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A 20 años: Samuel y un cabezazo que entró en la historia

“La Copa Libertadores es mi obsesión”, suele cantar la hinchada de Boca. Lo es ahora, cuando ya suma seis en las vitrinas y sueña con la séptima, y lo era en junio de 2000, cuando el club de la Ribera llevaba 22 años sin conquistarla.

Sin embargo, en ese entonces las cosas parecían encaminadas de manera perfecta para la obtención del ansiado trofeo. El conjunto que dirigía Carlos Bianchi llegaba con mucha confianza en el plano continental. Y tras ser bicampeón del fútbol argentino iba por la conquista de América.

El Grupo 2, que compartió con Peñarol, Blooming y Universidad Católica lo ganó con autoridad con 13 puntos, cuatro más que los uruguayos. Cuatro partidos ganados, uno empatado y otro perdido, con 14 goles a favor y cinco en contra, lo dejaron primero y con ilusión de cara a octavos de final.

En esa instancia derrotó sin problemas a El Nacional, empatando en Quito 0 a 0 y goleando por 5 a 3 en La Bombonera.

Llegaba una final anticipada, en cuartos y ante River, donde tras perder 2 a 1 en el Monumental, Boca jugó un partido perfecto para ganar la revancha 3 a 0 y meterse en semifinales.

Decíamos que todo parecía encaminado para que el xeneize llegara a la final. Más todavía luego del 4 a 1, de local, ante América de México. Una goleada que para muchos había decidido la serie, aunque faltaba la revancha. Una revancha que no sería nada fácil y que quedaría en la historia por un cabezazo espectacular y un festejo maratónico.

Rodolfo Arruabarrena, Antonio Barijho en dos ocasiones y Julio Marchant habían anotado en la ida para que Boca ganara 4 a 1 (el uruguayo Andrés Silva descontó para los mexicanos).

Bianchi, cauto como siempre, había declarado tras el partido: “Ellos le ganaron 8 a 2 a Olimpia, vamos a tratar de que no se repita ese resultado. Es una diferencia interesante, si nos decían antes del partido que íbamos a tenerla la hubiéramos aceptado”.

El DT de Boca ponía paños fríos. No quería confiarse ni contagiarse de la euforia que se vivía en el club. Y mencionó ese partido de América ante Olimpia de la primera fase de la Copa porque mostró el poderío ofensivo del rival. Un rival que contaba con jugadores importantes, como el argentino José Luis Calderón, el chileno Fabián Estay y el mexicano Cuauhtémoc Blanco, considerado uno de los mejores futbolistas de la historia de México, quien ante Olimpia justamente había marcado un triplete.

La revancha, en el Azteca, colmado con 120.000 personas, lo esperaba con sorpresas a Boca. Y no eran agradables. La pesadilla comenzó a los 12 minutos, con gol de Calderón. América buscaba pero no encontraba aumentar el marcador, y Boca contó con algunas chances de marcar para ganar tranquilidad. Pero no lo hizo. Hasta que a los 23 del complemento el chileno Estay anotó el 2 a 0 y dejó a los mexicanos a un gol de emparejar la historia.

A nueve del final el estadio estalló en un solo grito. Otra vez Calderón, el argentino que era habitual verdugo de Boca, marcó el 3 a 0 que fue un mazazo para el xeneize. La serie estaba empatada, y como en ese entonces el gol de visitante no era definitorio, el partido iba a los penales.

Pero a esa altura había dudas sobre si se llegaría a los penales; parecía que América le daría el golpe de gracia a un Boca desconcertado como pocas veces.

Hasta que a siete del final, llegó uno de los goles más festejados y recordados de la historia xeneize. Porque fue el que le terminó dando el pasaje a la final, el que abrió el camino hacia la tercera Copa Libertadores. El héroe de esa jornada, tal vez, fue el menos esperado.

Como un boxeador que busca salir de las cuerdas cuando está recibiendo una paliza, Boca salió de su campo necesitando oxígeno. Y lo consiguió: un tiro de esquina desde la derecha, abierto, ejecutado por Riquelme, llegó justo para el salto de Walter Samuel. El Muro mandó de cabeza una pelota bombeada que se coló en el segundo palo del arquero Martínez, quien se quedó parado sin nada para hacer.

El 3 a 1 ponía a Boca nuevamente en la final y en el momento menos pensado, apenas dos minutos después del gol de Calderón. Samuel festejó el gol, por lo que significaba, como lo merecía: salió corriendo por todo el estadio, con la camiseta en la mano, hasta que en un momento fue frenado por el abrazo del Vasco Arruabarrena.

El Muro tenía 22 años en ese momento. Su personalidad y la seguridad que brindaba en la defensa lo convirtieron en un jugador clave de ese ciclo exitoso de Boca, donde compartía el centro de la defensa con el Patrón Bermúdez.

“Sin ese cabezazo de Samuel en México, tal vez no hubiera existido todo lo que vino después de la mano de Bianchi”, recordaba un integrante del plantel, dándole un enorme valor a esa conquista.

El propio Samuel reconocía años más tarde lo que significó ese gol en su carrera. “Me marcó un montón. La verdad que los hinchas de Boca me lo recuerdan siempre. Me acuerdo que cuando la pelota entró, salí corriendo como un loco. Había un silencio terrible en el estadio, sólo se escuchaba al grupo de hinchas de Boca que festejaba en una parte de las tribunas”.

Y agrega: “Unos minutos antes el arquero me había sacado un cabezazo en la línea. En defensa la estábamos pasando muy mal. Bianchi nos había dicho que ellos eran peligrosos de pelota parada, y sufrimos bastante”.

En el salto Samuel superó la marca de Carlos Hermosillo, quien fue cuestionado por ese descuido que costó demasiado caro. Sin embargo, más allá de la crítica, el mérito fue casi todo del argentino. “Son cosas que sirven para crecer. Uno comete errores, forman parte del juego, aunque afortunadamente en mi carrera fueron más las alegrías”, reconocía años después el delantero que no pudo detener el salto del Muro.

El sufrimiento no terminó con ese gol histórico de Samuel. En los minutos finales llovieron más centros en el área de Boca y de milagro no llegó el cuarto gol de América. Si algo tenían las Aguilas era poder ofensivo y buen juego aéreo. Pero justamente y por esas cosas del fútbol, Boca terminó ganando esa serie con una pelota parada. La historia finalmente terminó con el partido 3 a 1, y ese tanto de diferencia dejó a los argentinos en la final.

Lo que siguió para Samuel fue un camino exitoso por grandes de Europa (Roma, Inter y Real Madrid), muchos títulos y dos Mundiales (2002 y 2010). Con Boca sería campeón de la Libertadores de ese año. Y dejaría un sello que no se olvidará con el paso del tiempo.