El hombre de 79 años cumplidos en abril, delgado y algo encorvado, con el cuerpo aún más débil que en los últimos tiempos pero intacta lucidez, estacionó en la apacible tarde santafesina del miércoles 5 de mayo cerca del Sanatorio Santa Fe y entró por sus medios. Se sentía más decaído que de costumbre. Buena parte del personal que lo asistió de inmediato no había nacido cuando ese tipo de mirada penetrante detenía el turbulento ritmo de la Argentina en los 70 y comienzos de los 80 cada vez que largaba un Gran Premio de Fórmula Uno.
Unos pocos recordaban haber oído que esa humanidad deteriorada por un cáncer de hígado que le fue extirpado en 2017 en Nueva York se crió en el campo, rodeada de vacas de ordeñe pero más atraída por las maquinarias, por los fierros. Que mientras vivía en Europa, en su época como piloto profesional, aprendió en las calles a hablar inglés, francés e italiano, observando y escuchando. Los menos sabían que cuando fue tentado para entrar en la política tomó su auto y recorrió cada rincón de la provincia preguntándoles a sus vecinos qué opinaban de su posible candidatura porque siempre creyó más en lo que percibía que en lo que le contaban.
Más frescas en la memoria de quienes atendieron esa vez al senador nacional figuraban sus particularidades en los días como gobernador de Santa Fe -de 1991 a 1995 y de 1999 a 2003-, cuando solía manejar de madrugada sin chofer ni custodia desde su campo hasta la Casa Gris para iniciar temprano la gestión de gobierno.
En el centro de la ciudad, esa tarde otoñal yacía ante los médicos un hombre rural santafesino reconocido en el mundo principalmente por su capacidad para manejar autos de carrera, que estuvo demasiado cerca de ser campeón mundial y que pudo haber sido presidente de su país. Era Carlos Alberto Reutemann. Encaraba con estoicismo, como siempre, una nueva internación de la que consiguió salir dos semanas después, a tiempo para ver desde su casa y por televisión el triunfo de Max Verstappen en el Gran Premio de Mónaco. Ocho días después fue otra vez hospitalizado.
Reutemann era también Lole, el apodo que lo acompañaba desde chico, un chiste derivado de su prematura preocupación campesina por la crianza de cerdos, por "lolechone". Sus abuelos fueron agricultores inmigrantes que llegaron a la Argentina y se instalaron en la provincia con la colonia suizo alemana. Más tarde se movieron hacia Humboldt y se dedicaron al tambo y a la cría de vacas holando argentinas.
El segundo hijo de Enrique Reutemann y Flora Molina, con un hermano mayor también llamado Enrique, "de chiquito era tan lindo que cuando lo llevaba a pasear la gente decía '¡qué muñeco!´", solía recordar su padre. Nunca se le conocieron vicios ni malos hábitos más allá de la onicofagia: se comía las uñas.
Creció en Manucho, un pueblo minúsculo. A los seis años se subió por primera vez al volante del Ford A modelo 29 que tenía su padre. A los diez, agregándole un almohadón al asiento, ya lo manejaba. Recorría a caballo diez kilómetros diarios para asistir a la escuela primaria 572, donde la maestra le enseñó con palitos a sumar y a restar. Era un adolescente cuando viajó a dedo a Buenos Aires para ver correr a Juan Manuel Fangio con la Fórmula Uno en el autódromo porteño. Al terminar el bachillerato en el Colegio de la Inmaculada en Santa Fe volvió al campo para trabajar a la par de los peones: lo atraía la agricultura e insistió hasta que su padre adquirió tractores a uña con arranque a manija. Al poco tiempo mejoraron el equipamiento: compraron un "engomado" Fiat 780.
