SANTA CLARA -- Más que un deseo, una sugerencia o una plegaria, se ha convertido en una consigna. Los seleccionados mexicanos proclaman un técnico mexicano. O al menos a alguno que haya confirmado su capacidad para entender al jugador nativo.
El más ferviente abanderado es Guillermo Ochoa, un hombre que ha sido moldeado por entrenadores extranjeros y que mucha parte de su vida activa la ha pasado jugando fuera de México.
Y se han agregado otras voces: Edson Álvarez, Jorge Sánchez y Luis Romo. Pero, tal vez, la manifestación más poderosa de la solidaridad del grupo hacia esa petición, se manifiesta con el sólido y silencioso ruido en la cancha: jugar mejor al futbol.
Hoy, con Jaime Lozano, México tiene una faceta que nunca se vio en la etapa de Gerardo Martino y sólo en algunas ocasiones con Juan Carlos Osorio. Ciertísimo, Jimmy aún no ha ganado nada al frente del Tri mayor.
Pero, incluso, cabe, con alevosía, morbo, insidia, veneno... y descaro, la interrogante: ¿Con esta forma de juego y estas formas para jugar al futbol con Lozano, habría sucumbido México ante aquella nerviosa y desesperada Argentina en Qatar?
Recordemos: antes, durante y después de ese duelo, en este espacio, que tiene menos lectores que los aficionados que tiene México en Las Vegas, éramos puntuales al afirmar que ante la albiceleste no jugaban los miedos pasionales de México, sino que jugaban, estrictamente, los miedos sensibleros y hormonales del Tata Martino. Y así fue.
¿Es legítima esta petición de “México para un mexicano”? Lo es.
Dicho está, hasta el cansancio, que el futbolista es un animal diferente de todos los seres humanos. Y el futbolista mexicano es un animal diferente en la zoología balompédica. No se trata sólo de adiestrarlo; sino de fortalecerlo. Puede aprender las maromas de los brasileños y de los alemanes. Pero debe estar acondicionado, atlética y mentalmente para realizarlas.
Por ello, sólo alguien que pudo, que quiso, que tal vez supo cómo o no, maromear como brasileños y alemanes, puede ayudarlos, por su experiencia exitosa o no, en ese arte, puede entenderlos, educarlos, fortalecerlos.
Y aun así no es una garantía: Hugo Sánchez, el más poderoso exponente de cómo mimetizarse --y hasta superarlos-- con lo mejor de otros, perdió una Final de Copa Oro con Estados Unidos y terminó tercero en una Copa América, para claudicar en su Waterloo en el Preolímpico en Carson. No hay recetas. Ni Jesucristo ha tenido mejores apóstoles que el Diablo.
¿En su memoria, con que selección mexicana se queda? ¿La de Bora Milutinovic y su mejor cuerpo técnico, el mejor que haya tenido algún entrenador? ¿La de Miguel Mejía Barón en la que sus líderes yerran penales y Hugo se niega a entrar a la cancha? ¿La de Manuel Lapuente con una bendecida generación? ¿La de Miguel Herrera, su exhibición ante Croacia y cómo se “lenguó la traba” o se le trabó la lengua al darle indicaciones a un tipo más nervioso que él como Javier Aquino?
Y yendo a extranjeros: ¿Ricardo La Volpe, el de la horrorosa fase de grupos, que tiene su clímax –inútil–ante Argentina, y que como muestra de su fineza como ser humano, muestra el miembro viril ante las cámaras de la televisión mexicana en tono de burla? ¿O el Osorio que se equivoca dos veces de manera determinante? Él mismo acepta que erró tácticamente ante Suecia, y después cuando, antes de salir contra Brasil, les pregunta si “¿están preparados para jugar el partido de sus vidas?”, y los jugadores se quedan callados, pero, él también, él, el líder, también. ¿Se imaginan al Piojo, a Miguel o a Lapuente, con una trémula respuesta similar?
Que no se entienda este apartado como un tema de xenofobia. En lo personal, la propuesta de firmar a Marcelo Bielsa parecía fascinante. Era claro que era poco probable, porque la propuesta llegaba de Jesús Martínez. Lo engañó Emilio Azcárraga Jean y le entregó el puñal de la traición a Irarragorri, su mozo de cuadras. Quienes se crean eso de la captura de WhatsApp y votando por Nacho Ambriz, feliz Día de Reyes, de los Santos Inocentes, del Ratón Pérez y de San Bobalicón, su santo patrono.
Ha aparecido el uruguayo Guillermo Almada como otra interesante opción, sólida incluso hasta que el concubinato del Club de Tobyrarragorri terminó por bloquearlo también con la desesperada unción de Diego Cocca, en otra de las maquiavélicas tolerancias de Azcárraga Jean, para que Grupo Orlegi volviera al redil del descrédito.
O, ¿alguien puede lanzar la primera piedra sobre Edson u Ochoa por xenófobos? Ellos mismos viven -y sobreviven– en condiciones expuestas a ello, por eso la cotización de sus palabras pasa más por la sinceridad que por el oportunismo.
Y hay algo irrefutable: nunca una selección nacional ha sido campeona del mundo con un técnico no nacido en ese país. Y no se trata de que México vaya a ser campeón del mundo con Jimmy Lozano, se trata de que un técnico de su raza, de su sangre y de su carne, pueda al menos mantenerlo en la orilla histórica e histérica de su competitividad: en los márgenes del Quinto Partido, que es obsesión, utopía y tumba.
En esa dualidad de reacciones del futbolista mexicano, insisto, el animal diferente de la zoología balompédica, se le ha podido ver en las canchas con entrenadores mexicanos o extranjeros, bajo una radiografía, una de tantas, de Octavio Paz: “El mexicano puede doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad”.
Y a veces, cuando el técnico extranjero penetra en esa intimidad del seleccionado mexicano, abusa (La Volpe), se desconcierta (Osorio), o claudica y traiciona (Martino).
Es evidente que hay una revuelta, una conspiración saludable, dentro del Tri. Cuando EEUU con ese 3-0 en Las Vegas envolvió en llamas Chapultepec, el jugador mexicano ha tratado de reaccionar. “Tuvimos una plática y nos dijimos de todo”, revelaron Guillermo Ochoa y Jorge Sánchez. Encontró empatía en Juan Carlos Rodríguez y según fuentes de la FMF, el video sobre el despido de Diego Cocca y aplicarle los aires de purga a Ares de Parga, fue grabado antes del juego con Panamá.
Ochoa le confiesa a Mauricio Ymay de ESPN que él, después de su longeva permanencia en el Tri, tiene el perfil (¿y el nombre?) del técnico correcto para dirigir a México. Decirlo públicamente necesariamente significa decirlo ante la mesa del patrón, Azcárraga Jean.
¿Por qué no decirlo en su momento y ante quien debe decirse? Tal vez, nuevamente, Octavio Paz nos ayude a entenderlo: “Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa”.
Por eso, sí, lo sano (o Lozano) sería México para un mexicano, como Brasil para un brasileño, Italia para un italiano, Francia para un francés, Colombia para un colombiano, Kazajistán para un kazajo y Tonga para un tongano.