PHOENIX – Al límite, al amparo de un penalti inexistente al minuto 3 del tiempo extra, México se mete a la Final de la Copa Oro al vencer 1-0 a Haití.
Raúl Jiménez sentencia el atraco al cobrar con pulcritud el percudido penalti, regalo del árbitro catarí Al-Jassim Andulrahman por supuesta falta sobre el mismo Jiménez.
Para la facción mexicana, el desenlace se resume en que el árbitro hizo justicia competitiva con una injusticia deportiva. México fue siempre mejor, pero infértil, impotente en el trámite pulcro del juego.
Haití hizo poco por el partido. No fue ni siquiera una defensa inteligente o respetuosa, acaso, un burdo y procaz amontonamiento en su tercio de terreno para rebotar las llegadas repetitivas de México y sus centros imprecisos, obvios y sin cacumen.
Ahora, México esperará al finalista del juego entre Jamaica y Estados Unidos para enfrentarlo el próximo domingo en el Soldier Field de Chicago.
Un trabalenguas
Desinhibidos. Así arrancó el juego. Haití, sólo unos minutos, se vistió de aventurero. Quiso, por sólo unos momentos, confrontar al tú por tú al Tri, pero pronto reculó.
Tras esa apuesta efímera de ir al asalto, al ver que en la salida México era práctico y eficiente, rescató las lecciones de Canadá, Martinica y Costa Rica con un 4-5-1 y encomendó al vudú la iluminación de un contragolpe.
México hizo dos apuestas desde el inicio del juego que perduraron el primer tiempo: hacer correr a los haitianos para menguar sus pulmones de maratonistas y tratar de serenarse con un gol.
Oportunidades tuvo México. Trabajadas exhaustivamente, pero remates desde diversos puntos del Piojo Alvarado, Rodolfo Pizarro, Jonathan dos Santos y Raúl Jiménez terminaron por irse al limbo.
El dominio del juego exigió del Tri atención y concentración y al proliferar desde relevos, cambios de ritmo y de juego, podía penetrar al área, pero las habituales carabinas eficientes tenían la mira torcida.
Con Haití como incansable sabueso y México en el intento de entretejer y al protegerse con relevos defensivos en las escapadas, terminaron por lastimar las ilusiones de 62 mil aficionados que anhelaban más del encuentro y más de su selección tricolor.
Bajo ese juego entorpecido, cansino, demasiado elaborado, al desplazar el balón a lo largo y a lo ancho, el equipo de Tata Martino tuvo el control absoluto, pero no alcanzó que tuviera la muñeca firme sobre Haití para evitar los bostezos y que la afición terminara por elegir entretenerse con la ola ante la falta de oleaje del juego.
Llegó el receso con ese 0-0 de misterios aplazados para el segundo tiempo y la gran incógnita: ¿cuándo empezó ese pánico en los mexicanos a disparar en condiciones propicias de gol?
El que a hierro mata…
El retorno a la cancha no tiene novedades en el guión. Al paso de los minutos, el balón aún es de México y Haití, agazapado, clava agujas en los muñecos vudú de la defensa mexicana, pero, al paso de los minutos, el Tri empieza a perder precisión, tanto en la entrega de balones largos como de trámite directo a ras de pasto.
El desgaste físico acarreó ese inexacto manejo del balón e, incluso, de los minutos 60 a 64, con el Chaka Rodríguez descalabrado por un rodillazo, le da a Haití sus mejores aproximaciones al área.
México se acerca finalmente a una posibilidad real y saca de la placidez al arquero Placide. Cobro de Guardado al ángulo que obliga al arquero haitiano a enviar a tiro de esquina.
Enseguida, Martino hace cambios. Carlos Rodríguez por Guardado y Uriel Antuna por El Piojo Alvarado. El entrenador no quiere un suplicio de tiempos extras.
La ecuación funciona para el Tri, que encierra el partido en el último tercio y agobia a los haitianos, quienes se amontonan en el área y se dedican a reventar el balón con más voluntad que intención, con más angustia que astucia.
En el amanecer del primer tiempo extra, Andulrahman se inventa la falta en el área, Jiménez cobra de manera eficiente: 1-0.
Al minuto 104, Luis Montes ingresa por Jonathan, quien presenta molestias musculares.
Ya Haití está desgastado y desorientado ante los últimos 15 minutos de la desesperanza que desembocaron en la ilegitimidad del 1-0 final, incluido el soponcio de Guillermo Ochoa cuando, al minuto 119, el balón se estrelló en el larguero.