Con otro Fiat, un 1500 de los hermanos Américo y Carlos Grossi, debutó como piloto. Fue el 30 de mayo de 1965 en una competencia de Turismo Anexo J en La Cumbre, Córdoba. Antes de eso sólo había corrido algunas carreras callejeras en Santa Fe. Campeón de Turismo en 1966 y 1967, pasó a competir en Sport Prototipo, corrió en Turismo Carretera con un Ford Falcon y en F-1 Mecánica Argentina. A fines de 1968 se destacó en la serie internacional que la Fórmula 2 Europea desarrolló en la Argentina. Reutemann llamó la atención ante Jochen Rindt, Jo Siffert, Pedro Rodríguez y Clay Regazzoni, entre otros, y para la última carrera, el 22 de diciembre del 68 en el circuito 6 de Buenos Aires, le confiaron un Brabham-Cosworth alistado por Frank Williams. El santafesino fue octavo en la primera carrera y picó entre los líderes en la segunda hasta que el motor se rompió.
En mayo de ese año se había casado con María Noemí Claudia Bobbio Orellano, Mimicha. Según contó ella décadas después, camino a Buenos Aires pasaron la noche de bodas en un hotel de Rosario para el que no tenían reservación y terminaron en un cuarto al lado de la cocina. Mimicha es la madre de las únicas hijas de Lole: Cora Inés y Mariana Reutemann.
Cuando el Automóvil Club Argentino decidió armar un equipo para competir en Fórmula 2 en un intento por proyectar un piloto a la Fórmula Uno consiguió apoyo estatal a través de la Secretaría de Estado de Promoción y Asistencia a la Comunidad (SEPAC), un organismo que dependía del Ministerio de Bienestar Social del gobierno militar de Juan Carlos Onganía. El ACA compró un par de chasis Brabham, seis motores Cosworth 1.6 de 270 caballos, 35 neumáticos Firestone y un camión para transportar equipamiento y personal. La escudería estaba a cargo de Héctor Staffa. Reutemann y el exmotociclista Benedicto Caldarella fueron los pilotos elegidos.
El estreno fue el 12 de abril de 1970, día en que Lole cumplía 28 años, en el circuito alemán de Hockenheim. A poco de arrancar se deslizó en un parche de asfalto y tocó a Rindt, lo que derivó en un lío entre el europeo consagrado y el ignoto sudamericano. El primer año le sirvió para sumar experiencia. En 1971, ya con el Brabham BT36, Reutemann subió a seis podios, triunfó en la pista francesa de Albi y concluyó como subcampeón del sueco Ronnie Peterson, un resultado que el ACA le había pedido que asegurara. Antes ese año se había mostrado en Fórmula Uno: fue tercero con un McLaren en el Gran Premio de la Argentina que no otorgó puntos para el Mundial. De sus prestaciones en F-2 había tomado nota Bernie Ecclestone, quien lo convocó para que en 1972 se integrara al equipo Brabham de Fórmula Uno.
Su entrada oficial al Campeonato Mundial fue cuando estaba cerca de cumplir 30 años. Debutó con la pole position en el circuito 9 de Buenos Aires. Aquel día terminó séptimo. Durante esa primera temporada ganó el Gran Premio de Brasil que no entregó puntos, se repuso de un fuerte accidente en las prácticas de F-2 en Thruxton que lo obligó a perderse un par de carreras del Mundial pero sumó los tres puntos del cuarto puesto en Canadá. En la siguiente alcanzó sus primeros podios: fue tercero en Francia y en Estados Unidos. Anotó puntos en otras cuatro fechas y concluyó séptimo en el campeonato. Como era habitual en la época, también compitió -y subió al podio- en el Campeonato Mundial de Sport Prototipos. Con el dinero que había ido ahorrando, siguió el consejo paterno y compró sus primeras 50 hectáreas en Santa Fe, cerca de donde había nacido.
Nunca estuvo tan próximo a ganar en la Argentina como en el comienzo de 1974. El Gran Premio se corrió el 13 de enero y Reutemann partió desde el sexto lugar. Luego de un par de giros tomó la punta y se mantuvo como líder durante 49 vueltas hasta que la obstrucción de la toma de aire hizo que el Cosworth se quedara sin nafta cuando restaba poco más de una vuelta. "Me faltó menos de medio litro", recordó décadas más tarde.
