Leo Messi quiso pero no pudo. Sumó otro partido sin marcar en el Bernabéu (y ya son siete consecutivos) y perdió la eliminatoria para la que estaba llamado a marcar las diferencias con el PSG, un equipo que jugó casi a placer durante una hora larga de partido y acabó hundido en la peor de sus pesadillas.
Entre la exhibición de Mbappé y el atropello de Benzema, inaugurado por un error garrafal de Donnarumma, la figura de Messi fue perdiendo trascendencia en el terreno de juego, completando una más que notable primera mitad, jugando a su aire, combinando en corto con acierto y rapidez... Y cayendo en la depresión colectiva a partir del empate, cuando todo el equipo francés se derrumbó ante su propia inoperancia que le dio la vida al Real Madrid.
Reclamaba, o eso pareció, a gritos un cambio de argumento futbolístico el PSG mediada la segunda mitad, recuperar el temple y el control de balón que disfrutó en el primer tiempo pero Pochettino incluyó en el campo a Gueye, dejando a Di María o Draxler para cuando la misión ya se adivinaba imposible, con el 3-1 en contra, y Messi había pasado de ser un más que correcto secundario a la sombra del monumental Mbappé y el eléctrico Neymar.
A Leo ya no le acompaña la velocidad de antaño. Tampoco el cambio de ritmo ni su sobresaliente anticipación. Suple esas carencias con inteligencia, colocación y, puesto entre líneas un pase que sigue siendo fenomenal, pero necesita el acompañamiento global de su equipo y el PSG demostró que, siendo una constelación de estrellas, no es un equipo preparado para sufrir.
Jugar con el viento a favor le resulta fácil y hasta cómodo al conjunto de Pochettino, que llegó a bailar durante muchos minutos al Madrid, pero cuando tuvo que arremangarse y pelear no supo cómo hacerlo. Se cayó Verratti, se cansó Mbappé... y se acabó el invento.
DE MÁS A MENOS
En todo ello se notó el papel de Messi, que pasó de intervenir en 37 ocasiones durante la primera mitad a hacerlo en 24 durante la segunda; que completó 32 pases buenos en el primer acto y se quedó en 21 en el segundo, disparando, ya en el minito 90, una falta por encima de la portería de Courtois, quien a la media hora desvió con el brazo, milagrosamente, un remate a bocajarro del argentino, en las que fueron sus únicos disparos a la meta madridista.
Leo fue de más a menos, tal como todo el PSG, y acabó derrumbado en la fiesta del Bernabéu, entregado a la labor colectiva de su equipo de entrada, cuando llegó a recuperar dos balones en su área (un robo a Kroos y otro a Vinicius), y solo consiguiendo una recuperación en la segunda mitad.
Actuó más como asistente que como delantero, con un excelente pase profundo a Neymar en la primera mitad y otro bombeado a Mbappé en la segunda, sin que a ello le añadiese ninguna jugada de aquellas que en tiempos pasados silenciaron el estadio blanco.
No sufrió ni una sola falta, señal inequivoca de que no buscó apenas marcharse por velocidad ni regatear, haciéndolo en dos ocasiones en la segunda mitad, la primera ganándole la carrera a Nacho y después siendo cortado su avance por Modric, otro veterano de platino y que acabó siendo mucho más trascendente que él.
La que pudo ser su noche idílica se quedó finalmente en nada. Primero fue la noche de Mbappé, autor de un gol y a quien se le anularon otros dos por fuera de juego y después, al final, fue la noche monumental de Benzema, autor de los tres goles que le valieron la remontada a un Real Madrid que pasó de ser un juguete roto a un vendabal frente a un PSG que se rompió en mil pedazos.
Y Messi... Se marchó en silencio. Otra vez hundido en Europa.