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Romario fue la gran figura

WASHINGTON -- "Mi único objetivo es ganar el Mundial con Brasil", dijo Romario apenas llegó a Estados Unidos. Poco más de un mes después, el Diez de Brasil estaba besando la Copa tras derrotar a Italia en la gran final. Y mucho tuvo que ver su talento individual para que ese fuera el desenlace de la historia.

Romario da Souza Faría nació y se crió en la favela de Jacarezinho, 28 años antes del Mundial 94. Comenzó su carrera en Vasco da Gama, donde demostró toda su capacidad goleadora y en 1988 fue transferido a PSV de Holanda. Allí estuvo cinco temporadas, hasta que pasó a Barcelona, donde se desempeñó el año anterior a la Copa del Mundo en la que se destacó como el mejor futbolista de todos.

Debutó en la Selección nacional en 1987, cuando todavía en Brasil se echaba de menos a la generación de Pelé y se empezaba a extrañar a la de Sócrates y Zico. En 1989 fue uno de los artífices del título en la Copa América y en 1990 disputó el Mundial de Italia, a pesar de que una fractura no le permitió llegar en plenitud y por eso fue suplente de Careca. Su revancha llegaría cuatro años después.

Ya en el primer encuentro del campeonato, Romario demostró que estaba en Estados Unidos para hacer historia. A los 26 minutos de juego anotó el primer gol de su equipo y luego generó la jugada del penal que convirtió Raí. La Verdeamarela ganó 2-0 y comenzó su camino hacia la gloria.

Desde 1970 que Brasil esperaba la oportunidad de volver a dar la vuelta olímpica más importante, porque tras el adiós de Pelé todo se hizo muy complicado para los tricampeones. Si formaban equipos de calidad, no tenían la suerte necesaria y si no, faltaba categoría. Esta vez, Romario tenía la chance de liderar un plantel capaz de darle al Scratch lo que merecía. Y no la dejó pasar.

En la segunda presentación se vio el primer recital de la dupla Romario-Bebeto. El Baixinho volvió a abrir el marcador y su compañero de ataque cerró la goleada 3-0. Los atacantes se entendieron a la perfección durante los siete partidos y fueron la principal virtud del campeón del mundo. Intercambiaron posiciones y roles y, aunque Romario siempre fue el líder del sistema ofensivo, tuvo la inteligencia de ceder protagonismo cuando el juego lo requería.

Romario convirtió su tercer gol en el empate 1-1 frente a Suecia y luego cumplió una buena tarea en el triunfo 1-0 sobre Estados Unidos por los octavos de final. Aquel día en el Stanford Stadium de San Francisco fue su compadre Bebeto quien anotó el gol de la clasificación. Hasta Telé Santana lo elogió tras ese encuentro: "está demostrando en cada partido su calidad, pero está muy desamparado", afirmó el ex seleccionador.

"Conocemos la calidad de Romario. Sabemos que es muy rápido en unos metros. Pero nosotros tenemos una gran defensa y buenos marcadores. Por otro lado yo creo que Brasil no es sólo Romário. También está Bebeto, al que considero también dificil de marcar, pero la realidad es que es casi imposible marcar bien a Romario durante los noventa minutos". Ronald Koeman sabía a la perfección lo difícil que sería para Holanda el juego frente a Brasil por los cuartos de final. Y la estrella brasileña no defraudó.

Después de un mal primer tiempo, Brasil salió con todo en la segunda parte y, a los ocho minutos, Romario convirtió el primer gol del partido en el Cotton Bowl de Dallas. Luego, Bebeto marcó el segundo pero la Naranja sorprendió para poner el juego 2-2 a quince minutos del final. Todo el complemento fue una verdadera demostración de fútbol y el equipo de Romario logró la merecida victoria 3-2 gracias a un gol de Branco.

La semifinal contra Suecia, Brasil la ganó sólo porque jugó Romario. El crack carioca marcó el único gol a diez minutos del final del tiempo reglamentario y se confirmó como el mejor jugador de la Copa, pasara lo que pasara en la final frente a Italia. "Ante todo deseo que Brasil quede campeón ganando a Italia, y del equipo campeón saldrá probablemente el mejor jugador y el más goleador", dijo el Baixinho tras la semi. Y agregó: "He creado más ocasiones de gol que en ningún otro partido; tuve varias claras oportunidades, pero el gol que metí lo conseguí de cabeza. Así es el fútbol".

La gran final fue un muy mal encuentro de fútbol, con ambos Seleccionados respetándose mucho más de lo necesario y demostrando más miedo a perder que determinación por ganar. Ni siquiera la rebeldía y el talento de Romario pudo con esa idea. Sin embargo, el destino estaba escrito y Brasil se consagró campeón tras ganar la primera definición por penales de la historias de las Copas del Mundo. No fue la manera más noble de regresar a la gloria, pero sí fue legítima.

"Fue lo mismo que jugar un partido en el barrio. Era consciente de que había todo un pueblo detrás, pero tenía que jugar como lo hago siempre", afirmó Romario con el Balón de Oro y la Copa ya en sus manos. El mismo Baixinho que corría por la favela con una pelota en sus pies, hoy llegaba a la cima del mundo. Nadie lo merecía más que él.