La gente perdía la paciencia. El desconcierto era total. A los jugadores de Boca les rebotaba la pelota y a los de Deportivo Pereira se les aparecía, casi sin quererlo, en los pies. Estaban a nada de conseguir un triunfo histórico por Copa CONMEBOL Libertadores.
En medio de una hoguera, Luis Advíncula clavó un golazo que significó mucho más que un gol. Porque cambió los insultos por un aliento ensordecedor. Porque hizo que jugadores como Nahuel Valentini y Martín Payero alienten desde adentro y porque logró que Alan Varela pise el área como un delantero y cabecee al gol como si fuese un 9.
La noche copera en la Bombonera tuvo prácticamente todos los condimentos de lo que pudo ser una de terror y se convirtió en una épica. Con un director todavía mirado de reojo como Jorge Almirón que tiene mucho por trabajar si quiere sufrir menos y gozar más.
Las manos en la cintura, en la cabeza, tapándose la boca para hablar con Maximiliano Velázquez (su ayudante de campo), sosteniéndose en las rodillas y gesticulando dos metros adentro de la cancha por una pérdida de pelota en el primer tiempo pintaron un entrenador que está menos conforme de lo que declara.
Apoyó la rodilla en tierra para explicarle conceptos a los suplentes, sugirió abrir la cancha (a Norberto Briasco principalmente), pidió paciencia a los de adentro y no se nubló con los cambios. La llegada de Jorge Almirón prometía más de lo que hasta el momento se vio en cancha y es probable que necesite tiempo para expresar su idea. Pero por algo se empieza.
Después de irse con las manos vacías ante San Lorenzo en el clásico en el Nuevo Gasómetro y vs. Estudiantes en La Bombonera, tuvo su primera alegría. Mucho más atrás quedaron la partida de Hugo Ibarra (como ya le había ocurrido Sebastián Battaglia) y el interinato de Mariano Herrón. Hoy Boca ya camina de la mano de Jorge Almirón.