Aquiles para la selección española, que se vengó de su cruel derrota por penales en las semifinales de la Eurocopa contra Italia este miércoles en la Liga de Naciones.
La cuestión apremiante es que España no puede presionar. O al menos no lo hace. El país que reinventó el pressing, el fútbol posicional y los pases para la victoria no sólo corre el riesgo de quedar desdibujado, sino de ser superado.
Si eres un curioso del fútbol, sabrás que no hay nada nuevo bajo el sol. Mi primera visión del pressing fue cuando la absolutamente extraordinaria selección de los Países Bajos, dirigida por Rinus Michels, se paseó por el campo de juego durante la Copa Mundial del '74 como once cachorros de chaqueta naranja persiguiendo una pelota de tenis.
Aunque tenían una plantilla repleta de jugadores técnicos absolutamente gloriosos, capaces de pasar, rematar y gambetear para alcanzar la gloria, Michels les hizo marcar la línea de fuera de juego más alta que había visto en mi joven vida y ejercer la presión más increíble -que podría haber seguido el ritmo de la música de Benny Hill-.
Durante lo que pareció una eternidad, los equipos jugaron principalmente con formaciones de 4-4-2 o 4-5-1, sentados en profundidad, rezando por un error del rival, un contraataque, una jugada a pelota parada o, lo peor de todo, un empate a cero. Fue una época de fútbol horrible derivado del catenaccio, en la que cualquier cosa menos un triunfo por 1-0 se consideraba para ingenuos e idiotas.
Poco a poco, el AC Milan de Arrigo Sacchi, la Juventus de Marcello Lippi y el Ajax Ámsterdam de Louis van Gaal nos devolvieron el 4-3-3, nos devolvieron la presión. Nos devolvieron la actitud de "vamos a jugar en tu campo, y si no eres técnicamente excelente y actúas con rapidez, te vamos a destrozar". Fue sensacional.
Así que presionar al rival cuando no tienes la posesión y hacer grande el campo de juego con un posicionamiento atrevido porque tienes la capacidad de hacer pases precisos y a la velocidad del rayo, no fue inventado en 2008-09 por Pep Guardiola y Barcelona. Pero ¿recuerdas el impacto? ¿Recuerdas que futbolistas ya estelares, como Andrés Iniesta, Xavi, Samuel Eto'o y luego Lionel Messi, literalmente parecían controlar los partidos y ganar a voluntad?
No sólo les robaban la pelota a sus rivales con una presión alta mezquina y humillante, sino que le dieron un nombre a la táctica: "la presión de seis segundos". Las pocas veces que Barcelona perdía la pelota, explotaba en paquetes de presión, facilitados por la insistencia de Guardiola en que el equipo nunca perdiera la distancia "correcta" entre cada uno de sus jugadores, entre cada línea del equipo.
Así, correctamente posicionados, no perdían nada de tiempo agrupándose en esos paquetes de presión. Invertían un máximo de seis segundos en atacar la posesión del rival e intentar sobresaltarlo, o poner a prueba su toma de decisiones, para recuperar el balón en los lugares donde el rival se desalineaba o entraba en pánico.
Ellos, y la selección nacional, iniciaron su dominio del fútbol europeo, que fue asumido con entusiasmo, agresividad y éxito por Real Madrid. Un dominio que, a decir verdad, apenas está cediendo.
En los últimos meses, Villarreal ganó la Europa League y empató a un gol con el campeón de Europa en 120 minutos en la Supercopa de la UEFA; España fue semifinalista de la Eurocopa (derrotada por penales por el eventual campeón), ganó la plata olímpica, y la selección sub-21 también fue semifinalista en la Eurocopa.
Para algunos países, eso habría sido suficiente para una semana de fiestas nacionales, celebraciones y la acuñación de una moneda conmemorativa. Pero no para España. Sus habilidades técnicas, sus estrellas, pero, sobre todo, sus estrategias superiores -su presión, sus pases y su excelencia posicional- hicieron que, desde 2008 hasta ahora, los clubes de LaLiga y la selección nacional dominaran implacablemente el arte de levantar trofeos.
Desde 2008-09, España ha producido siete títulos de Champions League y nueve finalistas. En la Europa League, ha sumado ocho títulos con ocho finalistas. ¿En la Supercopa de Europa? Nueve de 14. De las siete Eurocopas sub-21 jugadas desde 2008, suman tres victorias y un finalista. Desde 2008 se han celebrado 13 Mundiales de Clubes; los equipos españoles han ganado siete de ellos.
En algún lugar en el medio de esto, recuerdo haber entrevistado a Ginés Meléndez, responsable del desarrollo general de la Federación Española de Fútbol para hablar de sus conceptos sólidos, su habilidad para maximizar el talento y su mentalidad ganadora. El día siguiente fue a dar una conferencia al relativamente nuevo St. George's Park – hogar del grupo de expertos del fútbol inglés.
Le dije a Ginés: "Explícame la razón por la cual irás a compartir todo tu preciado conocimiento con un enemigo", y él me respondió: "Porque es saludable asegurarse de que el conocimiento compartido expanda el juego del fútbol y, además, cuando los ingleses se pongan al día, nosotros ya vamos a estar unos cuantos escalones más arriba".
