BARCELONA -- Luis Enrique, Figo, Laudrup, Milla, Hagi, Schuster, Ronaldo, Alfonso… No son legión pero sí numerosos los futbolistas que cambiaron de bando entre los dos grandes del fútbol español y que al rendir visita a su antiguo estadio sufrieron la antipatía generalizada del público, ya fuera del Bernabéu o del Camp Nou.
Los hinchas de Barcelona y Real Madrid tienen muy arraigado un ‘odio’ visceral ante el enemigo que no les permite loar, ni por accidente, a un jugador del gran rival… Pero siempre hay excepciones. Contadas, eso sí, pero excepciones al fin y al cabo.
Stoichkov siempre fue un futbolista repudiado en Madrid, tal como Hugo Sánchez lo fue en Barcelona. Especialmente ambos a pesar de, en voz baja, ser considerados enormes jugadores por los hinchas rivales y como ejemplos supremos, podría decirse, de una colección inacabable…
Pero entre todas las pequeñas historias personales de los Clásicos existen capítulos diferentes, imágenes para el recuerdo que perduran y que con el paso de los años han alcanzado, incluso, la consideración de leyendas: ¿un rival aplaudido? Sí. Ocurrió.
Aún se recuerdan las imágenes de la hinchada del Bernabéu ovacionando a Ronaldinho por su exhibición en un partido jugado en noviembre de 2005 y hay quien mantiene en la retina los aplausos a Maradona tras un gol antológico en el mismo escenario en 1983, pero apenas si existe constancia de una situación similar en el Camp Nou. Y sin embargo existió. Ocurrió en 1980, un 10 de febrero del que se cumplen 40 años y el protagonista, tristemente desaparecido ya, se llamaba Laurie Cunningham.
El Barça entrenado por Joaquím Rifé, que cinco días antes había sido derrotado por el entonces poderoso Nottingham Forest en la Supercopa de Europa y solo había ganado dos de los últimos siete partidos oficiales disputados, malvivía en una mayúscula crisis deportiva e institucional en la temporada 1979-80 cuando en la jornada 20 recibía al Real Madrid de Boskov.
Daba igual que el equipo azulgrana deambulase en la quinta posición de la Liga, diez puntos por debajo de la Real Sociedad, líder, o nueve del Madrid, señalados para disputarse el título, porque el Camp Nou, como siempre en aquella época, se llenó hasta el máximo con el ánimo de salvar la temporada derrotando al gran enemigo…
Y lo que empezó con pasión acabó con profunda decepción, amargo resultado, sensación de impotencia y, entre todo ello, reconocimiento a un rival especial. Ganó el Real Madrid por 0-2, con dos goles marcados en un abrir y cerrar de ojos en la segunda parte, después de que en la primera, con 0-0 en el marcador, el árbitro dejase sin sanción un claro penalti del portero merengue, García Remón, al azulgrana Serrat que ni el VAR habría obviado.
Pero lo que fue en un momento escándalo, protestas y enfado dio paso al descubrimiento de aquel atlético extremo inglés semidesconocido y fichado por el Madrid siete meses antes por la nada desdeñable cifra de 160 mil dólares de la época al West Bromwich Albion.
Primer futbolista de color en jugar un partido oficial con la selección inglesa, Cunningham se exhibió aquel diez de febrero en el Camp Nou, enloqueciendo a la defensa del Barça y provocando que poco después del 0-1 anotado por García Hernández completase una jugada fulgurante en la que superó hasta tres rivales antes de regalar un centro perfecto que Santillana remató a la red de Artola, suponiendo, en el minuto 63, el 0-2 y convirtiendo las protestas de la hinchada local en aplausos al jugador, que no a su equipo. Hay barreras que no se pueden superar…
Para pasmo de muchos, cuando Cunningham volvió a tocar el balón tras aquella jugada, se escucharon los primeros aplausos de los aficionados del Barcelona, que fueron multiplicándose has convertirse en ovación. No estruendosa pero sí evidente. Lo que no había ocurrido nunca en el estadio azulgrana estaba pasando y se interpretaba tanto como un castigo al equipo local, derrumbado y en caída libre, como el reconocimiento a un jugador que se ganó, por su elegancia, brillantez y verticalidad, el respeto de la afición del gran rival.
El Madrid acabaría ganando aquella Liga gracias a la derrota de la Real Sociedad (única del curso) en la penúltima jornada ante el Sevilla y el Barça se despidió de la temporada en cuarto lugar, a quince puntos del campeón y sumido en aquellas históricas e histéricas crisis que tanto se repetían en el Camp Nou.
EFÍMERO
¿Y Cunningham? Fue un crack efímero. Como si se tratase de Dembélé, el delantero inglés fue víctima de lesiones musculares de todo tipo que lastraron su rendimiento en el Madrid. Pasó de jugar 41 partidos en su primera temporada a reducir hasta los 17 en la segunda y solo 7 en la tercera, la 1981-82 y tras la que abandonó el club.
Cedido primero al Manchester United, donde apenas jugó cinco partidos, regresó a España, cedido al Sporting de Gijón en el curso 1983-84, recuperando el tono con 34 apariciones en la que era la última temporada de contrato con los merengues, que le dieron la baja.
Jugó entonces un curso en el Olympique de Marsella de Francia y volvió a Inglaterra para defender los colores del entonces modesto Leicester y decidió, casado con una española, regresar a Madrid, fichado por el Rayo Vallecano, en Segunda División, firmando una buena temporada que provocó su fichaje por el Wimbledon, donde, otra vez debido a las lesiones, apenas sería un espectador del equipo que hizo historia ganando la FA Cup al intocable entonces Liverpool.
Volvió a Madrid, al Rayo Vallecano, ya con 32 años para ser protagonista destacado en el ascenso de un equipo en el que brilló con luz propia Hugo
Maradona. Y cuando suspiraba por dejarse ver otra vez en Primera División, la mañana del 15 de julio de 1989, padeció un terrible accidente de circulación en Madrid en el que murió.
Fue el triste final de un futbolista sensacional, elogiado en Inglaterra y del que apenas se guardan pedazos de su brillantez en España, enfundado sobre todo con la camiseta del Real Madrid en aquella temporada 1979-80 de presentación que le catapultó al primer plano y que, se cumplen ahora 40 años, provocó que la afición del Barcelona aparcase por un instante su animadversión por el gran rival y le dedicase un sincero aplauso.