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La historia de sacrificio de Valentín Rodríguez: su mamá lo llevaba a entrenar en una motito y dormía adentro de un auto

Piedras Blancas. Día de tormenta. Mirar por la ventana metía miedo. Pero había que hacer de tripas corazón. Los ojos grandotes del chiquito miraban a su madre. Mónica Alonso le calzaba las botas de lluvia a su hijo, le ponía un pilot y sacaba la moto de la casa. Y allá partían rumbo a Las Acacias. El chiquito abrazado bien fuerte a la cintura de su mamá. El frío les cortaba la cara. Pero el niño no faltaba. El pasado jueves, mirando la televisión, Mónica se puso a llorar. No era para menos. Ver a su hijo Valentín Rodríguez sacarse la camiseta, gritar el gol con la felicidad dibujada en su rostro, y ser abrazado por todos sus compañeros, generó que se le cayeran las lágrimas. No podía parar de llorar recordando el largo camino que recorrieron. Juntos, siempre juntos.

La historia de Valentín Rodríguez, el juvenil que marcó el segundo gol de Peñarol en el clásico de la Copa Sudamericana en el Parque Central, es un canto al sacrificio, a la constancia inquebrantable y a la responsabilidad.

El camino de Valentín comenzó en el baby fútbol con apenas 4 años. Como no tenía con quien jugar su madre lo llevó al club más cercano a su casa. Y así fue como una tarde se apareció en el club Flores Palmas de Piedras Blancas.

“Ahí lo llevé, el técnico lo puso con los otros chiquilines y fue cuando me enteré que era zurdo porque escribe con la mano derecha”, comenzó diciendo la mamá de Valentín, Mónica Alonso, a ESPN.

Y agregó que el hombre que dirigía al equipo, “quedó fascinado con Valentín. Me acuerdo que me dijo que iba a ser tremendo jugador. Así arrancó la historia, jugando siempre de delantero y haciendo goles”.

Mónica recordó que a su hijo, por ser menudito, le quedaba inmensa la camiseta. “La 11, siempre jugó con la 11. Esa camiseta la tenemos en casa”, reveló en la charla.

Lo cierto es que, cierta vez, la mamá de Valentín se enteró que los niños de Peñarol empezaban las prácticas en Las Acacias. Y como Valentín y su padre son hinchas del club, no lo dudó, cargó al chiquito en la motito en la que se movía y lo llevó a entrenar. “El técnico se llamaba Ricardo y lo mandó fichar enseguida”, contó Mónica a ESPN.

Los fríos que pasamos…
Y arrancó la aventura. Con frío, lluvia y viento. Con calor y sol a pleno. Mónica no fallaba. Todos los santos días llevó a su hijo a entrenar en la motito.

“Los fríos que pasábamos en esa moto... Días de lluvia donde le ponía el pilot y las botas y allá íbamos. No faltaba una práctica porque siempre le inculcamos que fuera responsable, que tuviera compromiso. Viste que los chiquilines dicen si llueve no voy, bueno él siempre fue a todas las prácticas. Como el padre trabajaba todo el día, siempre lo llevaba yo a entrenar y lo esperaba a que terminara”, dijo su mamá a ESPN.

Una vez cumplida la etapa en AUFI (Fútbol Infantil), Valentín Rodríguez pasó a las divisiones juveniles de Peñarol.

“Lo recuerdo como un gurí tranquilo, muy buen compañero, Ojito le decían ellos. Andaba siempre para todos lados con Facu Pellistri y el Canario Agustín Álvarez con quienes tiene amistad desde niño”, comentó el expresidente de las formativas aurinegras, Pablo Torres, a ESPN.

“Vale tenía 10 años cuando comenzó a trabajar con nosotros. Venía de lo que era la captación de Peñarol Aufi junto con Pellistri, el Canario (Álvarez Martínez), y Álvarez Wallace. Cuando llegaron a Séptima división ganamos el Apertura y perdimos las finales con Nacional y en Quinta, él siendo más chico, lo utilicé en varios partidos como lateral”, contó desde Honduras a ESPN su primer entrenador de formativos, el Tato Martín García.

Tato dijo que le costó convencer a Valentín de que jugara como lateral.

“Yo le dije mirá Valentín tenés todo para ser un gran lateral porque con espacios y buena técnica podés triunfar ahí. Al principio no estaba muy convencido porque de chiquito tenía la ilusión de ser goleador, pero yo creía que podía sacarle más jugo jugando de frente al arco y no de espaldas”.

Martín García lo definió como “un pibe divino, con una familia humilde, trabajadora, que siempre lo apoyó. Recuerdo a su mamá llevarlo a entrenar en una motito”.