Pero estaba equivocado.
Los dos principales clubes de España, en términos europeos, son como el Rey Canuto intentando detener el oleaje -mientras el mismo rodea sus pies-. Recostándose en la técnica pura, el know-how y sus fabulosas habilidades, de todas maneras se los ve lentos, demasiado pequeños, demasiado viejos o demasiado jóvenes, predecibles y demasiado fáciles de superar. También hay características similares en el seleccionado nacional.
Presten atención a las últimas derrotas más notorias: Barcelona en casa contra Juve, ante París Saint-Germain, ante Liverpool, en casa contra Bayern Munich... en Lisboa contra Bayern; Madrid contra Sherrif, en Londres contra Chelsea, en casa y de visitante contra Manchester City. ¡La primera derrota de España en las eliminatorias del Mundial en 28 años! Y hay más, debería incluir las lentas y dolorosas derrotas de Atlético Madrid contra Chelsea la temporada pasada, además de la paliza que Real Sociedad sufrió en manos de Manchester United el pasado febrero.
Los factores vinculantes están omnipresentes. Rivales que son más rápidos, más altos, que corren más, que presionan mejor y mueven la pelota con más agilidad. Ese ha sido el caso cuando España, en el fútbol de clubes o de selecciones nacionales, enfrentó a Europa del Norte.
Lo que ha sucedido en las últimas temporadas es que han declinado las habilidades en el fútbol español de lograr esos hermosos pases alrededor de los equipos "citius, altius, fortius" (con un fútbol más veloz, con mayor tamaño o más fuerte) que España siempre ha tenido que enfrentar en la era dorada. En la mayoría de los casos, el fútbol español no puede superar en presión a sus rivales; ha tenido dificultades para producir la misma coordinación y agresividad explosiva, y por lo general mueve la pelota con mayor lentitud una vez que logra recuperar la pelota.
Mientras tanto, el fútbol inglés en particular ha logrado amalgamar su coctel de influencias.
El flujo inicial de jugadores brillantes yendo al exterior hacia el final de sus carreras se ha convertido en una inyección regular de talento joven desde el continente cuando están terminando la adolescencia o entrando en los veinte. Los niños ingleses se están desarrollando en el sistema de academias mejor entrenados, y con mejores dietas y rehabilitaciones. Ahora es una potente mezcla del estilo de juego inglés al estilo “vamos a la guerra”, con la técnica, la estrategia y la inteligencia que vieron desde chicos del juego español por televisión.
Ahora ya cuentan con una generación de los mejores entrenadores impartiendo sus creencias y estrategias, compartiendo su ciencia y asegurando que el fútbol inglés sea hoy en día un híbrido: lo mejor de nosotros y lo mejor de ellos. Es excitante, es embriagante.
El fútbol español sigue produciendo grandeza – o al menos grandes promesas – pero ahora, con demasiada frecuencia, se marchan siendo jóvenes. El fútbol italiano sumó a Brahim Díaz, Pablo Rodríguez y Fabián Ruiz; el fútbol inglés, sólo para nombrar algunos, se ha llevado a Sergio Reguilón, Bryan Gil, Ferran Torres, Pablo Fornals y Robert Sánchez antes de que cualquiera de ellos produjera un impacto en su país natal; Alemania tiene a Dani Olmo, Mateu Morey y Marc Roca. Estas son tendencias que se ven a lo largo de toda Europa.
En LaLiga, podemos celebrar el surgimiento de Ansu Fati, Pedri, Gavi, Nico, Daniel Vivian, Oihan Sancet, Unai Vencedor, Antonio Blanco, Miguel Gutiérrez y Martín Zubimendi. Estos son jóvenes que están más que bien. Pero, a diferencia de Sergio Ramos, Xabi Alonso, Sergio Busquets, Carles Puyol, David Silva, David Villa y Fernando Torres -además de Xavi e Iniesta- estos son jóvenes que se están sumando al fútbol español en un momento en el que se necesita una reestructuración mayor.
Los equipos del país necesitan regresar a su brillante fútbol de precisión posicional y su estilo de "retener la pelota", ofuscando así a los rivales más veloces, con mayor tamaño o más agresivos, o -como Sevilla, Villarreal y Atlético Madrid- apuntar a una mezcla de inteligencia y técnica con una defensa ultra rigurosa por toda la cancha.
En cuanto al seleccionado nacional, es momento de reconstruirse.
Las lesiones han hecho que España no cuente con todos sus hombres para el partido en el San Siro contra Italia, pero están dirigidos por un hombre que es un ferviente seguidor de todas las filosofías que han sido centrales para los últimos 13 años de éxitos: pases, presión, fútbol posicional e intentar ser los protagonistas de cada partido en los que juegan.
Italia en Milán quizá sea demasiado para La Roja en este momento, ya lo veremos, pero agradezcamos la presencia de Luis Enrique, quien es uno de los pocos que no han perdido de vista lo que precisamente ha hecho que España se convirtiera en la fuerza dominante del mundo del fútbol durante los últimos 13 años.