Otra vez los uruguayos. Como ayer, como siempre. Sufriendo hasta al final. Caminando al borde del precipicio. Aferrados a la última pelota. Si hasta parecen estar acostumbrados…
Así los crían, así los forman a los hijos del Uruguay. Nacen con una pelota debajo del brazo y desde chiquitos les inculcan que hay que ganar. Porque en este país hay que ganar. No importa el poderío del rival. ¡Hay que ganar! Y cuánto más grande es el rival, mayor es el desafío. El uruguayo se le va a parar de frente. Sin temores ni complejos. No lo dude.
La clasificatoria para el Mundial de Qatar 2022 se había tornado compleja. Como todas. Los uruguayos no disfrutan el viaje, lo padecen. Siempre.
Y en aquel entonces, noviembre de 2021, para los uruguayos ya nada ni nadie servía. Es una historia común, como la de vestir de gris o azul y protestar en la fila de ingreso al Estadio porque la cola no se mueve.
Cuatro derrotas consecutivas dejaron al equipo celeste al borde de quedar afuera del Mundial. El golpe padecido en la altura de La Paz fue determinante para la salida del técnico Oscar Tabárez y el desembarco del nuevo conductor, Diego Alonso.
Cuatro partidos por delante. La clasificación pendía de un hilo. Pocos daban algo por Uruguay. Si hasta sorprendió un editorial del periodista argentino Sebastián Vignolo en ESPN diciendo: “¿Puede? Sí, Uruguay siempre puede. Uruguay con poco siempre hace un montón, porque es su estilo, su forma, su filosofía. Si tienen un territorio más pequeño que el resto, los tipos le sacan brillo. Son en cantidad muchos menos que nosotros, en población, en geografía, sin embargo, los uruguayos con menos hacen un montón, por eso digo que jamás diría que Uruguay está fuera de la Copa del Mundo. Si penden de un hilo van a engrosar ese hilo, y aferrarse porque si los uruguayos hay algo que tienen son huevos, garra, sentido de pertenencia, espíritu”.
Era una voz en el desierto. Pocos lo daban con vida a Uruguay. Lo cierto es que el técnico Alonso movió pequeñas piezas. Cuando parecía que Diego Godín no podía jugar más y la mayor parte de la crítica lo golpeaba pidiendo su cabeza, el técnico lejos de seguir el clamor popular, lo respaldó. Volvió a depositar el brazalete de capitán en su brazo. Sorprendió con la titularidad de Facundo Pellistri y Mathías Olivera. Y Uruguay retomó el camino. Venció a Paraguay en Asunción y un triunfo ante Venezuela en el Centenario lo dejó en inmejorable posición de clasificar directo.
Parecía mentira. Los uruguayos pasaron de caminar al borde del abismo, de estar casi eliminados, a depender de un triunfo ante Perú.
Y lo lograron. Otra vez sufriendo hasta el último minuto para defender el solitario gol de Giorgian De Arrascaeta. Si hasta parecen estar acostumbrados… Así los crían, así los forman los hijos del Uruguay. Contra lo que cueste. Como cuando reciben un golpe y el viejo les grita desde afuera: “¡Pisá fuerte botija! Pisá fuerte que se te pasa el dolor…”.