Con el paso de los años aumentaron las dificultades. Cuando Valentín pasó a entrenar en el CAR (Centro de Alto Rendimiento), aparecieron las primeras complicaciones.

El chico estaba cursando 4 grado de secundaria en el Colegio y Liceo Divina Pastora de su barrio. Pero el problema es que allí las clases eran en horario matutino y coincidían con el horario de entrenamiento. “Para 5º y 6º lo tuvimos que cambiar y pasó al liceo público, el número 65 en General Flores y Gronardo, porque además no le podíamos pagar uno privado”, contó su mamá.

El padre queda sin trabajo
Para colmo de males, por esos tiempos, su papá Alejandro se quedaba sin trabajo. Luego de 18 años desempeñando tareas en Fripur, la fábrica cerró, y fue un golpe para la familia.

“Fue horrible quedarnos sin trabajo, ahí me puse a estudiar para conseguir otro empleo y me recibí como enfermera. Con el tiempo mi esposo fue a trabajar a Calprica pero como había dificultades para pagar en fecha, le consiguieron en el frigorífico Las Moras. Trabaja de 14 a 22. Y yo entro a las 12 del mediodía en La Española hasta las 18. Y a las 18.30 entro en el Hospital Policial donde trabajo hasta las 0.30”, contó Mónica la madre del jugador.

Pocos saben las historias de sacrificio que hay detrás de los futbolistas. Cuando Valentín Rodríguez pasó a entrenar al CAR a su mamá le daba temor andar por la ruta con su motito, por lo que el chico comenzó a ir a entrenar en ómnibus. El tema es que debía levantarse muy temprano porque desde su barrio debía tomar dos ómnibus. Ahí sus padres decidieron hacer un esfuerzo y comprar un autito para llevarlo.

En ese entonces Mónica salía de trabajar a las 6 de la mañana y se quedaba despierta para llevar a Valentín al entrenamiento. “Lo llevaba y dormía en al auto mientras esperaba que terminara la práctica”, reveló.

Los viajes
Por aquellos años los dirigentes de Peñarol visualizaron un tema: los jugadores que por edad iban a las selecciones juveniles de Uruguay maduraban antes.

“Me puse a analizar el tema y me di cuenta que muchos gurises maduran mucho con el proceso de juveniles y tiene que ver con los viajes que hacen. Entonces convencí a los dirigentes de la importancia de salir a jugar torneos internacionales. Y así fue como tuve la oportunidad de viajar a Alegrete, Argentina y China con esa generación de Valentín y conocer a los padres”, reveló el expresidente de formativas Pablo Torres.

En varios de esos viajes Mónica se puso el overol para vender rifas y recaudar fondos que permitieran a los chicos cumplir el sueño.

Otro detalle que empezaron a vivir aquellos chiquilines fue concurrir a los partidos del primer equipo como alcanzapelotas.

El debut
El sábado 16 de enero de 2021 quedó marcado a fuego en la familia Rodríguez al ser el día que por primera vez jugó un partido oficial en Primera.

El Ojito, como lo conocen, entró a los 56 minutos en lugar de Robert Herrera para ocupar el lateral izquierdo –como le pidió Tato García- en el empate 1 a 1 ante Cerro en el estadio Luis Tróccoli.

“Pude cumplir un sueño que tengo de niño, desde que llegué al club, y me estoy sintiendo cómodo, me estoy acostumbrando a lo que es Primera División, algo que se me está facilitando con el apoyo de todos los compañeros y entrenadores”, declaró en el programa "Padre y Decano" de 1010 AM.

Su mamá, mirando la televisión aquella tarde, no lo podía creer. Y la ficha le cayó cuando, en pleno partido, un niño le alcanzó la pelota a su hijo “Me puse a pensar… ¡qué increíble! Porque antes él iba súper emocionado a los partidos a realizar esa tarea. ¿Y sabés lo que me dijo Valentín? Sí mamá, yo los trato bien a esos botijas porque sé lo que es estar ahí”.

La noche del jueves 15 de julio será inolvidable para los Rodríguez. A poco del final del clásico de ida de los octavos de final de la Copa Sudamericana, Valentín tomó la pelota y encaró dejando rivales por el camino. Enfrentó al golero y la pelota terminó en la red. Salió corriendo, revoleando la camiseta. En su rostro, la felicidad. En su casa, el llanto de su madre.

“Cuando hizo el gol me puse a llorar. Me invadió la emoción porque sabemos del esfuerzo, de lo que se cuida, del sacrificio diario por llegar…cuando recuerdo todo lo que vivimos me pongo a llorar…”.