En el palco del autódromo -entonces llamado "17 de octubre"- estaba Juan Domingo Perón, presidente por tercera vez. Iba a ser el encargado de entregar los premios y se esperaba que el principal fuese para el santafesino. Pese a que Lole abandonó, igual se acercó a saludar a Perón. "No tengo nada para entregarle, pibe", le dijo el general, quien estaba acompañado por su esposa y vicepresidenta, María Estela Martínez, y por el ministro José López Rega. Entonces, metió la mano en el bolsillo del saco claro y le regaló su lapicera. Reutemann agradeció el gesto y la conservó. Con ella firmó, ya entrados los 90, su ficha de afiliación al Partido Justicialista en la riojana Anillaco y las actas de asunción en sus dos períodos como gobernador de Santa Fe.
La amargura de Buenos Aires fue remediada un par de meses después cuando consiguió en Sudáfrica su primer triunfo oficial en el Mundial. Aquella fue la primera victoria de un argentino en Fórmula Uno después del retiro de Fangio. Más adelante ese año, Lole venció en otros dos Grandes Premios, en Austria y Estados Unidos, y terminó sexto en el campeonato ganado por Emerson Fittipaldi. Al año siguiente, con el conocido Brabham BT44 en su versión B, Reutemann subió a media docena de podios incluida su magistral victoria en Nürburgring, la intimidante pista alemana del antológico triunfo de Fangio en el 57, que tenía más de 22 kilómetros y casi 200 curvas. El argentino preparó aquella carrera de manera especial: días antes giró con un Mercedes-Benz particular acompañado por un piloto local de amplísima experiencia del que tomó algunas enseñanzas; durante el fin de semana trabajó en afinar al detalle -como siempre- la puesta a punto del Brabham para cuidar los neumáticos, lo que resultó clave porque fue el problema que aquejó a la mayoría. Reutemann llegó al liderazgo luego de buenos sobrepasos y después de aprovechar la falla del motor de Regazzoni y un pinchazo de Niki Lauda para ganar en el legendario circuito que el Campeonato Mundial dejaría de usar al año siguiente luego del horroroso accidente del austríaco. Lole concluyó tercero en ese Mundial.
El cambio de motorización encarado por Brabham para 1976, cuando montó impulsores Alfa Romeo, acarreó falta de confiabilidad, resultados pobres y Reutemann empezó a mirar hacia otros equipos. La baja de Lauda luego de lo ocurrido en Alemania aceleró las negociaciones que Ferrari ya había iniciado con Lole y el argentino dejó Brabham y se subió a la Ferrari en el Gran Premio de Italia, donde a la vez se produjo el milagroso retorno del austríaco.
En el Gran Premio de Brasil de 1977, segunda fecha de la temporada y tercera competencia de Reutemann con Ferrari, el argentino obtuvo su primera victoria con la Scuderia. Ese año ascendió a otros cuatro podios y concluyó cuarto en el campeonato ganado por su compañero Lauda. Aunque vivía en Europa, invertía en la Argentina. En ese tiempo compró un campo de 600 hectáreas ubicado a una veintena de kilómetros de Manucho.
Al año siguiente, ya sin Lauda en la Rossa, el santafesino tuvo a Gilles Villeneuve como compañero. Lole llevó al viejo modelo T2 de nuevo a la victoria en Brasil -esta vez en Jacarepaguá, donde le dieron el gusto de calzar el compuesto de Michelin que le habían negado en Buenos Aires- y con la Ferrari 312T3 ganó en Long Beach, Brands Hatch -con memorable sobrepaso a Lauda incluido- y Watkins Glen. Pese a los cuatro triunfos y otros tres podios no pudo contra los técnicamente superiores Lotus de Mario Andretti -campeón 1978- y Peterson, y terminó tercero en el campeonato. Los buenos resultados -su compañero Villeneuve sumó poco más de un tercio de los puntos anotados por Lole- no alcanzaron a tapar ciertas desavenencias con la cúpula técnica ferrarista que reportaba directamente a Enzo Ferrari y entonces el argentino acordó unirse a la dominante escudería Lotus en lugar del trágicamente fallecido Peterson.
