El Barcelona volverá a jugar, salvo milagro impensable, la Europa League en 2023. Por primera vez desde 1998 enlazará dos temporadas quedando eliminado en la liguilla de la Champions y, como le ocurriera hace casi un año, lo hará con una sensación de decepción entre inasumible y fatal. Lo que le hizo el Benfica en 2021 lo repitió, aumentado, el Inter en 2022. Una sensación de frustración que amenaza, demasiado, con llevarse por delante cualquier otra lectura que pueda hacerse de este equipo.
El Inter le sorprendió de mala manera. Esperando un rival encerrado atrás, colgado de su área y achicando balones de cualquier manera, el equipo de Xavi se encontró con todo lo contrario. Un Inter ordenado y defensivo, sí, pero valiente, rápido y atrevido cuando tenía el balón en los pies. De hecho, llegarse al descanso con ventaja local fue un pequeño milagro.
Después todo saltó por los aires y la realidad, tozuda, puso las cosas en su sitio. Cuando el entrenador del Barça decidió que Piqué era prescindible y cuando le arrinconó al fondo del banquillo lo hizo con una razón evidente. Al veterano central, el mejor del mundo en su momento, le pesan los años, las piernas y la intensidad le pasa por encima. Se sostiene con alfileres en partidos de media exigencia pero a la hora de la verdad, aculando al equipo tan hacia atrás le acaba entregando a una condena de la que a veces se salva el Barça... y a veces no.
Esta vez no se salvó. Arrastró Piqué a Èric hacia el área y tan irse atrás le facilitó el campo abierto a un Inter que no desaprovechó la ocasión para morderle y dejarle al borde de un KO que no por repetido deja de ser desastroso para el Barça.
De las noches inolvidables se ha pasado a los fiascos continuados. Quiere el Barça pero no puede. Y Europa sigue siendo una asignatura pendiente para este equipo de Xavi, tan solvente en LaLiga como empequeñecido en la Champions.