BARCELONA -- Fueron Evaristo, Zuviría y Pichi Alonso. Urruti, Schuster y Rexach. Por supuesto Cruyff. Y también Stoichkov, Eladio, Maradona, Marcial o Migueli. Guardiola, Ramallets, Bakero, Sadurni, Luis Enrique, Alexanko, Julio Alberto, Ronaldinho, Gallego, Zubizarreta, Gracia, Amor, Rivaldo, Segarra, Txiki... Y una lista interminable de nombres que acaba concluyendo en Messi y su panda de privilegiados que en los años postreros del Camp Nou le dieron al Barça los mayores éxitos de su historia.
Xavi, Iniesta, Piqué, Busquets, Víctor Valdés, Puyol, Neymar, Suárez... Y Sergi Roberto, siempre secundario, pero mayúsculo nombre en la historia de los momentos inolvidables de un estadio único, ni mejor ni peor pero sí diferente, que cerrará sus puertas este domingo para siempre. Volverá en noviembre de 2024. Pero nada será igual.
Nada será igual en la memoria colectiva de un barcelonismo que no olvida que fue a través de la grandeza de Ladislao Kubala cuando nació la idea, y necesidad, de abandonar el entonces (1953) entrañable campo de Les Corts para construir un nuevo, mayor y más moderno estadio un kilómetro y medio más allá, en lo que entonces era, casi, el final de la ciudad. Cuando al cabo de cuatro años se inauguró, en 1957, el crecimiento del Barça, tal como del barrio mismo, ya fue imparable.
Y allí, entre partido y partido, han transcurrido nuestras vidas porque la vida, dijo una vez un sabio, es aquello que transcurre entre partido del Barça y partido del Barça. Son los goles, las jornadas dominicales a las cinco de la tarde atentos a los goles en los otros partidos, el olor a puro, la crítica al entrenador de turno por no hacer jugar a ese futbolista que siempre sabes mejor que el elegido, las protestas por el mal juego o por el arbitraje que siempre, o casi siempre, perjudica a nuestro equipo, los uyyss, los abrazos y discusiones.
Son los bocatas nocturnos, envueltos en papel de periódico que te entretienes en leer durante el descanso, entre mordisco y mordisco, y la lata de refreso llevada desde casa. Es la procesión de aficionados por la Travessera de Les Corts hacia y desde el estadio antes y después del partido, comentando con tu padre qué pasará y qué ha pasado.
Es el recuerdo de aquel gol de Zuviría al Anderlecht que se mantiene en la retina tal como el de Cruyff al Atlético de Madrid. Es el hat-trick de Pichi Alonso al Göteborg y el de Lineker al Real Madrid; el Pizzi macanudo, el debut inolvidable de Romario. Es el 5-0 del Dream Team, el vuelo imposible de Sergi Roberto contra el PSG, el búfalo Ronaldo contra el Valencia o los cinco goles de Manolo Clares y de Hansi Krankl en una sola noche. Como los de Messi al Bayer Leverkusen, claro... Como el gol maradoniano de Leo al Getafe o su maravillosa jugada en la última final de Copa jugada en el Estadio contra el Athletic. Tantas noches, tantas tardes... Y hasta la madrugada del gazpacho con el mago Ronaldinho.
Y es también el escándalo Guruceta, el aplauso a Cunningham o las noches de remontada que no fueron y se nos llevaron la ilusión. Es el recuerdo de aquel foso singular que rodeaba el césped y por el que no se tiró Julio Alberto (pese a su promesa) tras marcarle un gol imposible a la Juventus. Es conocer de memoria la puerta 56, la boca 331 y los asientos 5 y 7 de la fila 20 en el lateral de ese estadio que ha sido tu casa durante los últimos 53 años y que desde 1974 te dio el privilegio de tener un asiento.
Son aquellas dos horas largas reservadas con tu padre en que no se discuten las notas del colegio, el desorden de la habitación o cualquier otro asunto menor que no puede, de ninguna manera, rivalizar con ese momento inigualable que es, era, llegar al Camp Nou y tomar posesión del asiento para ver la obra.
Fue, en sus mejores días, el Liceo del futbol. Así se le llamaba por el en ocasiones silencio sepulcral con el que el público seguía el partido. Hasta el punto de escucharse desde arriba el golpeo del balón o el grito de algún jugador. No en los partidos grandes, claro, porque en esos el ánimo y el calor de la afición estaba asegurado, pero sí en la mayoría.
Este domingo todos esos momentos, y muchos más, volverán al primer plano. Este domingo diremos adiós, o hasta pronto, a la que fue nuestra segunda casa y recordaremos a quienes ya no están y nos llevaban de la mano cuando el futbol y el Barça era nuestro universo particular con el que crecimos.
Del Camp Nou al Estadio Olímpico, de Les Corts a Montjuïc, 4 kilómetros de distancia en un cambio tan sentido como obligado. Volveremos en noviembre de 2024 a un estadio totalmente renovado con la esperanza de recuperar esas sensaciones de toda la vida, pero también la sospecha de que ya nada será igual a lo que conocimos.
Pero nuestra vida, confíamos, seguirá siendo aquello que transcurre entre un partido del Barça... Y el siguiente.