LUSAIL -- Una ficción: apenas la Selección de Arabia Saudita llegó al vestuario tras el primer tiempo,Hervé Renard,les dijo a sus jugadores "si seguimos así y además apretamos un poco más arriba, podemos ganarlo". Quizás, lo que en realidad ocurrió en el estadio de Lusail contra Argentina en el debut de ambos en la Copa del Mundo de Qatar 2022 no estuvo muy alejado de esta fantasía.
Es que, a pesar de que perdía 1-0 por el gol de Lionel Messi de penal, el equipo saudita había cumplido su plan táctico y estratégico con asombrosa precisión. Es cierto que tres goles de la Albiceleste habían sido anulados por fueras de juego milimétricos, pero también lo es que el partido estuvo lejos de ser un monólogo de toques e intensidad de los sudamericanos. Fue, en esencia, un encuentro parejo.
Entonces, en el segundo tiempo, Arabia salió a presionar todavía más. A provocar el error del rival. Y lo consiguió muy rápido, cuando a los tres minutos del complemento Saleh Al-Shehri marcó el empate. Luego, solo cinco minutos más tarde Salem Al Dawsari anotó el 2-1 y le dio forma a uno de los resultados más increíbles de todos los tiempos. Porque ese gol terminó de descomponer al seleccionado de Lionel Scaloni, que no supo cómo recuperar en la derrota.
Renard planeó ese partido desde hace mucho tiempo con una convicción: podía ganarlo. Quizás, él y sólo él había imaginado ese desenlace. Porque este es uno de los cinco batacazos más resonantes de la historia, junto al de Corea del Norte contra Italia en 1966, el de Costa Rica frente a Inglaterra, Italia y Uruguay, el de Senegal frente a Francia en 2002 y el de Camerún contra la propia Argentina en 1990. Argentina nunca había perdido un partido mundialista frente a un equipo asiático y esta vez lo hizo a pesar de que venía como favorito a dar la vuelta olímpica.
Desde esa certeza optimista, Renard edifició un plan que le dio resultados. Una línea de cuatro bien estática, un pivote capaz de formar una defensa de cinco cuando sea necesario, cuatro mediocampistas con la obligación de trajinar como nunca antes lo había hecho en su vida y dos delanteros, Salem Al Dawsari, Saleh Al-Shehri, con la confianza como para intentar aprovechar la más mínima oportunidad.
A esto le sumó una técnica que el fútbol argentino conoce muy bien: el achique. En las páginas de la prensa de la década del '80 se debatío largamente sobre si esto era "un recurso o un sistema". César Luis Menotti lo utilizaba y por eso siempre se lo asocia a su figura. Renard, que tiene una idea bastante diferente a la del campeón mundial de 1978, la tomó y trasladó al siglo XXI. Plantó su defensa a 40 metros de su arco y ubicó al equipo en 20 o 30 metros. Eso le quitó espacios a un conjunto que llevaba con un invicto de 36 partidos. Además, le provocó diez fuera de juego, tres de los cuales habían terminado en gol.
¿Cómo puede hacer un entrenador para que todas esas ideas y conjeturas previas se trasladen al campo de juego? Con un convencimiento total de sus jugadores. Con compromiso. Cada saudí jugó como si en este encuentro se le fuera la vida. Con un descomunal apoyo popular que convirtió a Arabia en local en Lusail a pesar de la enorme cantidad de público argentino, los futbolistas del cuadro de Renard lucharon y jugaron como nunca. En la diferencia de actitud también se edificó este triunfo legendario.
Las historias como esta han sido patrimonio de los Mundiales desde siempre. Cada uno de los batacazos que forman parte de la galería mundialista tiene sus particularidades y sus razones. En este caso, el destino quiso que el primer resultado sorprendente de la primera Copa de Medio Oriente tenga como protagonista a un seleccionado de la región. Quizás, esto sea mucho más que una coincidencia caprichosa. Quizás, sea la consecuencia de un proyecto planificado. Porque mientras el mundo pensaba en cuántos goles podría marcar Messi en su presentación, Arabia Saudita proyectaba su épica.
Después, el fútbol es mucho más que solo mecanizar movimientos y pensar estrategias. Es corazón y espíritu. Es azar. Mientras que Argentina no pudo sobrellevar la presión del debut y de desmoronó tras sufrir dos goles en contra al comienzo del complemento, Arabia mantuvo sus prioridades, no perdió la concentración. No se desesperó y hasta mejoró tras el descanso.
"Para resumir, los astros se alinearon con nosotros", dijo, humilde, Renard. Tiene razón, porque un triunfo como este no puede ocurrir sin la ayuda de la buena fortuna. Pero al mismo tiempo minimiza su mano sabio para idear una victoria en la que, quizás, solo él y sus 26 futbolistas creían.