AL KHOR (Enviado especial) -- Más de 440 millones de personas viven en el mundo árabe. Todas y cada una de ellas están atravesando un momento único en sus vidas: están viviendo como propia la Copa del Mundo de Qatar 2022. Así la viven porque así la imaginaron durante más de una década y así la construyeron. Aquellos que siempre han mirado la fiesta desde los márgenes, desde la periferia ahora pueden sentirla en carne propia. Protagonizarla. El destino (y el dinero) hizo que el máximo evento cultural de la humanidad llegue a su tierra. Y los aprovechan. Dentro y fuera de la cancha.
"El fútbol es lo único que puede rivalizar con la religión en Medio Oriente", afirmó James Dorsey, autor del libro "El turbulento mundo del fútbol en Medio Oriente" y uno de los periodistas que mejor conoce la realidad futbolística de esta zona. La afirmación parece temeraria, pero por lo visto en las calles de Doha en los últimos diez días se ajusta a la realidad. Los árabes se han apoderado del Mundial porque ese ha sido su sueño durante años.
Hay cuatro equipos que representan al pueblo árabe: Qatar, Arabia Saudita, Túnez y Marruecos. El dueño de casa abrió el campeonato y los qataríes por fin pudieron experimentar aquello que habían fantaseado durante tanto tiempo. Fueron amplia mayoría en el estadio de Al Bayt, aunque la rápida derrota de su equipo hizo que una buena cantidad abandonara las plateas antes del final. Como sea, se apropiaron del choque inaugural como se imaginaba.
Luego le llegó el turno a Arabia Saudita, la Selección que dio el golpe de autoridad necesario para que el resto del mundo se percate de las ambiciones árabes. Un golpe a la mesa rotundo, potente y ruidoso. Estruendoso. Tanto como el momento en el que explotó el himno saudí antes del encuentro contra Argentina en Lusail. En la previa, los miles de argentinos presentes en Qatar coparon los alrededores del estadio y quedó la sensación de que ellos armarían un ambiente que podría convertir a Lionel Messi y sus amigos en "locales". Nada de eso sucedió.
Cuando se entonó la canción patria, la enorme cantidad de hinchas que transitó los 600 kilómetros que separan a su país de Qatar se hizo notar por primera vez. Fue una aparición sorprendente y dominante. Y así se mantuvo durante todo el histórico partido. Cantaron, celebraron los goles, abuchearon al rival, ganaron el "duelo de hinchadas" por amplio margen. Construyeron, junto a sus representantes en el terreno de juego, uno de los de días más árabes de la historia de los Mundiales.
Horas después salió a la cancha Túnez y también sus simpatizantes fueron amplia mayoría contra Dinamarca en el estadio Education City. Hombres y mujeres desplegaron gran colorido y animaron a un equipo que supo cómo jugar con inteligencia y autoridad frente a un combinado europeo que llegaba con prestigiosos pergaminos. Aquello que se ve todos los días por las calles se trasladó a las tribunas.
El cuarto representante árabe, Marruecos hizo su presentación este miércoles frente a Croacia en Al Khor, el estadio más lejano al centro de Doha. El seleccionado dirigido por Walid Regragui también utilizó el gran apoyo popular de su público para afirmarse contra Croacia, el actual subcampeón que no supo cómo lastimarlo. Las plateas estuvieron colmadas de rojo y las diferencias futbolísticas desaparecieron. El arquero, ídolo absoluto, fue una de las figuras de un encuentro parejo.
La verdadera influencia que tiene la "localía" en un campeonato como este siempre es muy difícil de medir, pero lo concreto es que salvo en 2010, el organizador siempre superó la primera fase. El fútbol es demasiado complejo como para dar sentencias definitivas y cada torneo es diferente. Incluso cada partido debe tomarse como una unidad. Sin embargo, está claro que contar con aliento propio y genuino es un incentivo fundamental para los futbolistas. En esta ocasión, Qatar no pudo aprovecharlo, pero si los otros "locales".
Si en la cancha ya quedó muy claro que los equipos árabes, que en otros certámenes han tenido muchas dificultades frente a adversarios de otros continentes, han logrado limar esas diferencias, en las calles son los dueños absolutos de la fiesta. El mercado de Souq Wakif y sus alrededores se transformó en el centro neurálgico del Mundial y allí proliferan las banderas de los cuatro países antes nombrados (la de Qatar es la que menos se ve). Pero no son las únicas. Argelinos, palestinos, egipcios, jordanos y libaneses se han unido a sus coterráneos más allá de que sus selecciones no clasificaron. Esta es su Copa también y no hay tiempo para rivalidades regionales.
¿Hasta dónde podrá llegar el fútbol árabe en este Mundial? Ya demostrado que están en condiciones de competir contra europeos y sudamericanos sin timidez y con muy buenas posibilidades, será cuestión de sostener este muy buen comienzo y de aprovechar el impulso que llega desde las calles y las tribunas. Lo hicieron en los primeros partidos y esa intensidad popular no bajará, así que las condiciones están dadas para que la sorpresa que siempre existe en las Copas del Mundo sea protagonizada por un árabe.