BUENOS AIRES -- En líneas generales, el panorama de la Selección no cambió demasiado con respecto a 2014.
Podría decirse que el argumento –con un final feliz que se resiste– fue el mismo, aun con la renovación en la dirección técnica.
Como en el Mundial de Brasil, Argentina sufrió en la Copa América 2015 la frustración final. Se quedó, una vez más, en las puertas de un título y, al igual un año antes, desfiguró su línea de juego en esa instancia clave, como si la gran escena y la necesidad de una coronación la anestesiaran, la volvieran un equipo de vuelo bajo.
También figurita repetida fue la imposibilidad de Messi de escalar con la Selección a las mismas alturas que acostumbra en Barcelona.
Así como jugó un buen Mundial el año pasado, en Chile tuvo momentos de genialidad, pero cuando su soplo divino debe definir los campeonatos todavía no aparece.
No es culpa de él. Hay un funcionamiento colectivo que merma en los tramos decisivos.
En Brasil, el equipo de Sabella se tornó defensivo, se afincó alrededor de Mascherano y abandonó a Leo a su suerte. En la final de Chile, los socios se evaporaron y la pelota fue propiedad ajena.
Luego de la Copa América, las cosas empeoraron, en parte porque Messi no estaba.
En el debut de las eliminatorias ocurrió la peor performance de la era Martino y Argentina pagó con una derrota grave ante Ecuador.
El equipo siguió sumido en la indefinición (sin espesor de juego, sin garantías defensivas, sin pimienta en el segmento final de la cancha) y sólo alcanzó una exigua victoria en su excursión a Colombia, ante un equipo de pasmosa tibieza.
“La idea no se negocia”, repite cada tanto Tata Martino. Pero, a decir verdad, la idea inconfundible de sus equipos (Newell’s como expresión más cercana para el público argentino) no se detecta en esta versión de la Selección.
Antes de replegar al equipo conforme avanzaba en el Mundial, Sabella podía arrogarse un mérito indiscutible: había encontrado una formación para Messi.
El rosarino tuvo, con Sabella, su reconciliación en los hinchas que lo resistían y una etapa de esplendor, junto a sus socios rápidos y verticales como él.
En el Mundial, la fe de Sabella en Messi flaqueó y cuando empezaron a desfilar los rivales de mayor envergadura prefirió fortalecerse en la gestión defensiva y dormir los partidos.
Martino, como cualquier técnico sensato, ha declarado a Messi prioridad, pero todavía no montó un equipo que satisfaga las demandas del diez del Barcelona y, en consecuencia, multiplique su rendimiento.
La elección de Pastore es atinada. Al cordobés le falta creerse su rol principal cuando le toca jugar. Que Banega, como falso doble cinco, se haga amigo del equipo, también es una buena noticia.
Martino pretende un equipo con elaboración precisa y población densa en el campo enemigo a la hora de atacar. Y un Messi libre, bien asistido en sus invenciones, con facilidades para aplicar sus dotes de goleador.
El proyecto suena atractivo. Por ahora, es una expresión de deseos. La resaca de las frustraciones más o menos recientes todavía es más fuerte.