Con el Lotus 79 sumó puntos en seis de las primeras siete fechas mientras el equipo lidiaba con el modelo 80, el sucesor que Lole jamás corrió. En las siguientes ocho carreras ni siquiera anotó y terminó séptimo en el Mundial ganado por Jody Scheckter, quien lo había reemplazado en Ferrari y cosechó buena parte de lo sembrado por el argentino. Fue la única marca con la que no ganó. Aquella decepción lo impulsó a sumarse al ascendente equipo Williams, que en 1979 había logrado cinco triunfos en las últimas siete carreras.
Reutemann arribó para apuntalar la candidatura del australiano Alan Jones al título de 1980. Tres abandonos en las primeras cinco carreras y 20 meses sin victorias eran el recuerdo más fresco cuando encaró la sexta fecha, el Gran Premio de Mónaco. Segundo en la grilla, detrás del Ligier del francés Didier Pironi, fue superado por Jones y quedó tercero luego de la accidentada largada. El australiano abandonó en la 25ª vuelta por un problema de transmisión. Más adelante, el líder Pironi empezó a penar con la caja de cambios. Cuando en el 45° giro apareció la lluvia, nadie quiso parar por gomas para piso mojado. El puntero, que con una mano sostenía la palanca de cambios y con la otra conducía, terminó patinando sobre lo húmedo y golpeándose contra un guardrail. Reutemann heredó la punta con el visor del casco manchado de aceite y con preocupaciones propias porque algunas marchas empezaban a endurecerse en el Williams. Siguió con gomas lisas y cuando la lluvia se volvía más intensa encontró la bandera de cuadros que lo declaró vencedor. Sumó puntos en todas las carreras siguientes -seis podios- y acabó tercero en el Mundial ganado por Jones.
Inició 1981 con una magistral victoria en Kyalami. Aunque estaba previsto que la carrera en Sudáfrica formara parte del campeonato, luego fue declarada sin puntos debido al conflicto que el brazo deportivo de la Federación Internacional del Automóvil -FISA- mantenía con la Asociación de Constructores. Un desliz cuando lideraba en Long Beach, al cabo la primera fecha válida, lo dejó detrás de Jones en el 1-2 de Williams.
La siguiente competencia fue el 29 de marzo en Río de Janeiro. Ese día, en la Argentina, un dictador -Roberto Viola- reemplazaba a otro -Jorge Videla- en el ejercicio de la presidencia mientras en Brasil se sucedía una rebelión bajo una lluvia pertinaz que por momentos fue aguacero. Nelson Piquet, el autor de la pole con el Brabham del controvertido sistema hidroneumático, largaba desde la pole pero decidió hacerlo con gomas lisas y perdió terreno rápidamente. Reutemann tomó el mando desde el arranque. Cuando iban 50 de las 63 vueltas pactadas, le llevaba 5s10 a Jones. En el vínculo del argentino con Williams existía una cláusula que le daba prioridad a Jones en caso de que estuviera a menos de siete segundos de Reutemann. Sin embargo, el argentino no sabía cuánta ventaja tenía. "Si lo hubiera sabido y necesitado, apretaba y le sacaba 10, 15, 20 segundos. Mi coche era muy superior. Hice mi mejor vuelta (1m54s78) en la penúltima de la carrera, cuando más llovía", le confesó al periodista Alfredo Parga.
Sostenido por Jeff Hazell, el cartel con la orden para que dejara pasar al campeón apareció en la 55ª vuelta. "Jones-Reut", se leía. Quedó expuesto hasta el 59º giro. Reutemann no hizo caso y ganó aquel Gran Premio. Cruzó la meta con 4s43 de ventaja sobre el australiano. Furioso, Jones, no concurrió al podio: sólo estuviegron Lole y el tercero, el joven italiano Riccardo Patrese. Aunque primero deslizó que no había visto la señal debido a la lluvia, poco tardó en admitir la verdad: "Claro que vi los carteles, vi las señales, lo vi todo. Pero también pensaba mientras veía todo eso que si yo hacía caso a los carteles, era mucho más digno volver al box, preparar el bolso y despedirme de las carreras. Dedicarme a otra cosa. Desobedecí. Y volvería a desobedecer si la circunstancia se repitiera. No tengo otra respuesta".
