Al Barcelona aún le viene grande Europa y a pesar de dar el golpe en París, fue incapaz de sellar el boleto a la semifinal de Champions en casa.
16 de abril de 1986: El Göteborg de Suecia visita el Camp Nou en la semifinal de la Copa de Europa defendiendo un alucinante 3-0 de la ida. El estadio azulgrana es una caldera y tres goles de Pichi Alonso obran el milagro de llevar el partido hasta los penalties, donde el Barcelona se clasificará para la final. Enorme noche. Inolvidable.
No hace falta, ahora, aludir a lo que pasó en aquella final de Sevilla. Basta con recordar aquel 16 de abril de hace 38 años y constatar que las noches europeas no son siempre iguales. Y que tampoco Montjuïc es el Camp Nou. Y. claro, que el PSG no es aquel animoso Göteborg.
El infierno de las noches grandes del Camp Nou no fue tal en la montaña olímpica. Los 47 mil aficionados del Barça que acudieron (los 3 mil restantes eran hinchas del PSG) animaron hasta decir basta. Pero el ambiente no es, para nada, el mismo. Y al final, por una cosa o por otra, todo se notó en contra del club azulgrana.
Extasiado por su victoria en París y por una racha de 13 partidos sin conocer la derrota, el Barça respiraba tanta confianza en el vestuario como euforia casi incontenida en el entorno. Había sido capaz de dar el golpe en París, derrotando a un PSG invicto en los últimos 27 encuentros, desde que perdiera en Milan allá por el mes de noviembre, y de dejar en la nada al mismísimo Mbappé que tres años antes le había aplastado con un hat-trick en un desértico Camp Nou.
Viviendo el mejor momento de la temporada, nadie, o casi nadie, podía sospechar no ya que el PSG golease, ni tan solo que fuera capaz de arrebatarle de las manos una clasificación para las semifinales que se daba por hecha. ¿Mejor ir a Madrid o a Dortmund? Una pregunta tan repetida, como se demostrò, fuera de lugar.
Al Barça aún le viene grande Europa o al menos le viene todavía grande esta clase de desafíos. Puede pelear y plantar cara a cualquiera pero es más fácil que le rompan la cara que al revés. Despreciar a un equipo como el PSG y dar de menos a un entrenador como Luis Enrique es, fue, el principio del fin.
Dejarle campo, atrasar líneas y fiarlo todo al 1-0, casi milagroso visto el juego, que consiguió Raphinha era y fue un suicidio.
Y AHORA... ¿QUÉ?
Del cielo al infierno en 90 minutos, al Barça se le ha acabado Europa y el domingo acudirá al Bernabéu imaginando casi un milagro imposible. Pensar en remontarle al Real Madrid ocho puntos en LaLiga es casi una utopía y aunque ganar podría por lo menos prolongar la agonía, en este estado de ánimo con que se marchó de Montjuïc no es difícil sospechar en un punto y final, con el Madrid sentenciando el campeonato por la vía rápida.
Desde que Xavi anunció su marcha, el Barça ha vivido en una burbuja de felicidad que le explotó en las narices. Montjuïc sufrió su primera y trágica derrota europea. Una bofetada de realidad que nadie quiso imaginar. Pero sucedió.