SANTA CLARA -- Las verdades de Diego Cocca estrellaron el #LamborJimmy ante Qatar.
Las advertencias irrefutables de Cocca se convirtieron en eufemismos del Tri de Jimmy Lozano en la derrota ante los qataríes. Los fantasmas aparecieron en carne viva.
1.- Jugadores que quisieron ser héroes individuales en medio del desastre colectivo.
2.- Otros que se embriagaron de los elogios tras vencer a Honduras y Haití.
3.- Inestabilidades emocionales por frustración que los “llevaron a hacer cosas raras”.
4.- Amnesia funcional táctica cuando la presión por temor al fracaso obnubila, ofusca.
Sí, aquel diagnóstico, entre la autopsia y la esperanza, hecho por Juan Carlos Osorio cuando apelaba a que el cerebro reptiliano –una teoría ya abatida por estudios científicos-- catapultara a México ante Alemania, parecería haber reencarnado en el juego ante Qatar.
El cerebro reptiliano, según las teorías primitivas, le permite al ser humano elegir entre la lucha y la huida, entre la confrontación y el escapismo, en situaciones críticas. Es el padre de todos los actos de resiliencia.
Y así como ante el universo agobiante de presiones, los futbolistas de Jimmy Lozano decidieron enfrentar antes que recular, ante Qatar; cuando la amenaza a su supervivencia había disminuido, ocurrió lo contrario: la fuga por pereza.
Y entonces, las advertencias de Cocca se convirtieron en discursos premonitorios. Las verdades que fueron los clavos de su cruz, dejaron de oxidarse.
Jaime Lozano hizo a tiempo el diagnóstico, pero no fue suficiente. Al medio tiempo debió abofetear emocionalmente los impulsos egoístas de Edson Álvarez; la pusilanimidad comodina de Charly Rodríguez; las altas y bajas, con frecuencia casi cronológica de Luis Romo; la quietud tibetana de Luis Chávez, y que hasta Santi Giménez quisiera ser más versión Feyenoord que la urgencia autóctona del Tri. ¿Lo de Julián Araujo? Afloró la academia rústica de la MLS.
No es un problema de calidad. Buenos futbolistas hay en este atribulado Tricolor. Lozano tiene razón: son jugadores jóvenes, inmaduros, algunos con la chequera atiborrada, “a los que –debe agregarse– no les importa nada más que su vientre y su sexo”, los definiría Alberto Cortez.
Hablar de madurez es hablar de una realidad brutal. Pocos embarnecen emocional, mental y futbolísticamente jóvenes. Poquísimos: Hugo Sánchez, Rafa Márquez y Javier Hernández, por ejemplo. A veces, la experiencia saludable y absoluta los besa en la antesala del retiro: Oribe Peralta, Henry Martín y otros como un Pável Pardo que a los 30 años emigró a Europa, por ejemplo. Otros más, muchos, nacen, crecen, se reproducen y mueren en la inercia acomodaticia de un momento bueno y el receso de uno malo.
Diego Cocca también interpela silenciosamente desde su propia momificación en el exilio. Porque Jimmy Lozano reclama tiempo. “Ese gol (la dislexia competitiva de Araujo), en un equipo no pasaría, porque eso se trabaja, y aún es trabajable”.
Hay subterfugios absurdos, escapismos tales como “derrotas que llegan a tiempo”, en un deporte y en un entorno como el mexicano, en el que lo único que siempre llega a tiempo es la victoria.
En sus alocuciones, Jaime Lozano deja en claro, o al menos quiere dejar en claro, su habilidad para percibir las flaquezas emocionales, técnicas y tácticas de sus jugadores. Por supuesto, diagnosticarlas es muy distinto de curarlas y resarcirlas. Son taras generacionales y gestacionales.
Parecería, al menos, que es el primer entrenador mexicano en apoyarse no sólo en tecnología, sino en entender y explorar la inteligencia emocional y el entrenamiento visceral que tanto promulgan en el futbol actual en el mundo, y que parte fundamentalmente de un viejo recurso de Marcelo Bielsa, casi primitivo, pero intemporal: “el murderball”.
Claro, todo depende de la capacidad del futbolista profesional para entender, analizar e informarse sobre su propio deporte. Ahí caben dos despiadados diagnósticos sobre el jugador mexicano en general.
1.- “Es un analfabeta táctico”, suscribió alguna vez, en un escaso momento de lucidez, Ricardo LaVolpe. Una forma de establecer el desinterés, el desapego y la falta de educación del jugador mexicano por entender, además de practicar, el futbol.
2.- El lamento de Matías Almeyda en aquella entrevista radiofónica en Argentina. Aseguraba que tenía que trabajar el triple por ser jugadores mexicanos. “Tengo que explicarles tres veces lo que quiero en la cancha”. Sí, y a veces más.
Por eso, lo que ocurre con la Selección Mexicana no sólo involucra el nivel del futbolista, que va de aceptable a bueno, sin llegar a la excelencia. Pero, capaz de competir, lo es. Ocurre que las urgencias son en otros escenarios, en otras exigencias.
La intensidad, la obsesión de trabajo en ese tema marca la diferencia entre el éxito y el fracaso. A Guillermo Almada le tomó menos tiempo que a Diego Cocca, y Jimmy Lozano tiene el desafío histórico de construir su propia Roma en un día.
Por eso, los diagnósticos de Diego Cocca, de Osorio, de Almeyda, de LaVolpe y de otros, comparecieron ante Qatar, e incluso en Qatar 2022, donde los miedos de roedor de Gerardo Martino los agravaron.
Jaime Lozano tiene apenas unos días antes de sacar al #LamborJImmy de la zona de pits, porque si sobrevive al reto en Dallas, lo que le espera en Las Vegas rebasará las exigencias futbolísticas que hasta hoy ha confrontado. Y seguramente el domingo en el Levi’s Stadium le quedó claro, entre los quejidos de Cocca, que deberá empezar a partir de este martes a trabajar desde cero.
“El mexicano reacciona más por el instinto de conquistado que con la posible inteligencia de un conquistador”, reflexiona Octavio Paz, porque lo quieren obligar a “saltar (bruscamente) de la época feudal a la moderna”.