Cuando se pensaba que las cosas no podían estar peor alrededor de la Selección Mexicana de Futbol, llegó la Fecha FIFA con dos partidos amistosos, ante Perú y Colombia, para demostrar lo contrario.
En los últimos ensayos con ‘equipo completo’ (no fue así por las múltiples lesiones), el Tricolor salió reprobado y aumentó dudas, pesimismo y reproches de cara a la Copa del Mundo de Qatar.
Resulta alarmante que en cada presentación se reafirman sus pobrezas: es un equipo sin contundencia, con escasas llegadas, endeble en sector defensivo, que no domina una idea de juego más allá de tener un esquema definido, sin carácter, sin capacidad de reacción, vulnerable y con un entrenador pasmado. ¿Algo más?
Ante Perú se intentó disfrazar un raquítico desempeño bajo el amparo de supuestos “30 minutos ilusionantes”, y luego el gol de Hirving Lozano que dio la victoria acabó por ocultar todas las carencias nacionales.
Sin embargo, llegó Colombia, una selección con cuatro o cinco individualidades de talla internacional, y ahí ya no hubo pretexto que bastara. México se llevó un baile a ritmo de cumbia del que le va a costar trabajo reponerse.
El Tricolor ofreció un primer tiempo ‘decente’ en el que se encontró con un penalti bastante generoso casi al arranque del juego, y después gracias a un chispazo de Alexis Vega aumentó la ventaja (2-0) con la que se fue al descanso.
La inestabilidad y fragilidad del conjunto azteca se exhibió a plenitud en menos de 10 minutos de la parte complementaria ante los cafetaleros. ¿Cómo puede un equipo —una selección nacional que cuenta con los mejores futbolistas del país— mostrar una cara totalmente opuesta luego de la pausa del medio tiempo?
Mientras Colombia arrollaba a México resultó alarmante que ni en la cancha ni fuera de ella existió reacción alguna. Los jugadores se veían a la distancia, agachaban la cabeza, hacían gestos de lamento y nada más. Ni un grito, ni un llamado a despertar, nada.
Minutos más tarde Gerardo Martino mandó un combo de cuatro cambios como mensaje —inútil— para detener el agobio colombiano, pero nada surtió efecto. Cayó el tercer gol rival —golazo— y se consumó un nuevo papelón nacional.
Hoy, de nueva cuenta como hace cuatro años y como en muchas otras ocasiones, el Tricolor asistirá a una justa mundialista con el sello del pesimismo en los pasaportes de los futbolistas…
Y esta vez todo apunta a que los rezos o abrazarse a aquella leyenda de que “México se crece ante los grandes” no serán suficientes.
Para acabar pronto: si mañana se jugará el partido ante Argentina, el Tricolor se ‘comería’ de cinco goles para arriba… De ese tamaño es el desastre de Martino y compañía.