MADRID -- Lo primero que se recuerda como el gran logro de Santiago Bernabéu como presidente del Real Madrid es la conquista de seis Copas de Europa a finales de los 50 y principios de los 60. La época dorada del club merengue, que no habría sido posible sin que el legendario presidente se diera a la tarea de reunir al mejor equipo del mundo bajo un mismo escudo.
Fue casi una década en que el equipo blanco no tenía comparación –y hay quien dice que aún hoy sería difícil encontrar un equipo que le hiciera competencia a ese Real Madrid. Santamaría, Marquitos, Héctor Rial, Raymond Kopa, Paco Gento y, el más grande y más querido en la casa blanca, Alfredo Di Stéfano, cuya luz, sin quererlo, termina opacando al resto.
En 1958, a mitad del camino, y cuando ya se empezaba a mirar al equipo merengue como el mejor de la historia tras la conquista de tres Copas de Europa, se unió Ferenc Puskás a la constelación.
Uno de los grandes artífices de aquella era irrepetible cumpliría 90 años este 2 de abril, pero son pocos los que aún tienen el recuerdo vivo de sus andanzas por Madrid.
Cuando recaló en Chamartín llevaba casi dos años sin jugar debido a lo que en los estándares actuales contaría como la mayor injusticia del momento, una inhabilitación por parte de la FIFA y la UEFA por razones políticas.
Se había negado a volver a Budapest tras la invasión soviética en noviembre de 1956 para aplastar la revolución húngara e instaurar un gobierno satélite.
Puskas fue uno de los más de 200 mil húngaros exiliados a raíz del conflicto. En ese momento se encontraba en Viena con su equipo, el Honved, y decidió no volver. Debido a su cargo militar, fue juzgado en ausencia por “traidor”, lo que le valió la suspensión y la consecuente odisea en busca de equipo. Lo querían en Milán y en el Manchester United, pero el castigo hacía de su contratación una empresa imposible. Hasta que llegó el Real Madrid.
No muy alto, tirando a gordito, tras haber cumplido 31 años y sin actividad. La leyenda cuenta que el entonces entrenador, Luis Antonio Carniglia, estaba furioso. No le veía utilidad a un fichaje que respondía a una apuesta personal del presidente.
Pero Ferenc Purczeld Bíró, alias Puskás (escopeta, en húngaro), vino a darle la razón a Santiago Bernabéu.
Permaneció ocho temporadas en el club merengue en las que contribuyó activamente a ganar tres Copas de Europa más, cinco títulos de Liga y su primer título en la Copa Intercontinental. Disputó 262 partidos vestido de blanco, dejando un saldo de 242 goles.
Su historia en el Real Madrid es apenas un capítulo – si acaso bastante extendido – en una carrera casi irrepetible. Disputó, en total, 616 partidos con un saldo de 620 goles, números que hoy, como hace medio siglo, están al alcance de muy pocos. Allá a dónde fue, ya sea como jugador o como entrenador, fue alabado como uno de los más grandes. Incluso el Panathinakos griego, equipo al que dirigió entre 1970 y 1974, llegando a la final de la Copa de Europa en su primer temporada y conquistando un título de Liga, le han erigido una estatua.
Como es natural, donde mayor veneración se le tiene es en su natal Hungría. Fue, y sigue siendo, el mejor jugador que ha producido su país. Campeón olímpico en 1952 y finalista del Mundial de 1954 (el máximo logro húngaro hasta el momento), aún es el máximo goleador de su selección con 84 goles en 85 partidos.
El estadio más grande del país, en Budapest, lleva su nombre desde 2002 – y, de hecho, está enterrado ahí. Su muerte, acaecida el 17 de noviembre de 2006 a consecuencia de una larga batalla con el Alzheimer y complicaciones respiratorias, fue llorada por todo el país e incluso el Parlamento suspendió toda actividad para dedicarle un minuto de silencio.
En los últimos años, su familia, a petición de su hija Anikó, ha ido recopilando reliquias por todo el continente para llevarlas al Instituto Puskás en Felcsút, al norte de Budapest. La colección de artículos va desde trofeos (la mayoría conquistados con el Real Madrid), camisetas, medallas, botas y fotografías. Casi todas, por cierto, procedentes de Benidorm, donde vivió un par de años después de su retiro.
No ganó un Balón de Oro aunque lo merecía, sobre todo teniendo en cuenta que tuvo un papel fundamental en la conquista de la quinta Copa de Europa, luego de que le marcara cuatro goles al Eintracht de Frankfurt en la victoria por 7-3. Pero al menos le tocó en vida el reconocimiento internacional cuando la FIFA lo nombró el máximo goleador del siglo en 2004.
Ya no le tocó ver a Joseph Blatter instaurar el Premio Puskás al mejor gol del año en 2009. Ni a su viuda Erzsébet, bañada en lágrimas, representándole en la ceremonia que se llevó a cabo en Hungría.
En el Real Madrid, el reconocimiento institucional a Puskás – el que va más allá de las cálidas palabras – ha sido más bien discreto.
A su muerte, mientras el Parlamento Húngaro se paralizaba en su honor, el entonces presidente del Real Madrid, Ramón Calderón, envió un “sentido” mensaje a través de un comunicado institucional. Desde entonces, alguna mesa redonda o, de cuando en cuando, la exaltación indirecta del personaje – más por iniciativa de la embajada húngara que otra cosa - cada que se publica una biografía o se produce un documental.
No fue hasta 2013 que el presidente Florentino Pérez le dedicó un busto en la Ciudad Deportiva de Valdevebas, emplazada muy cerca del estadio que lleva el nombre de Alfredo Di Stéfano, en una muy discreta ceremonia al lado de su familia y uno de los pocos sobrevivientes de aquella época, Paco Gento.
A medio siglo de distancia, la leyenda de Puskás empieza a diluirse. Ayuda, de alguna manera, a mantenerlo vivo en la memoria la constante reedición de libros institucionales sobre las conquistas europeas. Pero cada vez son menos.
Quienes realmente lo guardan en la memoria son los abuelos que lo vieron jugar como uno de los más grandes y los pocos vecinos del barrio cercano al Parque del Retiro donde tenía su residencia que llegaron a coincidir con él o con don Santiago Bernabéu, que vivía a pocas calles de distancia. Los unía, de cierta forma, esa normalidad tan extraña en el mundo del futbol hoy en día. Habían renunciado a la zona de mayor lujo por un discreto barrio de clase media en el corazón de Madrid.
Lo unió un gran cariño a España, su país de acogida, y con el que tras naturalizarse llegó a disputar varios partidos internacionales, aunque no marcó ningún gol. Eso sí, en cuanto cayó el régimen volvió a casa. Donde sigue siendo el rey.