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Caminar, una actividad inevitable en la Copa del Mundo de Qatar 2022

Los hinchas que disfrutan del Mundial en Doha se han acostumbrado a andar kilómetros para llegar a los estadios Getty Images

DOHA -- La península arábiga, donde está ubicado Qatar, es la región originaria de los beduinos. Ellos son los moradores más antiguos de estas tierras. Las surcan desde tiempos anteriores a Mahoma. Su principal característica es la capacidad para adaptarse a un territorio tan hostil como el desierto. Lo conocen como nadie y lo han convertido en su hogar. Los beduinos (el vocablo significa "morador del desierto") son nómadas. Es decir, caminan. Esa es su forma de vida.

Todos y cada uno de los visitantes que hemos llegado a Doha y sus alrededores para disfrutar la Copa del Mundo en vivo nos convertimos al menos por un rato en un beduino. Porque para trasladarse la caminata es obligatoria, incluso cuando según los sofisticados mapas cibernéticos nos indican que estamos a pasos de nuestro objetivo. Si algo aprendimos en estos pocos días aquí es que la cartografía suele ser engañosa.

Ir a los estadios qataríes es una experiencia que los hinchas y los periodistas que aquí estamos no olvidaremos. En primer lugar, porque disfrutar de un Mundial en carne propia es un privilegio enorme y así debe ser recordado. En segundo término, porque representa un verdadero desafío y una exigencia física que cualquier médico recomendaría. El problema es que ese "ejercicio" forzoso puede privarnos de ver algunos minutos de los partidos. Algo imperdonable.

En Doha hay vallas. Miles de vallas. Millones de vallas, quizás. Vallas para entrar al metro, vallas para entrar al Fan Fest, vallas para ingresar a los estadios. Vallas. Incluso con un tratamiento artístico: las del estadio Al Thumama tienen el mismo diseño que el propio escenario, en una muestra del cuidado que le ha dado la organización a este elemento. Es una verdadera ciudad laberíntica, con inexplicables direccionamientos para los peatones y una rigidez exagerada en su cumplimiento.

Un ejemplo. Llego a mi estación de metro de Msheireb, una de las más importantes de la ciudad. No hay nadie en el ingreso, pero aún así debo seguir el camino que me marcan las vallas. Un serpenteo inútil de seis o siete idas y vueltas en soledad. Jamás en más de una semana he visto un ingreso de más de una decena de pasajeros, con lo cual las precauciones parecen exageradas. Ya adentro de la estación, lo que imaginé durante décadas acerca de este evento: una descomunal infraestructura muy bien organizada, señalada y diagramada.

Es muy fácil y cómodo viajar en el metro qatarí. Hay varias líneas, identificadas por colores (un desafío particular para los daltónicos), y tienen bien distinguidos los estadios y los puntos importantes relacionados con la Copa: Fan Fest, Media center, etc. Los trenes pasan cada dos o tres minutos y son flamantes y lujosos. Sin embargo, no todo es perfección. Llegar a la estación indicada no siempre quiere decir que hemos cumplido nuestra travesía, que recién ha comenzado.

Hay algunos estadios en los que uno llega y solo debe caminar un par de cientos de metros hasta el ingreso, como Lusail. Otros, el trayecto es mucho más largo y hostil, porque los señalamientos son deficitarios. Las vallas obligan a caminar hacia una determinada dirección, sin importar demasiado si es la más conveniente. Es probable que los organizadores de la logística desconozcan a Pitágoras y su teorema, porque no existen las hipotenusas para cortar camino. Todo es línea recta.

Por ejemplo, en Al Bayt el metro está a casi un kilómetro del estadio y se tarda más de una hora desde el centro de Doha. Es el escenario más lejano del Mundial y también el más hostil. El día del partido inaugural entre el seleccionado local y Ecuador fue un verdadero caos vehicular y de transporte. Los espectadores debimos caminar cientos de metros, muchos de ellos solo para cumplir con el camino marcado por las benditas vallas.

Una vez dentro del estadio, con el cansancio del paseo a pie y el sol abrasador del desierto sobre la cabeza, es hora de encontrar nuestra puerta. Y otra vez a caminar. El perímetro es realmente muy grande. Dentro está todo lo necesario para convertir un partido de fútbol en un espectáculo global. Escenario, música, stands de diferentes marcas, tiendas de comida y merchandising y más. Será algo sobre lo que profundizaremos en otro momento. Pero sí debemos decir que toda esa parafernalia hace que el perímetro oficial sea mucho más grande. Es decir, que luego de haber superado la primera entrada aún hay un largo trecho por recorrer.

Las puertas están señalizadas en grandes mapas y letreros, pero son la única ayuda para encontrarlas. Los voluntarios tienen la voluntad obvia que tiene su rol, pero muchas veces desconocen la logística. Los hombres de seguridad más aún. Uno puede preguntar, pero la respuesta no siempre es una ayuda. Quizás, es solo una indicación para caminar todavía más.

El regreso es todavía más arduo. Siempre es conveniente arribar con tiempo, varias horas del partido, para evitar las aglomeraciones. Así lo he hecho siempre y no he tenido dificultades de ese tipo, con lo cual la llegada no es conflictiva. Sí lo es la vuelta. Con el resultado puesto y la alegría o la tristeza a cuestas, debemos emprender la retirada al mismo tiempo que otras 40, 60 u 80 mil personas. El metro es el transporte casi exclusivo para el retorno y eso convierte en caótico el viaje. Este es el único momento en el que el serpenteo de las vallas cobran sentido. La travesía puede durar dos horas, porque la muy buena frecuencia de los trenes no da abasto.

¿Es esto una queja? De ninguna manera. No es más que una mera descripción de la forma de vida mundialista. Por dentro, los estadios son realmente espectaculares. Muy cómodos y con todo lo necesario para disfrutar de la mayor fiesta cultural de la humanidad.

En su libro "Andar, una filosofía", Frédéric Gros hace una celebración de la caminata y una reivindicación de virtudes elementales que parecemos haber olvidado en esta época de prisas y de monotonía. Elige valorar las ventajas de la lentitud, como manera de elevar la creatividad y de ejercitar el pensamiento. Quizás, esta Copa del Mundo nos sirva a los privilegiados que podemos vivirla en las calles de Doha para reflexionar y regresar con algo más que la nostalgia de un tiempo maravilloso.