El empate entre México y Alemania es la mejor exhibición del Tricolor bajo el ministerio táctico de Jaime Lozano. La selección nacional salda de manera notable sus deudas ante un equipo que intenta la reconstrucción
FILADELFIA -- La mejor exhibición de México bajo el ministerio táctico de Jaime Lozano, y con el respaldo emocional, físico y devoto de sus jugadores. Así, empata 2-2 con una Alemania con ansias de resurrección y renacimiento. 2-2 que a pesar de la parquedad del marcador, termina dejando ricas conclusiones al Tri.
Si bien México aún debe confrontar exigencias y amonestaciones, poco hay que recriminarle en factores de alto calibre en el futbol mundial: disciplina, orden, voluntad, rabia, intensidad y una lealtad táctica a las ordenanzas de su entrenador.
Jaime Lozano sustrajo el manual de Julian Nagelsmann de la caja de caudales. Le mordió las salidas desde el fondo, hasta donde pudo bloqueó los enroques de mediocampistas y atacantes, y fue restringiendo los impulsos de sus laterales. Claro, las estrategias se perfeccionan en los desplantes individuales. Por eso el 1-0 de Antonio Rüdiger y por eso el 1-1 de Uriel Antuna.
Un primer tiempo intenso. Los entrenadores cumplían su palabra. Sólidos sin el balón, audaces con él, había dicho Jaime Lozano. Ganar es la estrategia de los alemanes, había advertido Julian Nagelsmann.
Y la fiesta es completa. El coliseo de las Philadelphia Eagles se engalanó de ese Tricolor patentado por Alex Lora, pero propiedad legítima de los mexicanos y su selección. Una muchedumbre irrefrenable en la coreografía extenuante de la ola, los alaridos, los saltos, los aplausos, los vituperios. Pocas veces los boletos que pagan por su Tri, se ven tan bien recompensados como esta noche de martes.
Apenas a los tres minutos, ya Guillermo Ochoa había desviado con la pierna derecha un balón sedicioso de red. Después Marc-André Ter Stegen ensuciaría su canario atuendo en dos lances forzados. Había guerra declarada, cierto, entre un tetracampeón del mundo sobajado en dos mundiales, y un chambelán habitual, que en Catar murió en el ataúd de la fase de grupos.
Dos equipos que viven en mundos opuestos. Jugadores de la elite con el resuello altanero de ser potencia mundial. México, en la humildad de eterno aspirante. Así como las clases sociales se emparejan en la cancha, se distancian en la viveza o en la potencia.
Alemania pega primero. Minuto 24. Cobro por derecha, desde el rincón. La ecuación del doble cabezazo. Error en la marca y peina Robin Gosens al segundo poste. Ahí aparece Antonio Rüdiger, olvidado en la marca por Luis Romo. 1-0.
Ni losa ni lápida fue el marcador parcial para México. Gritos de aliento en la cancha y solidaridad en la tribuna. “¡Sí se puede, sí se puede!”, el orfeón que invoca la propensión al milagro.
El Tri entiende y asume. Un par de gritos y aspavientos de Jaime Lozano. No hay pausa ni lamento.
Astuto generacionalmente, Alemania tiende la misma emboscada con la que humilló a Estados Unidos. Atrás y preparando catapultas. Pero, soberanamente, México mantiene el orden. Sin prisa, pero sin pausa.
La recompensa llega al minuto 37. Rompimiento de México e Hirving Lozano la entreteje toda. Supera a Antonio Rüdiger, lo chamaquea, punteándole el balón. Después lo amaga, lo desequilibra y mete el zapatazo a un Uriel Antuna que había errado pases, pero no ese, el más importante, a la red, con pulcritud letal en el impacto, 1-1.
No había tregua en el partido. Alemania abandonó la zona de confort desde donde especulaba con el 1-0. Era obligado a salir de la guarida. Y el primer tiempo cerró con una lucha enérgica, intensa, de igual a igual, a pesar de la diferencia abismal en blasones.
Seguía consistente la advertencia eterna entre directores técnicos. Jaime Lozano había hecho su tarea. Julian Nagelsmann había tomado como referencia los partidos ante Australia, Uzbekistán y Ghana. Thomas Müller había advertido: “No hemos podido descifrarlo”.
Con el 1-1, el remanso de la pausa era necesario. En la cancha y en la tribuna. La excitación tricolor era compartida. Hacía años que la afición no se sentía representada por una Selección Mexicana desde hace años.
SIN TREGUA…
En el regreso a la cancha, desde el banderazo de salida de la segunda mitad, salieron con los mismos espolones que cerraron la primera mitad. La sangre seguía en las mitradas.
Y al 47, lo inesperado, en un latigazo de los que ensaya el Tri de Jaime Lozano. Jorge Sánchez conduce y rompe, Uriel Antuna esta vez se limpia las lagañas para centrar y encuentra en el área al enmascarado pequeñito, a Erick Sánchez, quien inexplicablemente con una humanidad de desventaja, anticipa a Niklas Sülen y remata de cabeza, casi a la cintura del alemán. 2-1.
Eso no estaba en el libreto de una Alemania en resurrección. Debe desenterrar el hacha y reorganizar sus fuerzas. Pronto llegaría el empate. Tras una mala cobertura de Jorge Sánchez, Guillermo Ochoa consuma otra de sus acrobacias y ataja un seco cabezazo, pero el segundo remate de Niclas Füllkrug, ya sorprende al arquero mexicano dentro de su arco, imposibilitado de reaccionar. 2-2.
En el segundo tiempo, Jaime Lozano organiza una catarata de cambios, pero el equipo no pierde ni la capacidad de respuesta ni el aplomo, mientras por momentos Alemania dudaba entre la rendición táctica y la ofensiva.
2-2 al final. México salda de manera notable sus deudas, con el empate ante un equipo que intenta la reconstrucción, luego de casi un decenio de vivir aburguesado de las rentas de 2014.
Ahora, México cerrar el año con un amistoso ante Colombia, sin europeos, y sin ser Fecha FIFA.