DOHA -- El Waterloo en el Estadio de Lusail abrió viejas heridas y retrajo viejos lamentos.
Como gimoteo, como lloriqueo solidario y comunitario, como si masificar la amargura, le diera dulzura, la gente de futbol y los aficionados mexicanos, especialmente ante el varapalo ante Argentina, recurren a refugiarse en el bálsamo de una frase de rendición: “Es que no tenemos un Messi”.
Por supuesto. Tampoco han tenido –ni tendrán--, ni a un Pelé ni a un Maradona, mejores ambos que el citado Lionel. Son tipos predestinados, los tres. Esos no se crean, ya vienen certificados de fábrica, ungidos divinamente para ser futbolistas sobresalientes.
Si la vida te da limones, al menos haz una buena limonada. Si la vida no te da Messis, al menos trata de procrear otro Hugo Sánchez y otro Rafa Márquez. Al menos hurga en los callejones perdidos de la Ciudad de México, y busca otro Cuauhtémoc Blanco, y a ver si le puedes quitar esa condición de Juan Charrasqueado (“borracho, mujeriego, parrandero y jugador”).
Si la vida no te da –y no te dará--, ni Pelés, ni Maradonas, ni Messis, si la vida sólo te arrima barro en vez de arcilla, porque ni remotamente te ofrece Lladró o porcelana, entonces trabaja decente, devota y profesionalmente con ello.
Y tampoco será fácil moldear a Hugos o a Rafas. El hombre está hecho de sus propias sustancias y de las de sus circunstancias. Pero al menos, el futbol mexicano debería trabajar sobre una serie de modelos primarios. Tal vez no consiga un saltimbanqui con el perfeccionismo goleador como Hugo, ni tampoco un líder inteligente y calculador, con la riqueza técnica de Márquez, pero debe intentarlo.
Cierto, ninguno fue perfecto. Ambos quedaron en deuda con la selección mexicana. Aún con sus brillantes carreras en España, en los equipos más antagónicos y emblemáticos, Real Madrid y Barcelona, no pudieron dejar ni limosnas de sus portentos, con el Tri. Llegaron con las manos llenas y se fueron con las manos vacías.
Hoy, el futbol mexicano, inundado con jugadores extranjeros de medio pelo, que llegan por contubernios entre dirigentes y promotores, han montado un dique en la producción de jugadores jóvenes, y los pocos que brotan son mal canalizados por sus propios representantes o sus propios padres.
El caso más evidente y penoso, recientemente, es el de Diego Láinez. Su padre se brincó las trancas. Se plantó ante Emilio Azcárraga Jean y le pidió que lo liberara de inmediato. “Lo quiere la Roma”, mintió, y Emilio, como acólito de la Rosa de Guadalupe, se tragó el embuste y ordenó su traspaso.
Miguel Herrera advirtió: “Necesita al menos un torneo más en México antes de irse a Europa. No está maduro aún”. El tiempo le dio la razón. Láinez se perdió el Mundial después de perderse dos años en Europa.
Y entiéndase que no se trata de elegir a un par de chamacos y clonarlos para que se conviertan en Hugos o Rafas. Se trata de depurarles sus cualidades, pero, sobre todo, de imbuirles la devoción, el compromiso, la responsabilidad de ser buenos jugadores para que sean exitosos futbolistas.
Hoy, en México, hay pocos ejemplos. Pachuca ha sido fértil, generoso. La madurez de Hirving Lozano lo convierte en el jugador más sólido a trascender. Para su desgracia, le tocó un grupo de jugadores en este Mundial, que están por debajo de sus condiciones. Unos ya dieron el viejazo futbolístico, como Andrés Guardado, y otro se retiró en la MLS como Héctor Herrera. Sólo Luis Chávez o Alexis Vega se acercan a sus condiciones.
Además, aparecen los nombres de Kevin Álvarez, Daniel Alonso en España, el marginado Erick Sánchez y el cumplidor Erick Gutiérrez, quien al final cargó con responsabilidades en los dos goles de Argentina, pero sin que fuera su culpabilidad absoluta, habida cuenta que en el primero, un ya obnubilado por el agotamiento, como se encontraba Héctor Herrera, perdió la marca de Messi.
América proyectó a Raúl Jiménez, hoy todavía víctima de la brutal agresión de David Luiz. Tiene en cartera a Emilio Lara, pero perdió a Sebastián Córdova, un futbolista que eligió la vida hedonista y sibarita que le dio la fama, y a quien estuvo tratando de rescatar El Piojo y que tal vez lo consiga ahora Diego Cocca.
¿Edson Álvarez? Es un jugador intocable en el Ajax, y sólo Gerardo Martino sabrá por qué le negó la gran oportunidad de jugar contra Argentina este sábado.
Atlas trata de madurar a jugadores como Jeremy Márquez y Diego Barbosa, pero está en el proceso de masificar el debut de otros a menor edad.
Pero no se trata de formarlos, sino de fortalecerlos. De no dejarlos crecer de manera silvestre por parte de los mismos clubes, a expensas de desesperaciones paternas o de voracidades promotores, que además les permiten libertades nocivas para su carrera.
Seguramente será difícil, pero no imposible, sumergirse honestamente en las canteras, y ayudar de manera integral, coherente, profesional, ambiciosa, ordenada, para encontrar y formar a nuevos Hugos y nuevos Rafas. Lamentablemente se rompen los procesos.
Recuérdese que un trabajo sólido, organizado, a pesar incluso de sus locuras, pero fue así como Marcelo Bielsa dejó la siembra para la mejor columna vertebral aportada por un club en México a la selección mexicana: Oswaldo Sánchez, Rafa Márquez, Pável Pardo, Jared Borgetti y después irrumpiría Andrés Guardado.
Los dioses del futbol no son tan piadosos como para engendrar en México los portentos como Garrincha y Pelé en Brasil, o Maradona y Messi en Argentina. Entonces, sólo le queda formar, como referentes, no necesariamente como modelos fieles y absolutos, a sus propios Hugos y Rafas.
Pero, ya se sabe, la FMF y la Liga Mx son descarados y promiscuos alcahuetes y cómplices de la perniciosa presencia de numerosos tumores futbolísticos llegados del extranjero.