La memoria popular ha circunscripto a la sublevación de Río la suerte que corrió Reutemann aquella temporada. Sin embargo, después de la insurrección fue segundo de Piquet en la Argentina -el día en que la multitud le cantó "Feliz cumpleaños" mientras celebraba los 39-, tercero en San Marino y venció en el trágico Gran Premio de Bélgica. Cinco carreras, cinco podios. Quince fechas consecutivas anotando puntos cuando sólo sumaban los primeros seis de cada competencia. Reutemann se fue de Zolder como líder del Mundial con 34 puntos frente a los 22 que acumulaba Piquet y a los 18 de Jones.
Se fue, también, con una tristeza inextricable. Apenas levantó la mirada en el podio. En ese momento, el italiano Giovanni Amadeo, 21 años, mecánico de Osella, peleaba por su vida luego de haber sido atropellado involuntariamente por Reutemann dos días antes. Mientras el argentino transitaba el viernes por la estrecha calle de boxes, Amadeo se cayó justo delante del Williams y el piloto no pudo evitar el impacto. El propio Lole acudió a socorrerlo. Las medidas de seguridad eran tan deficientes que hubo una protesta de mecánicos y de pilotos antes de la carrera. Justo cuando iban a largar, a Patrese se le detuvo el motor del Arrows y el mecánico británico David Luckett saltó a la pista para ayudarlo en el momento en que el partidor habilitó la salida y el italiano Sigfried Stohr, compañero de Patrese, lo embistió desde atrás fracturándole las piernas a Luckett, que sobrevivió. La carrera continuó.
Jones marchaba al frente pero penó con un inconveniente en la caja que Reutemann aprovechó para ganar. Aquel fue su 12° y último triunfo, el último hasta hoy de un argentino en Fórmula Uno. Al día siguiente, Amadeo falleció. Reutemann, que envió flores al funeral del mecánico, meses después -durante el Gran Premio de Italia- visitó discretamente a los padres para darles sus condolencias.
Después de las primeras siete fechas, en las que con 37 puntos encabezaba las posiciones, Williams decidió cambiar de proveedor de neumáticos: dejó las Michelin bien conocidas por Reutemann y calzó Goodyear a instancias de Ecclestone, dueño de Brabham que ya las utilizaba. En las siguientes ocho competencias Lole cosechó apenas 12 puntos. Al llegar a la cita en Hockenheim, Williams decidió darle a Jones un Cosworth más potente y mejorado a pesar de que Reutemann lideraba el certamen. En carrera, el argentino peleó contra los Renault Turbo hasta que su impulsor se rompió. Piquet ganó en Alemania.
La definición de la temporada de 1981, el sábado 17 de octubre, fue en un circuito montado en la playa de estacionamiento del hotel Caesars Palace, en Las Vegas. Williams tenía a un piloto peleando el título y al otro, el vigente campeón, despidiéndose de la actividad. En contra de la opinión de Patrick Head, Reutemann quería competir con el chasis 12 que había manejado en las primeras ocho fechas. El director técnico de Williams pretendía que encarara la definición con el 17 porque era más nuevo. Lole ganó la pulseada inicial pero un torpe incidente con Piquet durante los ensayos, un toque en la salida de una curva, torció la suspensión del chasis 12. Aunque el equipo lo reparó, ya no rendía igual y el piloto no se sentía cómodo: terminó usando el 17 como quería el equipo.
