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Chucky Lozano aprendió a jugar como debe y no sólo como quiere

LOS ÁNGELES -- No era culpa sólo del Chucky Lozano. Hirving estaba acostumbrado a jugar como quería, a jugar como podía, sin estar seguro de que jugaba también como debía.

En Pachuca, en el PSV Eindhoven, y en el Napoli de Carlo Ancelotti, se conformaban con ello. Un atacante que reclamaba el balón en las alturas de la cancha, para tratar de escribir su historia con su propio rococó.

El Chucky descubrió un día que no era una isla en la cancha. Genaro Gattuso le abrió los ojos para que entendiera que formaba parte de un archipiélago en constante movimiento.

Se luce más en lo individual, cuando el individuo hace lucir al colectivo. Ése era el mensaje de Gattuso, un hombre poco paciente, según él mismo lo acepta: “Lo más difícil de ser entrenador es aprender a contar hasta diez antes de hablar... Yo he llegado hasta el 3.5”.

Tal vez con Lozano, Gattuso llegó a contar hasta diez... y se desesperó. Pero, lo hizo cambiar, lo hizo evolucionar. Lo transfiguró de un atacante aventurero a un futbolista activo en un once urgido de resultados.

Ya alguna vez quedó explicado. El delantero mexicano tuvo que ir de la ficción del nuevo “Barrilete Cósmico” del Nápoli a ser el dron de Genaro Gatusso. Y no fue fácil.

Gattuso enjuició públicamente a Hirving Lozano. Lo humilló. Lo echó del entrenamiento por contaminar y arruinar la práctica. Hasta que consiguió modificar la versión del Chucky, el muñeco diabólico, en el Godzilla del ataque napolitano.

¿Por qué debió educarlo de esa manera? Gattuso lo explica: “Me arranco el corazón y se los doy a mis jugadores. Por eso soy muy exigente. Para mí una traición de un futbolista (al equipo, a mi confianza) es como una traición de mi mujer”.

¿Qué hace distinto Chucky Lozano para que el técnico napolitano lo sacara del ostracismo y lo colocara en el nicho de los elegidos? “Hablamos y entendí lo que él quería”, explica Hirving Lozano.

Hay más de fondo. Y el lado ladinamente mexicano del Chucky, lo traduce en el diccionario fascinantemente festivo de la sabiduría popular: “de lengua me como un taco”. Y Lozano se ha comido varios.

Dotado física y mentalmente para el esfuerzo, para la dinámica, para los recorridos, para el desgaste, para el asedio, para el desdoble, para la lucha, Lozano se ha subido a un barco pirata que ha elegido ir al asalto cada jornada, aunque a veces, como el fin de semana pasado, termine goleado (3-1, Hellas Verona), a pesar de arrancar ganando con anotación del mismo Chucky, a los 9 segundos, el tercer gol más rápido en la historia del Calcio.

Las estadísticas no mienten. Chucky Lozano cubre hoy un 35 por ciento más de terreno que en sus anteriores travesías futbolísticas, incluyendo el Tri de Juan Carlos Osorio. Hoy colabora en un 70 por ciento más en la recuperación de balones del Nápoli en zona de media cancha o de ataque.

Tal vez, Hirving Lozano juega menos como quisiera, pero juega más como debiera. Regatea menos y combina más; contempla menos y fustiga más; se queja menos y batalla más. No es, ni será, el modelo (no ejemplo) de futbolista que fue Gattuso, quien en un alarde de honestidad regaló esta reflexión: “Al ver jugar a (Andrea) Pirlo, me pregunté si realmente yo era jugador de futbol”.

Con Gattuso, el atacante mexicano ha salido del confort de la inercia en que vivía, para acercarse más a los que necesita el Napoli, y alejarse más de lo que lamenta el mismo entrenador: “Hoy tenemos fenómenos con los teléfonos móviles y con la Play Station, pero tenemos menos fenómenos jugando al futbol”.

“Ahora pierden un partido, se hacen una selfie y la suben a las redes sociales; me dan asco. Cuando yo perdía un partido iba a los casilleros y golpeaba todo por la frustración”, se lamenta.

Hoy, el delantero mexicano es mejor jugador y mejor futbolista. Ello, lo festeja, incluso, Gerardo Tata Martino: “Que se imponga como titular en un equipo con tantos aspirantes a los puestos (de ataque), es una buena noticia para todos, y por supuesto para la selección mexicana”.

El calvario de Hirving Lozano en la era Gattuso, llegó a su final, aparentemente, y conviven en la armonía en que pueden convivir un capataz con látigo y un artista del futbol tribunero.

El vez el mejor agradecimiento del mexicano, llega con una reflexión: “Todos necesitamos un Gattuso en algún momento en nuestras vidas”.