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¿Aficionado o fanático?

CARACAS -- El título de este blog es una pregunta que me ha dado vueltas en la cabeza muchas veces, sobre todo desde que comencé a trabajar en este medio del periodismo deportivo hace más de diez años.

Si uno se apega a las definiciones oficiales de ambas palabras, encuentra que el aficionado es aquel que disfruta de algo o siente inclinación por algún evento o disciplina en particular. El fanático va más allá. Las diferencias en su definición incluyen frases como "entusiasmado ciegamente por algo", y que defiende ese algo con "tenacidad desmedida".

El tema me vino de nuevo a la mente en estos primeros días del 2009 en los que estoy de vuelta en mi país para disfrutar de un tiempo en familia y entre viejos amigos. Como trato de hacer cada año, estando en Caracas decidí ir al Estadio Universitario a ver un juego de béisbol de la ronda de playoffs o round robin. En otras ocasiones me he tenido que conformar con verlos por televisión porque ninguno de los equipos que juega en la capital llegaba a esa instancia. Por fortuna este año llegaron ambos, Leones del Caracas, con su mejor temporada regular de la última década, y unos Tiburones de La Guaira con un equipo muy completo y gran espíritu batallador.

La situación era ideal porque pude acudir al parque junto a mi padre Tony Sr., seguidor de los Tiburones desde que llegó a Venezuela a principios de los 70 y mi hermana Mónica, caraquista de esas que escucha cada juego con atención por la radio y que vive cada inning como si fuera el último de la temporada. El Caracas-La Guaira es el juego perfecto para que disfrutemos todos. A esta altura algunos se preguntarán si soy aficionado o fanático a alguno de esos dos. La respuesta es sí y no, y por eso el título de este blog.

Desde que comencé a seguir el béisbol en Venezuela mi papá intentó cultivarme la afición por los Tiburones. Aún cuando a los siete u ocho años la figura del padre es casi el espejo de un niño, la cosa se le puso difícil a mi papá porque los Leones del Caracas eran un equipo simplemente espectacular. Caracas estaba lleno de leyendas como Baudilio Díaz, Antonio Armas, el gran Víctor Davalillo (aunque ya estaba de salida) y figuras que se consagrarían en grandes ligas como el Gato Andrés Galarraga y el mejor campocorto defensivo en la historia del béisbol, Omar Vizquel. Fue así como me convertí en seguidor de los Leones y año a año sufría o me alegraba dependiendo como les fuera en la temporada.

Pero desde que comencé a trabajar en este medio me ocurrió algo que no esperaba. Mi afición cambió. Comencé a ver los juegos desde otra óptica y aunque sé que hay maneras de mantener la objetividad sin dejar sentir los colores de un equipo, de alguna forma mi lado de aficionado había comenzado a perder algo que ya no recuperó. En la temporada 2004-2005 me tocó cubrir para Televen la final entre Leones y Tigres que se fue hasta siete juegos. Era la primera vez en muchos años que Caracas accedía a la final pero los Tigres habían sido sus verdugos todo el año. Aragua jugó un béisbol espectacular y se llevó el título pero antes de ese séptimo duelo le dije a mi camarógrafo Naudy Arrioja: "Siempre he querido vivir de cerca un campeonato de los Leones pero en el fondo sé que los Tigres merecen este título".

Más allá de eso Caracas sigue siendo mi equipo, pero ya no vivo la experiencia de la misma manera. De hecho la temporada siguiente los Leones lo consiguieron todo. Vengaron la derrota ante los Tigres y se coronaron campeones del Caribe tras más de veinte años, pero ese momento que había esperado durante muchos años no tuvo el mismo sabor.

Pero esta semana, de vuelta en Caracas, me animé a enfundarme mi franela de los Leones y vivir el juego de pelota como un aficionado más y no como periodista. Conseguí unos asientos muy bien ubicados entre tercera y home, sobre el dogout de los Leones. En cinco minutos, con un par de cervezas y los gritos de ¡Leooooon, Leoooon! y de ¡ Eeeehhh La Guaira! ya me sentía perfectamente en ambiente. Fue un juegazo. Los Leones ganaron 4 carreras a 1 pero los dos equipos jugaron un gran béisbol, de buen picheo y defensiva de altura. Mi papá tuvo que aguantar las burlas entre seguidores del Caracas y mi hermana se fue a la casa con una sonrisa.

Saliendo del estadio encontré aficionados y encontré fanáticos. Los aficionados, como mi papá, se lamentaban en el camino al carro pero dejaban espacio para las bromas con el rival y daban la impresión de estar listos para dejar atrás lo que habían visto en el estadio y poner su mente otra vez en sus familias, sus trabajos, sus estudios, etc. Los fanáticos, aquellos que durante el juego vieron y analizaron cada picheo, cuestionaron cada decisión de su manager y perdieron la voz gritando para intimidar a los peloteros contrarios; esos fanáticos tenían un semblante muy distinto. Un semblante que he visto muchas veces. Amigos y compañeros de trabajo que pierden el habla durante tres días después de una derrota en un Caracas-Magallanes, en un clásico América-Chivas o en la eliminación de su selección en el mundial de fútbol.

El fanático disfruta más que nadie pero también sufre como ninguno. Su equipo llega a ser más importante que el resto de lo que lo rodea. Ninguna de las posiciones es criticable, siempre que se respete el espacio de los demás. Lo cierto es que a veces añoro ese modo de vivir y disfrutar a mi equipo pero también me agrada saber que, ahora, después de ver un juego puedo irme a casa o apagar el televisor y seguir con mi vida como si nada.

¡Un abrazo a todos!