El proyecto de Xavi de jugar con mayoría de canteranos y dar oportunidad a los jóvenes en el Barcelona debe respaldarse.
BARCELONA -- A Xavi Hernández no le tembló el pulso en Bilbao a la hora de meter a Hector Fort o, después, dar minutos a Cubarsí en un partido de exigencia, y presión, máxima para el Barcelona. Después se la jugó con Marc Guiu por encima del recién llegado Vitor Roque y antes ya había enseñado el camino de salida a Robert Lewandowski. No pudo dar paso en la prórroga a Fermín López por la normativa y volviendo a apostar por Lamine Yamal dejó como simple secundario a João Félix.
El Barcelona perdió en San Mamés y tras once días dijo adiós al segundo título de la temporada. Pensar en ganar la Liga se antoja muy osado y soñar con la Champions es igualmente muy, acaso demasiado, atrevido. Pero en ese Barcelona derrotado por el Athletic Bilbao mostró Xavi un cambio que sin saber si tendrá continuidad sí fue destacado.
Juntó en el campo, por primera vez en la historia moderna del club, a tres chavales menores de edad y después de incontables apuestas por futbolistas contrastados o veteranos/supuestos cracks se la jugó con La Masia.
Su discurso, parte de él, en la sala de prensa tras el partido dio a entender que el Barça tiene o debe tener un excelente futuro basado otra vez en la gente de la casa y viendo la realidad de la entidad, incapaz de acudir al mercado con suficiente aplomo y músculo financiero, pudiera ser el momento oportuno para dar un volantazo a las expectativas y pensar que ese proyecto que tantas veces ha dicho el propio Xavi está a medio camino tomará un rumbo distinto al de la urgencia por ganar. Sea como sea y con quien sea.
El Xavi entrenador, de entrada, ya ganó. Ganó una Liga y ese título debiera darle suficiente estabilidad al Barça para tomarse con menos necesidad el presente en cuanto a la conquista de títulos y centrarse más en mejorar colectivamente el juego para, además, asentar lo que él llama proyecto a medio/largo plazo.
Un proyecto sin apoyarse en palancas financieras, operaciones de dudoso rendimiento deportivo pero alto coste económico y más centrado en dar a los chavales de la casa la 'oportunidad de fracasar'. Porque solo a través de darles esa posibilidad tendrán o tendrían la ocasión de hacerse grandes y triunfar.
Pudiera ser el momento de jugársela con Hèctor Fort y, recuperando de su cesión (positiva según se afirma) a Julián Araújo apostar por ambos en el lateral derecho; rescatar a Àlex Valle desde el Levante y juntarlo con Àlex Balde en el carril izquierdo; creer más en Fermín por encima de Joao Félix y entender que Lamine Yamal, aún siendo un crío, le ha dado más motivos de satisfacción al club (y con un mínimo coste en comparación) que Raphinha. Solventar que Pau Cubarsí se está ganando el derecho a ser alguien, confiar en la recuperación total de Gavi y ser valiente con Marc Guiu junto a, ojalá, Vitor Roque...
Y pensar que la plantilla puede completarse con Casadó y Garrido, con Faye y Unai, con Bernal, Prim o Rodríguez... Con una cantera que pisa, o intenta pisar, fuerte para convertirse en la piedra angular de un proyecto más a largo que a corto plazo y en el que no sea indispensable ganar, ganar y volver a ganar esta temporada ni, probablemente, la próxima.
El Barça siempre fue fuerte cuando en su vestuario dominaban en número los futbolistas surgidos de La Masia. Con ellos, algún complemento de calidad indiscutible y dos o tres cracks verdaderamente diferenciales, que pudieran (no ahora, obvio) ficharse por ahorrar ese dinero en medianías que, demostrado está, no han respondido a las expectativas.
Ese podría ser el verdadero proyecto de futuro al que se agarre el Barça. Siendo otra época, y un futbol que nada tiene que ver, hubo un Alfredo Di Stéfano que en 1983 apostó por unos chavales en el real Madrid que nadie conocía. Y el Madrid pasó dos años a pan y agua... Hasta que explotó la Quinta del Buitre.