El Barcelona tardará mucho tiempo en digerir la derrota en Milán: tuvo la miel en los labios por unos segundos y se le desvaneció; mereció la victoria, pero se la arrebataron.
Las derrotas “decorosas” también duelen. Duelen más. Queda la sensación de lo que pudo ser, de lo que debió ser, y de eso, de eso es difícil reponerse, al menos de forma inmediata.
El Barcelona estuvo a menos de dos minutos de conseguir el boleto a la final de la Champions League con todos los merecimientos y por la ruta de la excelencia.
Fue superior a su rival en el balance de los 210 minutos disputados de la serie, pero apelar a la justicia en el futbol equivale a creer en los milagros. Suceden, aunque muy de vez en cuando.
Esta temporada ha representado el despertar de un equipo que había perdido el respeto en Europa luego de varios años de fracasos y de ridículos históricos, uno más grave que otro.
Hansi Flick recuperó el código postal del club, la identidad, el estilo, la pasión, el hambre y el orgullo que representa “ser del Barça”. Por ello el llanto y la tristeza de varios chamacos que ya juegan como adultos, luego de la derrota en Milán.
Inter venció al Barcelona en el partido de vuelta de las semifinales de la UEFA Champions League, con un global de 7-6, y clasificó a la final del torneo.
Pelear por la gloria máxima a nivel de clubes el próximo 31 de mayo en Munich era un premio que merecían los jóvenes —y los no tan jóvenes como un extraordinario Íñigo Martínez— de este Barcelona que ha tenido una temporada extraordinaria y que, sin lugar a dudas, practica el mejor futbol de toda Europa. Otra vez.
Y es entonces cuando resulta imposible que no sacuda la memoria del barcelonismo aquel tiro en el poste de Lamine que representaba el 4-2, o la grosera y tendenciosa actuación del árbitro que influyó en el resultado, o la tibia marca de Ronald Araújo en el tercero y cuarto gol cuando tenía apenas unos minutos en la cancha, o la atajada de Yann Sommer al disparo de Yamal en el segundo tiempo extra, entre tantos otros factores que se conjugaron para que el mejor equipo sobre el campo de San Siro perdiera.
Las grandes derrotas se curan de a poco y con grandes conquistas. Hoy no hay consuelo que sirva porque se recordará por décadas que el equipo de Hansi Flick en la primera temporada del alemán tuvo la miel en los labios y se le escurrió en cuestión de segundos.
Que hay futuro, por supuesto y mucho; que hoy más que nunca el orgullo del barcelonismo salió a relucir, claro está; que el equipo de nuevo ilusiona y provoca emoción, ni duda cabe; que viste de azulgrana el futbolista que está llamado a ser el mejor del mundo por los próximos 10 o 15 años, así es.
No es un pobre consuelo, no se trata de tapar el dolor con expectativas. La batalla perdida ante el Inter va a calar por mucho tiempo, pero con toda certeza este nuevo Barcelona volverá y habrá revancha. Pasa en la vida. Pasa en el futbol.