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Cartas desde Barcelona: Bartomeu, el último mártir

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BARCELONA -- Aupado a la presidencia por la huida de Sandro Rosell en enero de 2014 y triunfador de un proyecto invisible gracias al tridente que en 2015 le concedió una victoria abrumadora en las elecciones con el 55 por ciento de los votos de los socios, Josep Maria Bartomeu acabó su carrera en la presidencia del Barcelona de mala manera, disparando contra todo, señalando al gobierno de Cataluña como responsable último de su caída y recordando a tiempos pasados, cuando en los despachos del Camp Nou se contemplaban maquinaciones externas para acabar con la independencia de un club que nunca supo, ni quiso, ser independiente.

Hace ya 20 años, en julio de 2000, Josep Lluís Núñez, el presidente más longevo de la historia del Barça, dimitió acusando a poderes fácticos, intereses políticos que se posicionaron detrás de una oposición incipiente liderada por Joan Laporta, de provocar un desgaste evidente de su gestión. Y en 2014 Sandro Rosell anunció su marcha, descubierto el tinglado económico de Neymar, asegurando que los enemigos del club no podían encajar el éxito de su mandato. Bartomeu no ha sido muy distinto en las formas, por más que el fondo deje al descubierto una presidencia marcada por la sospecha.

Bartomeu fue un superviviente que supo navegar contra corriente cuando fue necesario y a quien no le costó nada, al contrario, desdecirse a sí mismo cuando fue necesario. En 2008, formando parte del núcleo duro de la oposición a Laporta, bramó por acabar con el legado de Johan Cruyff durante la moción de censura contra el entonces presidente, asegurando que "votar sí a la moción es votar no a Johan Cruyff" y considerando que el Barça precisaba "nuevos referentes".

Cuando ganó las elecciones en 2010, como vicepresidente de Rosell, se mostró favorable a iniciar una acción de responsabilidad contra los antiguos dirigentes, llegando a poner en peligro el patrimonio personal de estos, y celebró que Cruyff, en persona, devolviese la insignia de presidente honorario porque, como dijo Rosell, "no se la habían concedido los socios". Conocedor íntimo de las dudosas negociaciones que acabaron el fichaje de Neymar, formó parte de las personas más cercanas al presidente hasta que le sucedió en el cargo y fue a partir de ahí cuando suavizó su personalidad de cara al público.

Daba igual que hubiera convertido al club en delincuente y más aún que hubiera negado a Cruyff o despreciado a Guardiola. Al holandés le regaló un homenaje, le construyó a toda prisa una estatua y le dio nombre a un estadio en una seducción sin límites tal como proclamaba sin pudor que el mismo Guardiola al que había negado no muchos años atrás era una "leyenda viva del barcelonismo".

Buscó siempre la foto con Lionel Messi, con la mejor de sus sonrisas, y se entregó sin disimulo ninguno a unos futbolistas a quienes firmó contratos inverosímiles, con renovaciones que ponían, que ponen, la solvencia económica futura, y ya presente, muy en duda. Se embarcó en un faraónico Espai Barça cuyo coste superior a los 900 millones de dólares y financiación, a cargo del grupo Goldman Sachs, provoca terror alrededor del Camp Nou. Él, quien en 2010 aplaudió y apoyó sin disimulo el descarte del proyecto de Laporta de renovación del estadio por 250 millones porque "el estadio solo necesita una mano de pintura".

Bartomeu se marcha del Barça como un mártir... pero deja un club amenazado con la bancarrota y en peor situación, mucho peor, de la que se encontró hace diez años, cuando entró de la mano de Rosell clamando que nunca fallarían a unos socios que le han acabado echando.