Reutemann supo temprano que algo no andaba bien en la caja de velocidades. La escudería aseguró que todo estaba en orden. Largó desde la pole position pero antes de la primera curva fue superado por Jones y Villeneuve. Poco después perdió con Prost. Según perdía marchas iba cayendo en la clasificación hasta que en la 18ª vuelta perdió la posición con Piquet, algo que el argentino asumió con absoluta hidalguía. El brasileño acabó quinto y sumó los dos puntos necesarios para ganar el título con uno de ventaja. Jones triunfó en su último Gran Premio y Williams -campeón de constructores- lo celebró con euforia mientras Reutemann, el otro piloto, padecía su mayor decepción deportiva. Cuando le consultaron qué había ocurrido mientras volvía amargamente a boxes, soltó, lacónico: "Caja". Días después, el equipo desarmó la pieza en su entonces sede en Didcot y comprobó que había horquillas rotas. Reutemann tenía razón.
Sintió todo aquello como el final del camino. Estaba dispuesto a retirarse. Demasiado lejos había llegado el niño de Manucho que iba a la escuela a caballo. Si hasta se había dado el gusto, mientras corría en F-1, de subir al podio dos veces en el Rally Mundial, y en la Argentina. Sin embargo, Williams lo convenció para que continuara en 1982. Ya sin Jones en el equipo, su nuevo compañero era Keke Rosberg. Sin Argentina en el calendario por falta de presupuesto, Lole fue segundo en Sudáfrica, la apertura del Mundial, detrás del Renault Turbo de Alain Prost. En el siguiente Gran Premio, en Brasil, terminó afuera luego de un toque con René Arnoux. Ese mismo día se reunió con Frank Williams en el hotel y le dijo que se retiraba. El equipo reclutó a Andretti para que lo reemplazara. Semanas después, luego de la muerte de Villeneuve, Mauro Forghieri lo llamó para ofrecerle el sitio del canadiense en Ferrari: "No, gracias. La Fórmula Uno se terminó para mí", recibió como respuesta. Mientras Renault sufría con los motores y Ferrari padecía la pérdida de Villeneuve y el posterior accidente de Didier Pironi, Rosberg, el último compañero de Reutemann, terminaría llevándose el título de 1982.
Después de haber vivido durante años con su familia en Cap Ferrat, al sur de Francia y a pocos kilómetros de Monte Carlo, Lole volvió a ser un hombre rural y ya separado de Mimicha se instaló en su campo de Santa Fe. Alejado de las carreras, la inmaculada reputación construida en Europa le mantuvo siempre abiertas las puertas de la Fórmula Uno. Fue bien recibido cada vez que quiso visitar la sede de Williams y en 2004 Ferrari le ofreció la F2004 del campeón Michael Schumacher para que la probara en Fiorano. Lole tenía entonces 62 años y disfrutó como un niño.
En aquel tiempo era otra vez senador -lo fue durante cuatro períodos- luego de dos mandatos como gobernador provincial y de haber sido Convencional Constituyente en 1994. Su decisión de incursionar en política a comienzos de los 90 había sorprendido incluso a parte de su círculo cercano. Impulsado por Carlos Menem, entonces presidente de la Argentina, Reutemann, un conservador, se afilió al Justicialismo e inició la campaña hacia la gobernación, a la que llegó en 1991. Impuso a su gestión la pátina de austeridad que siempre lo acompañó, reacio a los ribetes de espectáculo que empezaban a alcanzar también a la política en la década final del siglo. Su segundo período como gobernador quedó marcado por la grave inundación que afectó a Santa Fe en abril de 2003, y que dejó la cifra oficial de 23 muertos y más de 130.000 damnificados. Poco tiempo antes de eso, según contó Lole mucho después, mientras el dividido peronismo buscaba candidato para las elecciones de 2003, el propio Néstor Kirchner le ofreció hacerse a un lado en la carrera y apoyar su elección. Reutemann no quiso. Kirchner terminó elegido como presidente de la Argentina.
Concluido el divorcio con Mimicha que duró más de dos décadas, Lole se casó a fines de 2006 con Verónica Ghio, su pareja desde hacía años. Ella y las hijas, más allá de algún roce público velozmente apaciguado, lo acompañaron hasta el final con la misma discreción que Carlos Reutemann llevó su vida