Cuando las luces de los flashes le iluminen la cara y su mano temblorosa firme el documento que lo transforme en nuevo jugador de Liverpool, la mente de Darwin Núñez se dará una vuelta por el pasado.
Recordará su niñez en El Pirata, un asentamiento y barrio pobre de Artigas ubicado sobre una zona inundable del río Cuareim. Las noches que se acostó sin comer. La lucha diaria de su madre que recorría las calles juntando botellas para vender y obtener dinero para asegurar el plato de comida. Y el ver llegar a su padre cansado de pelearla todo el día en la construcción para comprarle los zapatos de fútbol.
El nuevo delantero de Liverpool de Inglaterra es dueño de una historia digna de contar. A puro sacrificio y superación. Para que tengan una idea, estuvo a punto de dejar el fútbol dos veces.
Darwin era un chiquilín que correteaba por las calles de El Pirata cuando tomó contacto con el fútbol grande. Una tarde del año 2013, en una perdida canchita de su Artigas natal, apareció el Chueco José Perdomo. El histórico hombre de Peñarol se paró a un costado a mirar el partido que jugaban Artigas contra Bella Unión.
Apenas terminó el encuentro, el Chueco se fue a hablar con los padres de un flaquito que le había llamado la atención: un tal Darwin Núñez.
A los pocos días el chico de 14 años se despidió de su madre Silvia Ribeiro y del viejo Bibiano Núñez. En la terminal de ómnibus de Artigas, con los ojos llenos de lágrimas, cargó con el beso y el abrazo de sus padres en la mochila.
En Montevideo lo alojaron en la casita de Peñarol pero, curiosamente, después de los primeros entrenamientos no quedó. Lo cortaron. “No sé qué pasó pero no quedé. Me volví para Artigas. Luego de un año volví y estaba Ahuntchain de coordinador. Hablamos y me dijo que me iban a precisar en Peñarol. Entonces hablé con mis padres de que me iba a quedar”, reveló el jugador cuando lo entrevisté para El Observador.
En ese entonces Darwin contaba con la contención de su hermano mayor que jugaba en la Tercera División de Peñarol. Pero, al poco tiempo, Junior Núñez volvió a Artigas para ayudar a su familia. Darwin pretendió seguir sus pasos, pero el hermano se lo impidió.
“Quedate, vos tenés futuro. Yo me voy”, le dijo Junior en un gesto que Darwin jamás olvida.
El delantero se quedó dos años y medio en las juveniles aurinegras hasta que, con 16 años, el técnico Leonardo Ramos lo ascendió de Quinta división al primer equipo. En ese momento le pidió a su representante Edgardo Lasalvia para traer a sus padres a Montevideo.
“Yo no olvido de donde vengo. Una familia humilde, laburadora. Mi padre trabajaba en la construcción y cuando no tenía zapatos trataba de buscarme algo y comprarme unos para poder jugar al fútbol. Tenía que trabajar ocho o nueve horas para comprarme las cosas y darnos de comer. Mi madre siempre fue ama de casa y salía a recorrer las calles a juntar botellas para vender”, reveló Núñez aquella mañana que lo entrevisté en el Complejo Celeste.
LOS GOLPES DE LA CARRERA
La carrera del chico venía viento en popa. Una tarde lo ascendieron para defender al equipo de Tercera División en un partido contra Sud América en el Parque Fossa.
Y en pleno juego, lo inesperado: saltó en procura de una pelota y cuando cayó se dobló la rodilla. Los estudios revelaron que se había roto los ligamentos cruzados. Debió ser intervenido quirúrgicamente. Pasó un año y medio sin pisar la cancha. Se le vino el mundo abajo…
“Fue un momento complicado donde quería dejar el fútbol. Me iba a laburar a Artigas, no me quedaba otra. Tenía que arrancar para las ocho horas”. Pero, recordar el sacrificio que había hecho su hermano por él, fue el sostén que lo mantuvo en pie.
Darwin se recuperó y volvió. Sin embargo, el destino le tenía deparado otro golpe.
El técnico de Peñarol de entonces, Fernando Curutchet, lo convocó para jugar ante River Plate por la decimotercera fecha del Torneo Clausura. Aquel 22 de noviembre de 2017 quedó marcado a fuego cuando, a los 63 minutos del partido que se jugaba en el Parque Saroldi, lo llamaron para ingresar en sustitución de Maximiliano Rodríguez.
Peñarol perdió 2-1. Darwin salió llorando. Pero no por la derrota, sino por el dolor en la rodilla. Debió ser operado nuevamente. Esta vez de la rótula.
Volvió en 2018. El 13 de octubre convirtió su primer gol con la aurinegra en la victoria 1-0 sobre Fénix.
Pocos meses después fue seleccionado para la Sub 20 que jugó el Sudamericano de 2019 y el Mundial de Polonia. Y por si fuera poco, lo llevaron a los Juegos Panamericanos. Definitivamente se había recibido como jugador de Selección.
La vida de Darwin parecía un cuento de hadas. El 27 de agosto de 2019 se confirmó su transferencia al Almería de España. Su futuro y el de su familia cambiaba para siempre. Al fin podría cumplir con su principal sueño…
“Nosotros tenemos una casa en Artigas pero cuando nos vinimos a Montevideo se fue abajo. Por suerte les voy a poder comprar una casa a mis padres. Cuando yo no tenía para comprarme un par de zapatos mi madre salía a juntar botellas y mi padre trabajaba 10 horas en la construcción”, reveló.
En setiembre de 2020 su nombre estalló en el mercado de pases de Europa. El Almería lo vendió al Benfica de Portugal a cambio de 24 millones de euros. El fichaje más caro en la historia de la Primera División de Portugal.
El 15 de octubre de 2019 debutó en la selección de Uruguay en un amistoso contra Perú donde marcó el gol del empate 1-1.
Parece mentira, pero la carrera de Darwin transcurrió a ritmo de vértigo. En tan solo cinco años: debutó en el primer equipo de Peñarol, se transformó en jugador de Selección, lo negociaron al Almería, se convirtió en el pase más caro de la historia de Portugal, y ahora en uno de los más caros del mundo. Liverpool de Inglaterra invierte 100 millones de euros en su incorporación. Pese a todo, Darwin sigue siendo el mismo y no olvida su pasado, como lo hizo saber en una foto en su cuenta de Instagram donde se mostró en la puerta de su vieja vivienda y comentó: “Mi casa, donde fui feliz durante 14 años! Nunca olvidaré de donde salí y siempre la recordaré con mucho cariño”.
Cómo olvidarlo si muchas veces se acostó sin comer y fue testigo del sacrificio de sus padres. “Me acosté con la panza vacía. Pero la que más se acostó con la panza vacía fue mi madre, porque una madre hace todo por sus hijos y ella muchas veces se acostó sin comer para darnos de comer a nosotros. Me crié en un barrio pobre. Ahí aprendí compartiendo cosas con los amigos, cada uno llevaba algo. En la escuela lo mismo, cuando no tenía para comer yo iba a la escuela de tiempo completo. Entraba a las 7 y salía a las tres de la tarde. Mis padres trabajaban y cuando salía de la escuela me iba a entrenar. Mamá no estaba todavía porque salía a juntar botellas en la calle y las vendía para comprarme las cosas a mí y a mi hermano. Yo no me olvido”.